Plenilunio (versión revisada)

بواسطة Pattmaguina

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VERSIÓN REVISADA (y con ilustraciones :D) Por un error que escapa de todo pronóstico, Dala encuentra por azar... المزيد

Mensajillo de rigor
1. El portal de la luna llena
2. Una falla porcentual
3. Hielo delgado
4. R5T12
5. Orbe
6. Creador
7. El concurso de las misiones
8. Lluvia de inmundicias
9. Cubos y cubos
10. El macaco del lameculos
11. Respuestas y sonrisas
12. Leyendas
13. El plan trazado
14. Quien eres
15. Casi normal
16. Vínculos
18. Un propósito
19. Universo personal
20. ¿Acaso no es evidente?
21. Desplantes
22. Algo insultante
23. Su nombre
24. La convocatoria cerrada
25. La consigna de los elegidos
26. Tardes de instrucción
27. Una orden cruel
28. La voz detrás del umbral
29. Necedad
30. Amonestación
31. Separaciones
32. Contratiempos
33. Un pasado ensombrecido
34. Misión especial
35. La pieza clave
36. Refugio bajo la lluvia
37. Interrogatorio
38. Contradicciones
39. Mensaje susurrante
40. Promesa
41. Bajo la luz eterna
42. Sin importar el desenlace
43. Acuerdo inusitado
44. Represalias
45. Sin precedentes
46. Debacle
47. Que así sea
48. Colosos
49. La nueva encomienda
50. Devenires
51. Epílogo: Cada latido
Escenas post-créditos

17. Distante

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بواسطة Pattmaguina

El parlante de mi celular estuvo a punto de estallar por la voz chillona de Sara.

—Nombre —dijo con un tono autoritario—, lugar de nacimiento, antecedentes y todos los detalles de su cita.

—Sara, eso no fue una cita.

Apenas estaba recuperándome de la pesadez por las escasas horas de sueño y mis palabras sonaban lentas y empujadas. La única razón por la que no colgaba de plano la llamada era por el gran despliegue de tolerancia que Sara había demostrado ante mi actitud extraña y por años de amistad.

—No te creo —barbotó, insistente—. Me lo cuentas todo o voy a tu casa.

—Se llama Leo —repliqué al instante—. Y sospecho que tendríamos la posibilidad de vivir un sórdido romance.

Incluso decirlo en broma me daba estremecimientos involuntarios pero el truco con Sara era encandilarla con alguna novedad interesante, esas eran la fuente de su energía vital. Después de eso, ella misma se retroalimentaría en el propio cuento y, finalmente, estaría en paz.

Podría equivocarme, pero por la forma cómo hablaba, me dio la impresión de que Leo le pareció simpático. Una idea de la cual no sabía exactamente qué pensar pero a la que no le di muchas vueltas porque aún tenía fresco en mi mente el sueño que acababa de tener. Por poco no le presté atención a la retahíla de chillidos de emoción que Sara chirrió por la línea.

—Y, ¿qué puede hacer un conector? —le pregunté ese día a Leo. Para saber... por si acaso. —¿Puede enviarme pesadillas? ¿Meterse en mi cuerpo a lo posesión demoníaca?

—¿Se comunicó contigo? —inquirió él a su vez—. Un conector agresivo puede dañarte física y psíquicamente —respondió, luego de frotarse el rostro para apartar una evidente somnolencia—. Pero él todavía no puede hacer eso. Toma tiempo fortalecer el vínculo. Cortaremos esto antes de que pase a mayores.

—¿Puede meterse en mi cuerpo a lo posesión demoníaca? —insistí. Era, a mi parecer, una duda válida.

—No puede meterse en tu cuerpo a lo posesión demoníaca —dijo, monocorde.

Era un alivio saberlo. Tal vez podría aceptar el daño físico y psíquico, pero no la posesión. Y como siempre, sus respuestas claras y directas. Me pregunté qué quería hacer Leo con tanto conocimiento de la Noche Eterna, ¿llegar a presidente de Orbe? Era una posibilidad.

Sin embargo, habían otras dudas más importantes en mi cabeza.

—¿Qué significa foerim? —le pregunté con un tono casual—. Es sisem, ¿no?

Era nuestra primera sesión de clases de creación después de la misión, y parecía como si Leo estuviera retomando una lección que se había dejado el día anterior. Y salvo a su usual disposición de responder mis preguntas, no hizo ningún amago de interés ante la situación del conector. De hecho, parecía más interesado en teclear en su laptop.

Lo había encontrado junto a su acostumbrada caja de comida chatarra, desperezándose en su sofá como un gato negro a pesar de que era la media tarde. Mis sospechas de que él vivía los días al revés estaban prácticamente confirmadas, parecía que él dormía en las mañanas y estaba activo en las noches, como los murciélagos. O como Batman.

—Es sisem. Foerim significa distante —explicó.

—¿Distante?

—Nosotros los llamamos antiguos, y ellos nos llaman distantes, porque para ellos esta dimensión es el Mundo Distante.

Me dio la impresión de que él lucía más extenuado que otros sábados y me pregunté si era por ese objeto que iba a agenciarse de alguna manera sospechosa.

—Evita entablar conversaciones con él, se pueden deducir muchas cosas de una charla —agregó con un gesto cansino.

—Claro... —asentí distraídamente mientras me enfocaba en hacer girar varios objetos que había creado en distintas direcciones en el espacio de la sala. Me hizo recordar a la forma de un átomo en movimiento. —Leo... ¿cómo funciona esto del contrato? —inquirí—. Nunca te lo he preguntado en específico. Me dijiste que no es mágico, pero parece como si fuera magia.

—Los contratos son un sistema que ha existido desde siempre en la Noche Eterna —dijo, me dio la impresión que respondía por reflejo—. Allí es algo natural. El de Orbe es un contrato complejo. Pero básicamente, solo se necesita un papel elaborado en el otro mundo. Se establecen las reglas por escrito y cuando ambas partes firman, el sistema se cierra. Es como un programa de computación en realidad. Por eso, en la Noche Eterna los antiguos no acostumbran escribir su nombre completo tan descuidadamente.

—Oh...

Hubo un silencio cubierto por el movimiento de mis creaciones y su trabajo en el teclado.

—¿Y qué tan... precisos son los contratos? —seguí—. ¿Se les puede...? No sé, ¿romper?

Leo lo pensó un poco.

—Son tan precisos como quien los escribe. Pero puede haber áreas grises. Serían lagunas específicas que no contravendrían el espíritu de las cláusulas. En puridad, no puedes romperlo. Solo puedes cumplirlo... O esperar a que se destruya, lo que no sucederá próximamente.

De nuevo, silencio.

—Y... ¿qué pasaría si Orbe se enterara de esta situación? Es decir, del conector.

El incesante sonido del teclado de su computadora se desaceleró, y se volvió más lento hasta detenerse La pausa que hizo Leo fue como si pensara la mejor respuesta, pero pareció guardarse además sus propias cavilaciones.

—Si eso pasara, digamos que ya no tendrás que preocuparte por los años que debes trabajar para ellos —respondió con seriedad pero también había una pizca de ironía en su voz.

—Y ¿qué pasaría contigo?

—Tendría problemas —dijo con simpleza. Y luego giró su rostro ligeramente hacia mí. —¿Te ha dicho algo ese antiguo?

—No, nada —respondí de inmediato y fingí concentrarme más en mi ejercicio—. Sólo eran preguntas que tenía desde hace tiempo, y esto del conector está complicado.

—En dos días más, ya no importará —opinó él con tranquilidad y ahogó con su palma un bostezo—. ¿Qué es eso?

Por poco me sobresalté, pues pensé que él había visto detrás de mis indagaciones.

—Oh, ¿esto? —dije, levantando la lonchera donde estaba mi táper—. Mi almuerzo.

Hecho en casa para prevenir que me diera una úlcera después de tanto prescindir de mis comidas. Leo le lanzó una mirada con una expresión que no pude descifrar. Se me ocurrió que de tanto darle con la comida rápida, una preparación casera era algo de otro mundo para él.

Felizmente, después de esa distracción ya no volvimos a tocar el tema del conector. Si lo hubiera hecho, tal vez no hubiera sido capaz de mentirle otra vez. Por alguna razón decidí no contárselo y preferí guardármelo para meditarlo en mis adentros.

A pesar de que me desenvolví a la altura de la clase de ese día, mi mente no estaba por completo allí. Lo cual, si Leo lo hubiera sabido tal vez lo hubiera aprobado porque significaba que podía hacer dos cosas al mismo tiempo.

Los objetos giraban haciendo curvas perfectas en el aire, eran casi la materialización de las preguntas revoloteando en torno a mi mente, junto con una sensación de incomodidad por ocultarle estas dudas a Leo. Después de todo, él me estaba ayudando.

Me sorprendía la calma con la que él manejaba el hecho de que existiera una suerte de comunicación con uno de los habitantes del otro mundo, pero sobre todo, la calma con la que asumía el estar envueltos en un hecho clandestino para Orbe. Es decir, ¿no estaba él comprometido con esa empresa? ¿Dónde estaban sus lealtades? No me estaba quejando, sólo tenía curiosidad. Tal vez había subestimado la amistad que tenía con él, no obstante, aun así, él guardaba sus secretos, era evidente. Él era misterioso y eso me incomodaba un poco.

Por otro lado, no podía entender lo que realmente estaba buscando ese antiguo. Y no podía dejar de repasar en mi cabeza las palabras que crucé con ese desconocido en ese ambiente ilusorio.

Aquella noche me había paralizado ante la visión de ese muchacho. No era de una presencia imponente, era apenas un poco más alto que yo y hasta podría decirse que con atuendos normales podría pasar como un alumno de mi clase. Pero aun así, no pude evitar que me asediara una rigidez cautelosa. Si dijera que no me asusté, estaría mintiendo. Sin embargo, la única razón por la que no entré en pánico fue una sola.

«Este es un sueño».

Aquella simple certeza acudió a mi mente como una tabla salvavidas.

«Este es un sueño y los sueños no son reales».

Pero ese muchacho que estaba frente a mí se veía bastante real. El viento que sopló suave, como una brisa estival que mecía las hojas del jardín también se sintió real. Aquella sensación me disturbó, pero intenté repetirme en mi mente que estaba soñando y que todo lo que estaba sintiendo era irreal.

Tragué saliva y permanecí estática mientras aquel sujeto con una postura recelosa daba pasos lentos, rodeándome, sin apartar sus juiciosos ojos de mí, como si estuviera evaluándome.

—¿Quién eres? ¿Cuál es tu nombre? —preguntó.

Su dicción reveló un deje enrarecido que evidenciaba que aquel no era su idioma nativo. Pronunciaba las palabras como si siseara, como si las arrastrara por no estar acostumbrado a hablar de aquella forma. Sobre todo la «s», tenía un tinte casi viperino, como si fuera una cobra la que estuviera hablando.

Presioné mis labios con fuerza y no respondí, lo seguía con los ojos, como si esperara que me atacase.

—¿No vas a contestar? —Esbozó una sonrisa indignada sin dejar de andar, cual serpiente que rodea a un ratón.

De pronto caí en cuenta de que estaba vestida en mi pijama de flores rosadas. Tal vez no era el momento más oportuno para sentir vergüenza pero no pude evitarlo. ¿Cómo era que me presentaba ante el enemigo en pijama? Sin querer, aquel sutil momento de distracción me dejó en claro que mi miedo ante aquel invasor de sueños no era algo apabullante. Y eso era porque...

—No puedes hacerme nada —dije de repente antes de que la idea se solidificara en mi cabeza.

Él se detuvo en súbito y arrugó su ceño con lentitud. Claro, si él pudiera perjudicarme de alguna manera, ya lo habría hecho, pero él no podía dañarme. Era como había dicho Leo.

—No puedes hacerme nada —repetí con más seguridad y dibujé una sonrisa burlona en mis labios—. No tengo por qué responder tus preguntas.

—Irrumpiste en mi hogar y te llevaste uno de mis tesoros —espetó de pronto en un tono recriminador—. ¿Y te niegas a responder ante mí?

Aquella acusación me borró la sonrisa al instante. La presencia inadecuada de aquel forastero en mi sueño me había hecho olvidar que yo era quien en realidad estaba en falta. Sin embargo, aquel pequeño desplante por alguna razón me dio la impresión de que no era del todo sincero, parecía que el muchacho antiguo estaba intentando lucir más amenazador de lo que en realidad era. Y con cierto éxito.

—Lo siento por tu... tesoro —mascullé y no tuve que esforzarme para lucir afectada.

Iba a agregar un «no fue mi intención» pero me detuve un segundo antes al darme cuenta de lo estúpido que sonaría. Por supuesto que había sido mi intención, pero no podía evitar la vergüenza y la culpa.

—¿Lo sientes? No quiero tus disculpas, quiero lo que me pertenece—reclamó.

—Pero no lo tengo —repuse. Por un instante, estuve por arrepentirme genuinamente por haberle robado. —Lo siento pero no puedo hacer nada.

—Sé que no lo tienes, foerim —dijo con un fastidioso tono de condescendencia, como si le hablara a un niño—. Si realmente lo sientes como dices, vas a decirme todo lo que quiero saber.

—Me temo que tampoco puedo ayudarte con eso... emmm ¿Cómo te llamas?

—No, yo soy quien hace las preguntas aquí —se reafirmó él con terquedad.

—Pero tengo que llamarte de alguna forma, sino ¿cómo quieres que te llame? ¿Orlando Bloom? Tienes un aire. —Más que nada lo decía por su cabello ondulado, era igual al del actor en la película Troya.

—No me importa cómo me llames, ladrona foerim —dijo agitando su mano con algo de premura—. Te lo pondré en términos que puedas entender, te estoy proponiendo... —E hizo una pausa como si meditara para sus adentros, luego empezó a hacer algunas señas con sus manos que no pude descifrar. —¿Cómo se dice? ¿Cuándo dos personas hacen una actividad juntos?

—¿Eh?

—Cuando hacen... cuando trabajan para un objetivo... Un mismo objetivo.

—Oh... ¿Equipo?

—No.

—¿Dueto?

—No.

—¿Cómplices?

—No... Cuando lo hacen para beneficiarse ambos.

—¿Cooperación?

—¡Sí! —convino sin disimular su satisfacción por resolver su duda, pero luego procuró volver a componer su talante serio aunque con algo de dificultad—. Te estoy proponiendo una cooperación. Quiero que me des la información que quiero...

—En realidad yo no puedo...

—Y a cambio —prosiguió, ignorándome—, te facilitaré los medios para desligarte de tu contrato.

Me quedé en silencio y con la boca abierta pues había estado a punto de decir algo. Bloom sonrió complacido al ver mi reacción, como si hubiera sido la que había esperado. Volvió a cruzar las manos detrás de su espalda y adoptó un gesto discreto y formal.

—¿Cómo sabes...?

—Sabemos muchas cosas de ustedes. Por supuesto que sabemos —explicó, desplegando un aire de suficiencia. Debía decir que algo me estaba dando la idea de que este tipo se estaba esforzando por crear una impresión áspera de sí mismo, y lo único que lograba era dejarme desconcertada.

—¿Cómo sé que no mientes? —Yo misma me sorprendí al inquirir eso, pero en realidad, no podía negar que su propuesta había despertado mi atención.

De repente, un pitido lejano empezó a tronar como un timbre atenuado, como si proviniera de varios kilómetros de distancia. Pero a cada segundo fue volviéndose más nítido y claro, como si se estuviera acercando. Bloom lo notó también, así que finalmente enfocó sus ojos de color bosque en mí.

—Piénsalo, foerim —dijo con una leve inclinación de la cabeza—. Tú no serías la primera en aceptar esta propuesta.

Golpeé sin querer mi despertador para acallar de una buena vez la alarma. En un instante, todo aquel escenario onírico se había disipado de forma tan abrupta que me produjo un dolor físico. Como si alguien hubiera apagado el televisor cuando estaba viendo la mejor parte de una película.

Sus palabras aún estaban presentes como un zumbido en el oído, creando una serie de preguntas sin respuesta y dejándome una sensación de vacío y ansiedad.

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