Plenilunio (versión revisada)

By Pattmaguina

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VERSIÓN REVISADA (y con ilustraciones :D) Por un error que escapa de todo pronóstico, Dala encuentra por azar... More

Mensajillo de rigor
1. El portal de la luna llena
2. Una falla porcentual
3. Hielo delgado
4. R5T12
5. Orbe
6. Creador
7. El concurso de las misiones
8. Lluvia de inmundicias
9. Cubos y cubos
10. El macaco del lameculos
11. Respuestas y sonrisas
12. Leyendas
13. El plan trazado
14. Quien eres
15. Casi normal
16. Vínculos
17. Distante
18. Un propósito
19. Universo personal
20. ¿Acaso no es evidente?
21. Desplantes
22. Algo insultante
23. Su nombre
24. La convocatoria cerrada
25. La consigna de los elegidos
26. Tardes de instrucción
27. Una orden cruel
28. La voz detrás del umbral
29. Necedad
30. Amonestación
31. Separaciones
32. Contratiempos
34. Misión especial
35. La pieza clave
36. Refugio bajo la lluvia
37. Interrogatorio
38. Contradicciones
39. Mensaje susurrante
40. Promesa
41. Bajo la luz eterna
42. Sin importar el desenlace
43. Acuerdo inusitado
44. Represalias
45. Sin precedentes
46. Debacle
47. Que así sea
48. Colosos
49. La nueva encomienda
50. Devenires
51. Epílogo: Cada latido
Escenas post-créditos

33. Un pasado ensombrecido

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By Pattmaguina

Los portales de conducción que Orbe había habilitado para los líderes de división en el Mundo Distante podían llevarlos a cualquier parte de la Tierra sin discriminación. Pero estos portales en la Noche Eterna tenían ciertas diferencias. Para empezar, llevaban siglos usándolos y por ello, habían desarrollado algo llamado Sistema interconectado de redes portálicas.

Así que en la Noche Eterna no se podía generar portales hacia cualquier lugar. Por ejemplo, si alguien quería trasladarse al interior de alguna residencia, de algún hospital o un negocio privado, debía solicitar primero un permiso al propietario de ese lugar para luego generar el portal. De alguna manera, los antiguos habían dividido cada metro cuadrado de tierra en un sistema de coordenadas, tal que los portales pudieran aparecer en un punto en específico y nunca sucediera que dos coincidieran en el mismo lugar al mismo tiempo.

Y por último, cualquiera podía utilizar un portal de conducción. Cualquiera que fuera un ciudadano legal de ese mundo. Si algún prófugo de la justicia, una persona no registrada o algún indeseable en particular utilizaban un portal de conducción, el sistema lo detectaría y al instante siguiente, la vigilancia encubierta estaría tras su rastro.

El tal Lonrio ansiaba desde hacía un buen tiempo unas vacaciones de su vida convulsa en la capital. Sin embargo, no podía permitirse viajar a los paradisiacos rincones de Dafez que tenía en mente y regresar a cumplir con sus clientes a tiempo, puesto que, tendría que movilizarse en transportes convencionales al no poder usar los portales. Evidentemente. Pero para eso, había una solución.

Según me explicaba Ovack a medida que caminábamos por las oscuras calles de los suburbios de Ciaze, lo que debíamos conseguir era un portal clandestino, uno que se encontraba fuera del sistema.

—Ah, ¿tienen de esos? —inquirí sin mucha sorpresa—. ¿Y cómo conseguimos uno?

—Tengo un conocido que está en deuda conmigo.

—¿Un conocido en deuda contigo? —repetí. Aquello sonaba tan... sospechoso—. ¿Es de una de las misiones de Orbe?

Él me miró brevemente.

—De antes de Orbe.

Antes de Orbe. Imaginaba que antes de Orbe estaría haciendo... cosas de príncipe. Pero aquellos derroteros sombríos y melindrosos por los que él me estaba guiando sin ninguna dubitación, como si ya conociera el camino... ¿qué hacía un príncipe allí? ¿Qué hacía él antes de Orbe?

Le quise preguntar eso, sin embargo, ya habíamos llegado. Un edificio alto como una torre con una cúspide plana que, a todas vistas, le hacía falta una pintada y mucho mantenimiento. Aquella puerta metálica roída parecía pertenecer a una prisión abandonada, pero cuando Ovack tocó con los nudillos, esperamos un momento y luego se abrió sola. Con el crujido solitario de una película de terror.

Nos encontramos con un pasillo largo, oscuro y mugroso. Parecía el escenario perfecto para que alguien filmara alguna nueva película con Chucky, el muñeco diabólico. Y al final había un único umbral por cuyos costados se escurría luz blanca y del cual emanaba el lejano rumor de movimiento y cháchara.

—No es peligroso —me dijo él con un talante sereno, cuando inconscientemente me replegué más a su lado.

—Pues tendré que creerte —murmuré. Aunque la pinta del lugar me gritaba lo contrario. Pero solo por si acaso cerré los puños, listos para arrojar creaciones al que lo pidiera.

—Solo no hables cuando ellos estén presente. No es conveniente que sepan de dónde vienes.

Ellos. ¿Quiénes? ¿La Cosa nostra de Dafez?

De pronto, abrió la puerta. Y lo que había del otro lado me desencajó por completo.

Un piso impoluto, reluciente y alfombrado, mozos de uniforme de un estilo bien... dafezen, mesas negras lustrosas, una iluminación intermedia y acogedora, tintineo de cubiertos... Si no era un restaurante, pues engañaba demasiado bien. Lo único peculiar de este era que sus comensales tenían una apariencia única de mafiosos de mala muerte.

No levantamos ni una sola mirada de advertencia, como si nadie se interesara en cuestionar la presencia de los que llegaban allí. Así que nos ubicamos automáticamente en la mesa libre más alejada de la puerta. Cuando un mozo se nos acercó, desplegó de forma directa en nuestras caras una versión holográfica de lo que asumí que era el menú, pero Ovack le dijo algo, y el sujeto cerró el menú de manera silenciosa y se marchó.

Todo este código extraño que estaba observando no dejaba de antojárseme enrevesado, y solo podía seguirle la corriente. Pero no dejaba de preguntarme cómo era que conocía él estos parajes, y cómo era que sabía desenvolverse en ellos. En serio, ¿qué había hecho antes de Orbe?

De pronto, un hombre se sentó en la silla opuesta en nuestra mesa. Era canoso pero ciertamente joven, tal vez de entre treinta y treinta y cinco que desplegaba un aire elegante, de un entallado atuendo parecido a un kurta hindú. No lo sabía en ese momento, pero Ovack luego me indicaría que su nombre era Virloz.

Ciertamente, no pude entender nada de aquel diálogo. Así que prácticamente estuve jugueteando con mis pulgares durante ese intercambio. Solo tenía en claro que Virloz era el que le debía el favor y era el que nos iba a proporcionar el susodicho portal clandestino. Este sujeto tenía una compostura en apariencia amigable y serena, pero en más de un momento durante la conversación pareció observar suspicazmente a Ovack.

—¡Oibol! —gritó de repente Virloz en medio de la negociación. Cosa que casi me hizo respingar en mi asiento.

Entonces, liberó una sentida carcajada y le dio unas grandilocuentes palmadas en el hombro, un gesto muy parecido al de la bienvenida. Y a continuación, un par de sujetos más aparecieron también en la mesa. Todos repitiendo «Oibol, oibol» y palmoteando amigablemente a Ovack, como si lo reconocieran a pesar de la máscara holográfica. A todo esto, Ovack lució impertérrito ante esa alborozada reacción, solo respondió escuetamente con un asentimiento a los saludos y se dejó tocar sin emitir la menor resistencia. Lo cual, pareció divertirlos más.

Entonces, la mirada de Virloz saltó hacia mí. Pero antes de que me hiciera una pregunta que no pudiera responder, Ovack me señaló calmosamente con su palma y me presentó ante ellos como «dilas». O eso inferí. Pues después de eso, ellos empezaron a referirse a mí de esa manera.

De repente, todos ellos simplemente se marcharon, aun riendo como si les hubieran contado un buen chiste. Y al momento, un segundo mozo apareció con dos platos de una preparación culinaria peculiar, pero de apariencia apetitosa, y una jarra de una bebida rosada y espumante. Yo seguía aturdida y aún no terminaba de entender lo que había sucedido cuando Ovack empezó a degustar su comida.

—Tendrán el portal listo en una hora —me aclaró él luego de terminar de pasar su primer bocado.

—¿Así de fácil? ¿Qué te debían?

—Dinero —dijo con una sonrisa entre burlona y divertida, sirviendo generosamente la bebida en nuestros vasos triangulares, y luego se dispuso a cortar la carne de su plato. Estaba tan ávido por zamparse ese potaje de su mundo que ni siquiera se molestaba en disimularlo—. Fue por una apuesta de un enfrentamiento de creadores hace tiempo.

Por un instante, vino a mí el recuerdo de cuando todas sus cohibiciones se cayeron al suelo a causa de la droga de Lax. Pero este no era el caso... Y no era que su comportamiento hubiera variado de forma drástica, sin embargo... Tuve la sensación de que él se sentía más en libertad en ese ambiente. Aunque no podía señalar con exactitud qué era lo que había cambiado en su talante. Pues todo lucía igual.

Por alguna razón, verlo en esa faceta más ligera, me hizo caer en cuenta de algo... Este lugar no estaba mal, estábamos los dos en una mesa departiendo, el ambiente era agradable... Esto se parecía mucho a una cita. Aunque claro, para que fuera una cita, se debía anunciar previamente que lo era. Pero aun así, el parecido era demasiado para ser casual... ¿Lo habría hecho él a propósito? ¿Y si lo había hecho a propósito?

Sin que lo advirtiera, me alisé un poco un mechón de cabello detrás de la oreja. ¿Cómo lucía? Mi rostro ni siquiera era mi rostro en ese momento. Qué frustrante.

—Significa chiquillo —dijo cuando le pregunté por el significado de oibol, en un intento por pensar otra cosa.

—¿Te conocen de hace tiempo?

—Era un cliente recurrente.

—¿Saben quién eres? Que eres un...

—No —dijo, y liberó un suave resoplido de gracia—. Siempre creyeron que era un noble aventurero, aspirante a criminal de renombre.

Él decía todo esto de una manera natural sin dejar de disfrutar educadamente su plato. Por curiosidad, acerqué la bebida para sorberla un poco. Era un jugo de alguna fruta que nunca había probado. Era bastante agradable.

—¿Y qué significa dilas?

—Hermana menor.

Y ahí, el ambiente se desinfló con la elegancia un globo chiflando. No quise, pero me atraganté con el líquido y tosí descontroladamente para reponerme.

Era la primera vez que él lo decía con todas sus letras. A pesar de que no era una sorpresa, no dejé de sentir el golpe en el estómago. Pero, es decir, si se había auto convencido de que lo había besado por histérica ¿qué otra cosa esperaba que pensara de mí? La buena noticia de esto era que al parecer, yo poseía una intuición prodigiosa porque había acertado. Podía celebrarlo más tarde.

—¿Te encuentras bien?

No me había dado cuenta, pero él me había estado dando palmaditas dubitativas en la espalda, como de esas que se les da a los niños que se atragantan con sus propios mocos. No supe si apreciar o no el gesto.

Ya sabía que él era obtuso. Más que eso. Él jamás podría participar en un torneo de obtusos porque le correspondería el papel de jurado por tanta experiencia, y el jurado no puede competir. No estaba descubriendo la pólvora. Así que no quería centrarme en eso en ese momento, más bien quería saber más.

—¿Cómo así eras cliente frecuente? ¿Qué venías a hacer aquí? —repuse yo al momento. Él parpadeó y regresó a su plato.

—Cosas —dijo, de nuevo impávido.

—¿No tenías otros pasatiempos más normales? ¿Videojuegos, discotecas, pokemons? ¿No hay eso en la Noche Eterna?

—¿Qué pasatiempos tienen ustedes, los distantes? —me preguntó él a su vez, con una apacible mordacidad—. Quiero decir, además de su obsesión por existir en redes sociales y la excesiva importancia que le dan a sus figuras de entretenimiento en lugar de interesarse de sus propias políticas.

Ah. Así que así nos íbamos a poner.

Sabía que había dicho esto como un distractor, pero también porque genuinamente creía en lo que decía. A diferencia de Lax, Ovack no indagaba activamente en la forma de vida del Mundo Distante ni ahondaba en las posibles dudas que pudiera tener de mi mundo. Pero aquella falta de intención para profundizar obedecía a, como me estaba dando cuenta, que él estaba convencido de que ya lo entendía todo. Y tenía además su propia opinión crítica de cada tema.

Así abarcamos el resto de nuestra velada, él soltando un análisis juicioso del Mundo Distante y por qué estaría condenado a ser una civilización decadente si es que se empecinaba en seguir repitiendo errores. Y yo refutándole algunas cosas. Luego, cuando empecé a criticar algunos aspectos de su reino que no me convencían del todo, como por ejemplo, los privilegios que tenía la familia real, él alegaba simplemente que no existe el régimen perfecto.

Al terminar nuestra cena, seguimos nuestra conversación en otro entorno. Él me ofreció recorrer el resto del edificio, pues aparentemente teníamos pase libre para circular. Mediante unos ascensores gravitacionales como los que ya había utilizado en una misión anterior, viajamos a través de los pisos superiores. Los primeros estaban destinados a ser unas tumultuosas arenas de enfrentamiento para creadores. Un entorno que se sentía bastante a un combate callejero, con gente gritando y apostando, rodeando un cuadrilátero delimitado con dos o más creadores que intentaban desmadrarse.

Los siguientes niveles eran ambientes oficinistas, o algo parecido a eso. Antiguos con una indudable pinta de dependientes nerds sumergidos en las relucientes proyecciones tridimensionales de sus ordenadores, deslizando símbolos centelleantes en el aire. Confeccionaban con codificaciones portales clandestinos, coordinaban pagos y recibían solicitudes de compras anónimas. Entre muchas otras cosas más, asumía yo.

Y así siguieron los demás pisos, de los cuales no entendí mucho su función. Pero era claro que aquel edificio era una fachada consagrada para encubrir una serie de actividades ilícitas. Más que nada, venta de objetos de mercado negro, contrabando y apuestas.

Obviamente, le espeté a Ovack que era una hipocresía que avalara la existencia de este lugar. ¿Cómo podía criticar al Mundo Distante cuando él se paseaba campante por esta torre de la perdición? Y además, era un bendito príncipe. Si alguien debía ser más tajante en rechazar estos delitos, era él. Pero él repuso con simpleza que no avalaba nada y que cuando tuviera algo de poder, demolería este edificio hasta los cimientos. Pero mientras tanto, estaba a favor de sacar provecho de aquello que estaba mal, y además, yo no podía estar en desacuerdo con él.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué no?

—¿No nos están dando ellos lo que necesitamos? —dijo con un gesto socarrón.

Era odioso cuando tenía razón. Y también era un terco y un cínico. Discutimos y nos reímos en todo el trayecto. Del debate pasamos a hablar de varias cosas. De la creación (ese siempre era un tema presente con él), de los puntos positivos del Mundo Distante, de la Noche Eterna y de mí.

Del apoyo incondicional y calmado de mis padres, de mi escuela, lo mal que me estaba yendo, lo poco que ahora me importaba eso, de mis compañeros de salón. Cuando me di cuenta, advertí que me había sumergido en un soliloquio de casi veinte minutos de las tonterías que habíamos hecho históricamente Sara y yo.

Estábamos en la cima de la torre, sentados uno al lado del otro en la balaustrada, al borde del precipicio. Se sentía un vértigo agradable en el estómago al tener los pies colgando desde tan monstruosa altura. Las figuras de los ciudadanos se movían como coloridas y lejanas hormiguitas, y en la lejanía, levitando como satélites estáticos se encontraban las islas flotantes. Nunca había hecho esto antes, sin embargo, como Ovack había dicho, éramos creadores. No había razón para temer.

No había nadie alrededor. Un viento frío soplaba con paciencia, mientras que el ruido citadino de Ciaze rumiaba debajo de nosotros como una canción de fondo. Ovack me escuchaba, interesado, con el mentón apoyado en una mano, mientras la luz de la luna golpeaba oblicuamente su rostro falso.

—¿Mm? —emitió él, enarcando las cejas ante mi silencio. Me había quedado mirándolo sin decir nada.

—Ah. Es que es raro que estés con esa cara.

Él se retiró el pendiente y la ilusión holográfica se desvaneció al instante. Sus ojos grises y su cabello azabache regresaron. Se frotó su lóbulo con los dedos, como si decidiera descansar por unos segundos de usar su máscara. Y yo hice lo mismo. La coloración que producía el holograma en la visión se esfumó también, y pude contemplar el panorama de la ciudad con sus tonalidades reales.

Pero entonces, sucedió un momento extraño. Ovack alzó la vista y su mirada se quedó prendada en la luna llena. Su luz se reflejó de lleno en su rostro... en su perfil, dándole una repentina apariencia de estatua de mármol. Y así se quedó por un largo momento. Y no pude sino permanecer quieta en una muda apreciación.

Nunca lo había visto tan embelesado... O más bien... Había algo en su mirada... Una emoción que no le había notado antes. Que era quieta y a la vez...

—Gracias, Dala —dijo de repente, su voz suave y serena.

Aquello me sobresaltó. Era la primera vez que lo escuchaba decir esa palabra.

—¿Eh? ¿Por qué?

—Hacía tiempo que no me divertía durante una misión. No es lo primordial, por supuesto... la diversión. Pero creí que ya no era posible.

—¿Antes sí te divertías?

Él no respondió. No de inmediato. Solo contempló a la luna con un misterioso brillo titilando en sus ojos. Entonces, volvió su rostro ligeramente para verme a mí, su expresión era tranquila pero... diferente. Nostálgica.

—Solían ser divertidas —dijo—. Hace tiempo estuve justo aquí, en este lugar, con mis amigos. Rixza, Giol, Even, Erix y Leo. Las cosas eran diferentes en ese entonces. Yo era diferente.

Misiones... Amigos. Los amigos de los que me había hablado antes.

No lo dijo, pero pude entenderlo, o eso fue lo que pude entrever de sus palabras, uniendo lo que ya sabía: Él había estado cazando a Orbe desde antes. Desde mucho antes de entrar encubierto a la empresa. ¿Por eso frecuentaba lugares como este? ¿Para viajar por todo Dafez de incógnito y hacer sus pesquisas? Pero debió haber sido un niño entonces... ¿Cómo asumió esos riesgos de tan joven? Y no estuvo solo para esto.

—¿Qué pasó con tus amigos? —pregunté, él desvió la mirada hacia algún punto de la ciudad.

—Ya no somos amigos —murmuró. Fue como si mencionara un hecho fáctico. No había pesar o lamento en su voz. No obstante, de alguna manera supe que sí los sentía—. Después de lo de Leo, eso fue todo. Cada uno siguió su camino, dejaron todo esto y eligieron bien.

Y ya no agregó más. Ya no era necesario. De nuevo, no lo dijo. Pero la manera cómo estaba expresándose me dio cierta claridad. No hubo palabras pero fue un sentimiento diáfano.

Culpa.

Me di cuenta también que tal vez yo era la primera persona a la que le confesaba esto. Con la que compartía esto. Y eso me conmovió. La verdad, no importaba cómo él me mirase. Aquella noche él me estaba abriendo un poco su corazón. Me hubiera gustado corresponder esa confianza de alguna manera, sin embargo, no se me ocurría cómo.

Nos habíamos quedado callados de nuevo. Mientras me asediaban estos pensamientos, elevé la vista. Y aunque había permanecido como una imagen omnipresente en toda esta travesía, fue como si viera por primera vez a la luna de la Noche Eterna. Un círculo perfecto, luminoso, hermoso, que emanaba miles de colores tornasolados. Era diferente a la de mi mundo. Parecía poseer cierta magia en su presencia. Una historia silenciosa.

—Es hermosa ¿no crees? —dije sin pensar—. La luna.

Él no dijo nada. Pero como respuesta, de repente sentí que palpaba mi mejilla con suavidad. Aquel tacto hizo que me irguiera de inmediato. Sin embargo, él solo tomó entre sus dedos un mechón de mis cabellos y lo colocó detrás de mi oreja. Fue un gesto breve, pero delicado y afectuoso.

Sin embargo, de lo que me quedé prendada fue de sus ojos grises. Estaban repentinamente esclarecidos con un nuevo brillo... Ternura. Fue un sentimiento calmo pero también innegable. Y entonces me ofreció una sonrisa, de esas sinceras y sencillas. Sentí que mis manos temblaban, pero intenté serenarme; no quería que él se percatara de mi conmoción. Así que volví mi atención al astro del cielo. Y él también se unió a mi contemplación de la luna eterna de Dafez, sin embargo, mi corazón aún estaba dando tumbos dentro de mi pecho.

Y no estuve segura si la siguiente vez sería capaz de controlarlo.

Virloz nos entregó una tableta circular con la configuración para invocar un portal clandestino de ida y de vuelta. Se la entregamos a Lonrio y este nos entregó a su vez de nuevo la información que requeríamos. Con ella pudimos regresar, y de esa manera, cumplimos nuestra misión juntos.

Fue mi último trabajo con mi división primigenia, y fue afortunado que hubiéramos tenido éxito, pues al ingresar en la agrupación de Ditro, regresé de nuevo a las labores de asistente de oficina, agregándole también el trabajo de limpieza. Y me consagré solo a eso durante los siguientes meses, en los que no volví a poner un pie en el fantástico mundo de la Noche Eterna.

Pero la siguiente vez que lo hiciera, sería la última.

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