Cuentos de la Comisaría 23

By cukibola

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Aquel era un pueblo tranquilo, sin nada que reportar más allá de algún gato en lo alto del viejo molino o una... More

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La Bella y la Bestia
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El Gato con Botas
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Cenicienta

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By cukibola

Como siempre, Senta se escabulló de sus tareas lo mejor que pudo, cargándoselas a Breca. Se recogió el pelo cenizo en una coleta mal hecha y se llevó el cigarro a la boca. Temblaba tanto que por poco no acertó a encenderlo, pero pronto pudo aspirar lentamente el aire con ese delicioso sabor a petróleo y alquitrán del malo. Tendría que aprender a liar su propio material a partir de entonces, para que al menos el cáncer le llegase por culpa de una maldita planta reseca. Se preguntó si servirían para calmarla algo más, si la planta actuaría como una de esas infusiones que la jefa juraba hacerse para poder dormir-aunque su hijastra tenía una opinión bastante diferente; según ella, Louise estaba tan obsesionada con las pastillas como las cremas-.

No podía evitar sentir simpatía por esta última, sabiendo muy bien la posición que ocupaban los hijos de otros ante la llegada de la malvada madrastra o el terrible padrastro. A diferencia de ella, sin embargo, no parecía a simple vista que Louise fuera una; pero la suya tampoco lo había parecido en su momento. Maldita sea, odiaba que ahora volviera a pensar en eso, se suponía que ya estaba más que superado, que por fin era libre. Y ahora las cicatrices en los brazos le dolían más que nunca, sobre todo después del suicidio de Bastien. No pudo evitar preguntarse si Agatha no sería el Loup-Garou, y, oh, le habría gustado esa posibilidad tanto como disgustado. Si conseguían probarlo, por fin daría con sus huesos en la cárcel, y esta vez a ver qué excusas pondrían sus abogados para sacarla de allí. No, por fin se pudriría en la cárcel y en el infierno, dónde tendría que haber ido hace mucho, muchísimo tiempo. Ya estaba dándole vueltas al coco otra vez, dio una calada que por poco consumió su "palito mágico" como si estuviera en un dibujo animado. Tanto humo había tomado de golpe que incluso alguien como ella empezó a toser de manera incontrolada. Una mano amable le palmeó la espalda, y Senta lo mínimo que podía hacer era darle las gracias.

Cuando se giró para hablar con la otra persona, no encontró a Breca o Louise-o incluso a Peter, aunque montado en un taburete-, sino a Denisa. Inmediatemente su gesto se torció y se alejó varios pasos de ella, cuadró los hombros y alzó la barbilla para parecer más imponente y finalmente bufó entre dientes, dejándole más que claro a la nueva forense que su presencia no era bienvenida en absoluto:

-Ni te atrevas a tocarme. ¿Entendido?

-Gisella...

-Ni tampoco me llames así,-interrumpió-mi nombre es Senta Volkner, y te vas a dirigir a mí como "Volkner" o "Señorita Volkner" en tu maldito laboratorio cuando te pida pruebas, ¿te ha quedado claro, o te lo tengo que escribir en un papel?

Denisa se había quedado, en términos populares, completamente planchada a juzgar por la cara que se le quedó y el buen rato que le llevó asentir. Que se joda, pensó Senta, si Agatha, Fiona o ambas hubiesen estado ahí seguramente se habría puesto gallita también. Qué triste, que solo pudiera imponerse a una de ellas, y encima en un contexto como ese. Claro, en sus planes no estaban precisamente una "reunión familiar" de tal calibre; haberse encontrado con Bastien precisamente en ese pueblo en concreto ya había sido demasiada casualidad, pero tal como decía su madrina en tono amable cada vez que se encontraba con algún viejo amigo, "el mundo es un pañuelo". Vaya que si lo era, sí, ahora resultaba que su pesadilla de juventud llevaba meses vivendo entre ellos, camuflada como una anciana millonaria cualquiera entre las muchas que llegaban allí de visita. Y de sus dos pequeñas lacayas, una la había seguido, la otra a saber dónde estaba-a Senta le importaba poco, pero sería mejor tenerla localizada para el futuro, no fuera ella también a aparecer de repente-, y la que acompañaba casualmente había estudiado criminología y medicina forense, posición que había quedado violentamente vacante.

Pobre Charlotte, si tan solo la hubiera podido noquear, hacerla caer al suelo o simplemente frenarla, no solo seguiría con vida, Denisa no estaría ahora intentando balbucear una disculpa vacía que Senta cortó con un gesto. De manera más bien poco educada le dijo por dónde podía metérsela y le soltó de manera más bien hipócrita que volviera al trabajo. La observó regresar a la comisaría con la cabeza gacha, pero oprimió bastante bien ese sentimiento ínfimo de pena. No la merecía, se recordó. Que hiciera algo bien por una vez en su vida y estudiase el trabajo que hasta entonces había hecho Charlotte, ya solo faltaría que encima les fastidiase en la caza del lobo. Con amargura, Senta pensó que Agatha no mataba ni descuartizaba: lo suyo era destruirte por dentro. Tiró el cigarro a la acera y lo pisoteó, entrando a la comisaría sin molestarse en cubrir el olor a tabaco. ¿Para qué, si ya todos sabían que fumaba y bebía más que un cosaco, y ahora más que nunca?

Los eventos hicieron que tuviera que acercarse al cementerio, más exactamente a la tumba de su madrina, Titania Volkner, que tantos años atrás no había dudado en adoptarla como suya. Senta se dejó caer en el suelo húmedo sin importarle que se le mancharan los pantalones y no supo en qué momento había empezado a llorar sin recordar nada en particular. ¿Por qué tenían que haber vuelto a su vida precisamente ahora? ¿Cuando un asesino amenazaba su entorno hasta que había quedado de nuevo irreconocible? Esa gente no merecía todo ese sufrimiento, no poder saber si volverían a sus casas en caso de coger el camino que no podían saber si era o no el correcto. ¿Y si no eran ellos, sino sus seres queridos? ¿Y si algún día, tras una pelea o tras una confusión,  no tenían la oportunidad de discupalrse? ¡Ni siquiera estaba la posibilidad de despedirse! Al menos, ella la tuvo con Titania. La echaba tanto de menos, su figura regordeta, sus piececitos embutidos en los zapatitos de tacón rojo y su vocecita inocente que sin embargo era capaz de decir cosas que dejaban a un camionero sonrojado hasta las orejas.

Se limpió la cara con la manga de la cazadora, y vio a la figura bajo el paraguas, una figura que conocía y reconocería por todos los siglos: sí, la edad había hecho que engordara, y su pelo rubio siempre recogido en un moño alto se había vuelto cano, pero esos gélidos ojos azules seguían tan llenos de odio como siempre. Alzándose como un gavilán sobre su presa, Agatha dio un paso hacia ella, y de manera instintiva, Senta se alejó, cayendo sobre la fría piedra de la tumba, arrastrándose sobre esta hasta que su espalda tocó la cruz. Tragó saliva, contuvo las nuevas lágrimas en sus ojos e intentó volver a parecer tan intimidante como con Denisa, pero sin éxito. A Agatha no le hacía falta compañía para mostrarse en todo su esplendor, para darle miedo. Senta tragó saliva y finalmente se puso en pie, pero a su rival de tan silencioso y letal duelo no le importó. La examinó de arriba a abajo y el chasquido de su lengua fue suficiente para demostrar que no solo no estaba impresionada lo más mínimo; además iba a destrozarla como solía hacerlo. Solo quedaba caer con algo de dignidad.

—¿Lloviendo y eres incapaz de llevar tu propio paraguas? ¿Acaso eres incapaz de sentir el agua calándote entera?

—¿Qué haces en este pueblo, Agatha? ¿Acaso no había algún otro idiota al que embaucar y robarle su dinero mientras te acostabas con el primer jovencito que vieras?—Su antigua madrastra parpadeó, sorprendida. No podía revelar la acusación de Bastien, no tan deprisa. ¿Cómo de mayor decía que era en la carta, y por cuánto tiempo se extendieron los abusos? Tal vez podría denunciarla por ello, y aunque sabía que no dudaría en la cárcel, ganaría tiempo para acusarla de algo más grave, cosa que Senta no dudaba que había cometido.

—Puedo moverme por donde me plazca, Gisella...

—Mi nombre es Senta Volkner.—Interrumpió sin pensarlo. Error fatal, la ínfima ventaja que había obtenido se fue al garete, pero no por las razones que ella creía.

—Un nombre sucio y patético para una criatura sucia y patética. Déjame adivinar, ¿Titania Volkner? La pobre, siempre deseó a tu padre, pero a tu padre no le gustaban las gordas como ella; ¿te tomó como sucedáneo de la hija que jamás tendría con él? O con nadie, porque, vamos,—rio cruelmente—habría que ver el espantajo que buscaría acostarse con una persona que se parece a un cerdo y se comporta como uno.

—¡Cállate, Agatha!—bramó Senta; ¿acaso creía que no sabía lo que intentaba? La hacía enfadar insultando a la memoria de su madrina, ella le atacaba físicamente y la "pobre ancianita" la denunciaba ante sus compañeros—Esto no es sobre Titania Volkner ni el nombre que o utilice o deje de utilizar. Te he preguntado antes qué haces en este pueblo, y más te vale darme una respuesta.

—¿Y eso por qué?

—Porque, te sorprenda o no, alguien presentó cargos muy serios contra ti—Agatha volvió a parpadear. Senta no podía creérselo, estaba ganándole por una vez, y, oh, qué gloriosa vez estaba siendo aquella—Y ya que has tenido la amabilidad de acercarte a mí, pues pensé que te gustaría responderme aquí en vez de en comisaría.

—¿Quién? ¿Quién ha presentado los cargos? Por favor, Senta, piensa que, pese a todo, yo al menos te alimentaba, no como tu padre, que...

Senta se sintió increíblemente bien viéndola suplicar. Tendría que haber sido actriz, lo hubiese hecho realmente genial: ahora estaba haciendo el numerito de la madre que solamente había sido estricta, pero ensalzaba la relación positiva con sus hijos. Pero no la engañaba: una madre estricta no quema a sus hijos, hijastros o quien esté a su cargo; y parece que ella había tenido relativa suerte. No sabía cómo, pero le haría pagar lo que le había hecho, el triste intento de provocarle Síndrome de Estocolmo podía metérselo por...

Ni tuvo tiempo de terminar su maldición mental, porque Denisa hizo acto de presencia. La nueva forense se tropezó con una raíz saliente del gran almendro que protegía las tumbas, directa al barro de cabeza. Senta no vio el brillo astuto y cruel en los gélidos ojos azules, tan distraída estuvo en la caída y no saber si reír o llorar cuando su antigua hermanastra se levantó y trató de sacudirse el barro lo mejor que pudo. Reconoció los gestos: limpiarse rápido para no dejar evidencia del error, el miedo en los ojos al darse cuenta que sería imposible y la resignación en los hombros bajos al acercarse a la anterior arena improvisada. Tampoco ella se dio cuenta de las maquinaciones mentales de su madre, y se acercó posiblemente sabiendo las consecuencias. Imposible, pensaba Senta, Denisa había participado activamente en los abusos de su madre, no era la que encendía el cigarro, pero sí era la que extendía la cajetilla. No era posible que la temiera también.

Trató de convencerse que era un acto, hasta que vio un gesto que conocía demasiado bien, el de sujetarse los antebrazos como si quisiera tapar algo. Tapar ago que se supone que quien te cuida no debería hacer. Una vez más, por puro instinto, su corazón se aceleró, bombeando sangre por todo su cuerpo con una fuerza que tan solo había conocido en momentos de máxima urgencia y que rara vez se había manifestado físicamente. Hasta entonces. Denisa iba a decirle algo a su madre, que "ya lo había conseguido". A saber a qué se refería realmente, pero ciertamente la respuesta que esperaba no era un insulto y una burla diciendo que Fiona ya lo habría hecho mucho, mucho antes. Agatha agarró la mano de su hija de la misma manera que un águila clava sus garras en un ratón, incluso haciendo que su presa profiriera un grito. El movimiento dejó ver un vendaje en el lugar del impacto, y no pudo contenerse.

Agatha cayó el suelo por la fuerza del impacto, tres de tres. Su mano estaba sobre su mejilla, donde una marca morada estaba empezando a formarse y allí estaría por mucho. Eso si no le había roto el pómulo y la nariz o la barbilla... Entonces tendría que llevar un vendaje, sería mucho peor. ¿Y si encima se había lesionado al caer? Podría acusarla de ello también, y la creerían a ella, a la anciana que había recibido un golpe, antes que a la agente abusando de su autoridad, pagando con los indefensos su incapcidad para detener al peor criminal de la historia del lugar. Incluso Denisa se había llevado las manos a la boca de la impresión. Lo último que Senta vio fue que Agatha sonreía: en la conversación había estado comprobando qué tan caliente era su temperamento, y ella se lo había dejado claro demasiado rápido. Una provocación tan mínima (incluso, puede que orquestrada y ensayada), y tendría lo que quería: la tendría contra las cuerdas, porque un mero despido no le sería suficiente a su madrastra, y lo sabía.

Caminó muy, muy lentamente, dejando que la lluvia la empapara todavía más. Una neumonía era un destino preferible, se dijo a sí misma con amargura. No supo cuántas cervezas y otros licores de tierras cercanas y lejanas compró ese día, ni le importó. Cuando llegó a casa abrió la alacena de objetos cucos y preciados que Titania coleccionaba de todos los sitios que visitaba. Tomó el Bierstiefel de Baviera y lo llenó, y más rápido aún se lo bebió. Y otra vez. Y otra vez. Y así una y otra vez hasta la medianoche, cuando Senta cayó al suelo y la bota de cristal se rompió en su mano. No le importó, dejó que el sueño la invadiera, esperando soñar con Titania Volkner y sus locas aventuras por el mundo, inmortalizadas en esa alacena desde la de la figurita del pez dorado de China, el ruiseñor de porcelana de Vietnam y las sandalias griegas. En su delirio le pareció que volvía a sentir sus brazos en torno a ella, pidiéndole que aguantase.

Cuando se despertó la mañana siguiente, ciertamente no podía ni aguantarse en pie. El día estaba nublado, y aún así era suficiente para hacer que los ojos le ardieran y la cabeza le doliera aún más. Alzó la mano para cubrirse, y vio que alguien se la había curado y vendado. El pánico hizo que por poco olvidase su resacón, mirando por si la puerta estaba abierta, pero no. Se fijó entonces en un sobre junto a ella, y aunque no sabía si iba a poder leer muy bien en ese estado, lo abrió. Esta vez casi olvidó la resaca por la alegría que le dio en cuanto leyó la pista y pudo al fin poner las piezas del rompecabezas en su sitio:

"Tiene una hermana gemela, y esta, un nieto"

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