やくそく。꧁ 𝑃𝑟𝑜𝑚𝑒𝑠𝑎 • 𝑆𝑜�...

Por Michelle_N_Romart

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--Osamu- --Lo prometo. --¡Ni siquiera me dejaste terminar, bastardo! --Sea lo que sea que me vayas a decir, l... Más

Bastardo, ¡promételo!
Bastardo... cumpliste tu promesa.
... cumplí mi promesa.

Lo prometo, chibi~

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Por Michelle_N_Romart

—Lo prometo, chibi~

.

.

.

La bahía de Yokohama resplandecía como un espejo. Sus aguas, tranquilas, se acompasaban a un ritmo hipnótico. Los reflejos color topacio y naranja cautivaban, y la tenue brisa del sur, hacía de aquella tarde una de las mejores que había vivido.

Salvo por un detalle.

Lo que estaba viendo frente a sí.

«1, 2, 3; no le rajes el cuello, el cuchillo no se lo merece.»

Dejó caer las bolsas que llevaba al suelo, sorprendido, estupefacto, tratando de decirle a su cerebro que era un espejismo creado por el sol del atardecer reflejado en las aguas del río que corría a su derecha. Tragó saliva en aras de tranquilizarse; un tic se instaló en el párpado izquierdo, los nudillos se volvieron color hueso, el entrecejo se frunció.

—Chu-chuuya, déjame explicarte. —Chuuya podía jurar que nunca había visto tan nervioso a Dazai, que inmediatamente se levantó de su posición y se acercó a él con un ligero temblor en las manos.

—Sí, será mejor que te expliques. Tienes diez segundos —se tronó los dedos—, y te advierto que ya voy por siete.

—Nada es lo que parece, lo jur-

—¡¡¡Diez!!! —el pelirrojo agarró de los cabellos castaños a Osamu y lo tiró contra el suelo, colocó un pie sobre su pecho para evitar que se levantase. Su visión periférica detectó movimiento; así que el amigo, el chico extranjero de la ushanka blanca, se estaba tratando de librar—. Oh, no; no te escaparás —lo agarró del tobillo y lo lanzó también al suelo.

Sonrió con sadismo.

Las caras de terror puro de esos dos eran la mejor explicación que podían darle.

Después de unos madrazos por allá, unas costillas rotas por aquí, su amigo el ucraniano llegar corriendo y casi darle un infarto al ver a Fyodor todo magullado y con la cara violeta de golpes, se cruzó de brazos y asintió, comprensivo.

—Oh, eso explica todo.

—Si me hubieses dejado explicarte, esos golpes estarían de más. —lloriqueó el castaño tocándose un molar, tendría que ir al dentista, Chuuya le había sacado dos.

—Mmm... déjame pensarlo —el pellirrojo fingió pensar—, no. Te merecías esos golpes —sonrió.

Y que Osamu agradeciera que fueron solo meros golpes que se curarían con el tiempo. Porque después de salir en la mañana con la idea de pasar por la universidad para recoger una partitura importante y comprar un poco de cangrejo para hacer en la cena —pues el castaño para colmo se había desaparecido desde la noche anterior, así que de paso le consentiria un poco—, y, al estar a punto de llegar a la casa, ver a tu pareja arrodillado en el suelo, mientras sostenía la mano de otra persona que no era él, pues no entraba en la descripción de "divertido".

Nadie le quitaba algo de su propiedad así como así.

Después le explicaron, a base de un muy dramático Dazai, que todo era un "entrenamiento" para pedirle matrimonio a él. Debe admitir que eso le sorprendió, mas lo mantuvo escondido tras la fachada de "gánster universitario que se respeta, bitches".

Aún así esos golpes no estuvieron de más.

Porque podía haber reaccionado de muchas maneras, y ninguna era mejor que la que había aplicado. Corrieron con suerte de que se encontraba de buen humor; en otro universo puede haberse quedado en tal estado de shock que no aceptó explicaciones, endureciéndose, sintiéndose traicionado y usado, y reaccionado para mal a consecuencia.

Repito, los golpes estuvieron bien.

Además, ya no necesitaba ir al gimnasio a golpear un saco de boxeo.

—Vamos, Osamu; haré cangrejo para la cena.

El castaño se lanzó sobre él, olvidando que debía tener un pulmón perforado, cayendo ambos a las frías aguas del río; recordando cómo comenzó aquella extraña y nada aburrida relación.

—¡Pensándolo bien, cenaremos pizza hawaiana! ¡Y te quedas en abstinencia por un mes!

—PERO CHUUUUUUYA~

—¿Dos meses?

—¿La pizza grande o la extragrande, cariño?

.

.

.

No mentiría; cuando comprendió que todo aquello era una parafernalia montada para ensayar su pedida de matrimonio se alegró en demasía. Había soñado con eso muchas veces, casarse con el hombre que —a base de golpes y acoso— se había robado su corazón. Pero, nada de eso quitaba que se sentía un poco obstinado de lo que había traído consigo.

Si de por sí el castaño era insistente y atosigante, pues ahora, que Chuuya demostró querer lo mismo, se multiplicó por tres.

Chuuya lo amaba, pero su faceta tsundere le hacía mantener un poco su orgullo en alto.

Todo comenzó con un:

—¿Chuuuuuuuya~, quieres casarte conmigo? —de un Dazai en delantal rosa y con un sartén que tenía una cosa amorfa y negra dentro.

—Dazai, ¿y ese humo?

—Son las llamas de mi amor por ti —le guiño un ojo coqueto, sacando del horno unos panqueques quemados.

—BASTARDO, LA COCINA SE ESTÁ QUEMANDO.

Y, pues claro, Dazai cocinando = incendio.

Pero eso no se quedó ahí, ¿cómo creéis eso? Chuuya no tiene tan buena suerte; la perdió cuando decidió hacerse pareja del maniático suicida con más trastornos que pelos en la cabeza.

Después, mientras estaba trabajando:

—¿Te gustaría cometer un suicidio doble conmigo?

—No. —giró el coche en la curva, tirando a Dazai del techo de su auto.

Más tarde, en las aguas termales:

—¿Elige matarse conmigo a su lado?

—No. —de una patada, lo hundió en el agua. Con suerte se ahogaría.

Hasta cuando estaban en la cama haciendo ñiqui ñiqui:

—¡Ah-h! ¡Osamu, más fuerte! —el pelirrojo jadeaba de la excitación—. ¿Eh? Bastardo, ¿por qué paras?

—¿Su corazón desea formar parte en una acción que terminará la vida de un ser humano con la compañía de mí mismo?

Ese era el colmo. Apretó los dientes con fuerza y bajó la cabeza, haciendo que sus rizos rojos ocultasen su mirada. Dazai vio las posibles opciones: comenzar a embestirlo como caballo en celo para que se olvidase de la paliza que de seguro vendría o saltar por la ventana y perderse en la oscuridad de la oscura noche, de todos modos, no sería la primera vez que lo hacía.

Ya estaba decidido por la segunda opción cuando escuchó un suspiro cansado por parte del otro.

—Ash, acepto. —su ceño estaba –como la mayoría del tiempo–, fruncido y tenía un leve rubor en las mejillas.

—¿¡Aceptas cometer un suicidio doble conmigo?! :D

Dazai estaba tan feliz que Chuuya juró ver en su guión un emoji de carita sonriendo.

—No, Osamu; acepto casarme contigo. —pasó sus bien marcados brazos alrededor del cuello del otro y le abrazó.

—CHUUUUUUYA~ —exclamó fuera de sí, feliz como nunca lo había estado.

—Aunque, pensándolo bien, viene siendo lo mismo.

Dazai lo sujetó de los glúteos, acomodándolo otra vez sobre su creciente erección.

—Chuuya, ¿qué te parece si adelantamos la luna de miel?

Y antes de que pudiese dar respuesta, comenzaron las embestidas.

Esa fue otra noche en la que los vecinos no pudieron dormir, y ellos, al día siguiente, recibieron quejas como nunca.

No habían sido tan salvajes.

Ellos no le tomaron importancia; debían atender algo con más primor: comprar una cama nueva.

Bueno, quizás sí que fueron un poquito salvajes.

.

.

.


Otoño no era su estación favorita. Las hojas secas caían en un baile irregular hasta el suelo, apilándose en bultos que alguien recogería. Los árboles, por consecuencia, perdían parte de ellos, para dar paso a nuevos brotes que florecerían después del frío invierno, esperando a terminar su sueño latente.

Lo odiaba, para ser sinceros.

Una vida que se despojaba de todo lo malo de forma hermosa, para dar paso a una nueva faceta mucho mejor que la anterior. La paz después de la tormenta.

A él le gustaba más el invierno. Reflejaba su propio ser.

Muerto. Congelado. Frío. Inherte.

Simplemente vivo por el hecho de que seguía allí, respirando; su corazón latiendo.

Pero eso era en un pasado.

Ahora se sentía en el más bello otoño. Ya se despojó de todas las inseguridades que lo atormentaban pese a aparentar tan confiado, para dar paso a una nueva etapa de su vida.

Una primavera que llegaría con todo su esplendor.

Dazai se sentó en la hierba aún fría por el rocío de la noche, y recostó su espalda contra el ferroso tronco del árbol de sakura de la preparatoria que asistían hace apenas dos años.

Era fin de semana, así que no había ningún problema con su intromisión. Además, los conocían por allí; habían hecho tan pocas fechorías y travesuras —nótese el sarcasmo—, que era imposible no hacerlo o negarle la estadía en aquel lugar que simbolizaba un santuario para ellos dos.

Palmeó el lugar a su lado con una sonrisa en el rostro, Chuuya se agachó y se acomodó junto a él, recostándose contra el hombro del más alto y entrelazando sus dedos enguantados con los de la mano vendada.

Y ahí se quedaron.

Sin emitir palabra alguna, simplemente mirando las ramas secas e imaginando lo hermosas que estarían cuando florecieran los brotes que aún dormían.

Se miraron, aún sin emitir palabra. Dazai buscó algo en su bolsillo y acomodó la mano de su pareja sobre la suya, sosteniéndola, y pasó por su dedo anular un anillo de oro con una pequeña piedra de color azul; justo del mismo color de los ojos de Chuuya. Este lo miró, sintiendo los ojos picarle por las lágrimas ansiosas de salir, como ve un niño a su primer juguete, o quizás aún más feliz.

Lo más feliz que había visto.

Y es que así se sentía.

—Quería dártelo aquí. Me pareció el lugar correcto. —y, claro, el castaño sabía que para Chuuya las promesas eran algo sagrado, inquebrantable; así que qué mejor manera de concretar su matrimonio que comprometiéndose con él bajo el árbol donde prometieron estar siempre juntos.

Evitó parpadear; no quería arruinar el momento llorando, aunque fuese de euforia.

—¡Ja! Por primera vez te comportas como una persona normal. —le golpeó la nariz con la punta del dedo.

Dazai abrió exagerada y dramáticamente la boca, simulando indignación.

—¿Acaso nunca he sido una persona normal? —siguió con su papel de "novio con el orgullo herido".

—Bastardo, casi me obligas a realizar un pacto de sangre contigo —rió, frunciendo el ceño—. ¡Vaya forma de declararse más normal! ¡Lanzándote junto a la persona que te gusta por un puente!

Dazai pintó su rostro con una sonrisa enamorada, acunó la mejilla del pellirrojo y dejó sobre sus labios un pequeño y tierno beso. Casi como un roce.

—No hay nada más hermoso que morir por amor, Chuuya —nunca esos ojos castaños habían expresado tanta sinceridad; o al menos, así le pareció a él. Dazai pareció darse cuenta de la estupefacción del otro, pues, agregó, rompiendo la profunda atmósfera que él mismo había creado—: entonces~, ¿cómo desearías que fuese nuestro hijo? Y antes que digas nada, ¡me pido ponerle nombre!

Se dejaron caer hacia un lado, recostandose de cara al cielo, tomados de las manos.

Chuuya chasqueó la lengua y respondió:

—No decidirás el nombre de nuestro hijo. Eres capaz de ponerle Cangrejo Enlatado Sake de Las Mercedes.

—Pero- —trató de insistir.

—Nada de peros, se llamará Osūya y desearía que estuviese enamorado de ese chico de primer año que estaba obsesionado contigo en la preparatoria. Akutagawa creo que se llamaba.

—Pero, Chuuuuya~, ¿por qué? D":

—Deja de poner emojis, ¡no rompas la cuarta pared >:v! —le estiró una oreja—. Dije eso para que así te salga el tiro por la culata. Además, los hombres no pueden tener hijos.

No vio cuando el castaño se subió sobre él, colocando sus manos a los lados de su cabeza; mirándolo de manera altanera desde arriba.

—Quizás el profundo amor que nos tenemos dé frutos 7w7. —dijo, con una sonrisa socarrona.

Chuuya le devolvió la sonrisa, ladeando la cabeza en un movimiento sensual que hacía querer al castaño olvidar que estaba en un lugar público.

—Profundo va a quedar tu culo hoy 7w7r.

—Ah~, pero que lengua tan sucia, Chuuya. Se vería mejor sobre mi pene~

El pelirrojo rodó los ojos.

—Serás alardodoso.

—Chibi~

—La tienes.

—Pero te entretiene.

—Sí, buscándola.

Después de esa extraña conversación donde al Soukoku le salió verga la cuarta pared y la profesionalidad del escrito; de Dazai perder —otra vez— su orgullo, estuvieron otro rato rememorando tiempos pasados. Hasta que Chuuya se puso de pie, se sacudió la tierra y las hojas secas, se acomodó el cabello y miró a Dazai, que esperaba curioso.

—Voy a comprar un aperitivo. ¿Algo que se te antoje? —preguntó, mirándole.

El castaño fingió pensar y dijo, con su índice y pulgar estirados bajo su mentón:

—A ti. En cuatro. En mi cama. Ahora.

Una patada en su pierna le hizo pensar mejor.

—U-un café sin azúcar estaría bien. —habló sobándose la espinilla.

—Okey. Regreso en un momento.

—Ah, y, Chuuya. —le llamó.

—¿Sí? —se volteó a ver. El sol de la tarde enmarcaba su perfecta figura; cegándolo por un momento y haciéndole perderse en él.

—Nada de alcohol por favor.

—Tsk, ¿por quién me tomas?

Y se alejó caminando. Dazai esperó que se alejase lo bastante para responder:

—¿Un borracho empedernido de metro sesenta?

Lástima que no fue escuchado. Se hubiese cumplido su deseo de morir.

Se dejó caer hacia atrás. Chuuya no demoraría mucho, pero su cuerpo se sentía muy perezoso como para esperarlo sentado. Sus ojos analizaron lo que tenía enfrente. Sobre él se enredaban las ramas del cerezo, desnudas, tapando los rayos del Sol.

Había una pizca de broma cuando le dijo esas palabras y otro poco de seriedad; pues no era secreto para nadie el amor del pelirrojo por la bebida, así como el hecho de lo poco tolerable que era a ella.

Incluso hay una muy divertida historia al respecto.

Una que no olvidaría.

¿Cómo?

Si casi besa a la muerte en el proceso.

«—¡Quiero ver el mundo arder! —exclamó el pelirrojo con las mejillas manchadas de rojo y una botella de vino en la mano derecha. Se encontraban en la despedida de soltero de su amigo de la universidad, Edgar Allan Poe.

Dazai estaba muy tranquilo bebiendo de su juguito de naranja, cuando:

—¡Chuuuuya! ¿¡Por qué me echas gasolina?!

—Porque tú eres mi mundo. —su voz parecía la de una serpiente que se había mordido la lengua.

—Awwww... que tierno. Espera, ¿¡QUÉ?!

Chuuya le vació encima un tanque de gasolina a la par que gritaba como desquiciado epiléptico con retraso:

—¡Arde, perra! ¡¡¡ARDEEEEE!!!»

.

.

.

Calculaba aproximadamente una hora desde que Chuuya se había ido. Incluso se había echado una siesta. Se levantó de su lugar con la intención de ir a recogerlo, seguro que estaba en un bar o se había ensimismado en una tienda de sombreros. Esperaba que fuese la primera, odiaba esas cosas que llevaba el pelirrojo en su cabeza.

Echó a andar a paso lento, aburrido, esperando encontrarlo lo más rápido posible y volver a casa.

Pasaba cerca frente a la cafetería que frecuentaban cuando algo le llama atención: un tumulto de personas se conglomeraban en la acerca contraria. Algunas corrían y otras llamaban por teléfono.

No le tomó importancia hasta que escatimó en un pequeño detalle que había pasado por alto:

Esas personas no se estaban reuniendo, estaban en estado de pánico.

Las vigas que anteriormente estaban suspendidas en el aire, ahora estaban en la calle, destrozadas y destrozando.

Abrió los ojos como platos.

Una cabellera pelirroja y ensangrentada sobresalía entre ellas.

«—Te daría una patada bien lejos de ellas y salvaría a todo el que pudiese.»

Corrió.

Sus pies simplemente se movieron de manera automática. Su mente no procesaba nada.

Empujó a los demás sin medir fuerza, sin pedir perdón. Llegó al centro de todos y lo vio.

Chuuya estaba tirado en el suelo; ensangrentado y semisepultado bajo las vigas de hierro.

Sus rodillas fueron incapaces de sostener su peso. Cayó frente a él, rendido, incapaz de aceptar lo que sus ojos estaban viendo.

—¡A un lado! ¡Emergencias!

La voz de los hombres de la ambulancia no le significaron nada. Solo podía escuchar el zumbido en sus oídos que le decían que todo aquello estaba pasando demasiado rápido para comprenderlo.

Sin darse cuenta, sostuvo las mejillas llenas de corte y sangre, pero aún así perfectas y sonrojadas, de Chuuya. Y explotó.

Lloró.

Gritó.

Sufrió.

Porque todo aquello no podía estar pasando.

Se iban a casar, el anillo manchado de rojo sobre los guantes rotos de su pareja lo demostraba.

Porque no podía tener tan mala suerte.

Recordó unas palabras dichas por su futuro esposo durante una de sus tantas noches de insomnio mirando las estrellas:

«—Espero que un día puedas ser tan feliz como aparentas serlo.»

Porque la única persona capaz de cumplir ese deseo, no podía...

Estar muerta.











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