Ola De Calor (Caché)

By YessicaRodriguez12

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La detective de homicidios Marìa José Garzón. Dura de pelar, sexy y profesional, el emblema de Garzón es su a... More

Capítulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capitulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capitulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capitulo 52
Capitulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Aviso
¡NOTA!
¡Nueva adaptación!

Capítulo 25

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By YessicaRodriguez12

Mientras se dirigían a la zona residencial, Calle sostenía una caja enorme con dos docenas de magdalenas en el regazo. Poché detuvo el coche con cuidado en un semáforo en rojo para que el regalo de la periodista para la sala de descanso de la comisaría no se convirtiera en una caja de migas. 

—¿Qué pasa, agente Calle? —preguntó ella—. Aún no le he oído decir que meta a Morgan Donnelly en la cárcel. ¿Qué sucede?.

—No puede estar en la lista. 

—¿Por qué?.

—Es demasiado feliz. 

—Estoy de acuerdo —asintió Poché. 

—Pero —continuó Calle— aun así vas a comprobar su coartada y si Paxton le extendió un jugoso cheque de despedida. 

—Exacto. 

—Y tenemos una misteriosa invitada sorpresa que investigar: la niñera nórdica. 

—Vas aprendiendo. 

—Sí, estoy aprendiendo mucho. Tus preguntas han sido muy reveladoras. —Ella la miró, a sabiendas de que algo se avecinaba—. Sobre todo cuando acabaste las preguntas sobre el caso y empezaste a meterte en el terreno personal. 

—¿Y? Tenía una historia interesante y me apetecía oírla. 

—Ya. Pues te puedo asegurar que tu cara no decía lo mismo.— Calle esperó hasta que vio cómo se ruborizaba y luego se limitó a mirar fijamente hacia delante a través del parabrisas, de nuevo con esa estúpida sonrisa. Lo único que dijo fue: «Envidia» . 

___________________________________

—Oye, tío, la intención es lo que cuenta —dijo Ruiz. Calle, Roach y una serie de detectives y agentes estaban apiñados en la sala de descanso de la comisaría, alrededor de la caja abierta de Llamas y Azúcar Helado que Calle había acunado amorosamente durante el viaje. El surtido de magdalenas glaseadas con crema de mantequilla, nata montada y chocolate se habían mezclado y se habían convertido en lo que, siendo generoso, podría describirse como el resultado de un atropello. 

—No, no lo es —lo contradijo Villalobos—. Esta tipa nos prometió magdalenas, yo no quiero intenciones, quiero una magdalena. 

—Os aseguro que estaban perfectas cuando salieron de la pastelería —se disculpó Calle, pero la habitación se estaba vaciando alrededor de sus buenas intenciones—. Es el calor, que lo derrite todo. 

—Déjalas fuera un poco más. Volveré con una pajita —dijo Villalobos. Él y Ruiz se fueron a la oficina abierta. Cuando llegaron, la agente Garzón estaba actualizando la pizarra blanca. 

—Repostando —dijo Ruiz. 

Había siempre unos sentimientos encontrados en ese punto de un homicidio abierto, cuando la satisfacción de empezar a ver la pizarra llena de datos se veía compensada por el hecho más notable: nada de lo que había en ella los había llevado a una solución. Pero todos sabían que era un proceso, y que cada detalle que escribían los acercaba un paso más a la resolución del caso. 

—Bien —dijo Poché a su brigada—, la coartada de Morgan Donnelly concuerda con el comité de Tribeca Film. 

Mientras Calle entraba en la sala comiendo con una cuchara una magdalena derretida sobre un papel, ella añadió: 

—Por el bien de sus magdalenas, espero que la ola de calor se acabe en abril. Roach, ¿habéis ido a ver al cirujano plástico de Kimberly Starr?.

—Sí, y estoy pensando en quitarme una cosa horrible que lleva dos años molestándome. —Ruiz hizo una pausa, y añadió—: A Sebas. 

—¿Lo ves, detective Garzón? —dijo su pareja—. Yo doy y doy, y esto es lo que recibo a cambio. —Sebas comprobó sus notas—. La coartada de la viuda encaja. Había pedido una cita a última hora para una «consulta» y apareció a launa y cuarto. Eso cuadra con su salida de la heladería de Amsterdam a la una. 

—¿Hasta East Side en quince minutos? Sí que fue rápida —dijo Poché. 

—No hay ninguna montaña demasiado alta —sentenció Calle. 

—Está bien —continuó Poché—. La señora Starr nos contó finalmente la verdad sobre los engaños tanto a su marido como a Barry Gable con el doctor Boy -tox. Pero eso es sólo su coartada. Investigad las grabaciones telefónicas de ella o del doctor a ver si hay alguna llamada a Miric o a Pochenko, sólo por sia caso. 

—Vale —dijeron los Roach al unísono, y se rieron.—¿Ves? No soy capaz de estar enfadado contigo —dijo Sebas.

_______________________________

Aquella noche, la oscuridad estaba intentando colarse a través del húmedo aire de fuera de la comisaría en la 82 Oeste, cuando María José salió con la caja de la tienda del Metropolitan que contenía su grabado de John Singer. Calle estaba de pie en la acera. 

—Acabo de llamar a un taxi. ¿Por qué no dejas que te lleve?.

—No te preocupes, estoy bien. Y gracias de nuevo por esto, no tenías por qué.—Empezó a alejarse hacia Columbus, camino del metro que estaba cerca del Planetario—. Pero, como verás, me lo voy a quedar. Buenas noches.—Llegó a la esquina con Calle a su lado. 

—Ya que insistes en demostrar lo Valiente que eres yendo andando, por lo menos deja que te lleve eso. 

—Buenas noches, señora Calle. 

—Espera. —Ella se detuvo, pero no disimuló su impaciencia—. Venga, Pochenko aún anda suelto. Deberías llevar escolta. 

—¿Tú? ¿Y quién te protegerá a ti? Yo no. 

—Vaya, un poli que utiliza una gramática correcta como arma. Estoy obnubilada. 

—Mira, si tienes alguna duda sobre si puedo cuidar de mí misma, estaré más que encantada de hacerte una demostración. ¿Tienes tu seguro médico al día?.

—Está bien, ¿y qué pasaría si esto fuera sólo una mala excusa para ver tu apartamento? ¿Qué dirías?— Poché miró al otro lado de la calle y se volvió hacia Daniela. Sonrió y dijo: 

—Mañana te traeré algunas fotos —y cruzó por el semáforo, dejándola allí en la esquina. 

Media hora más tarde, Poché subía los escalones del Tren R en la acera de la23 Este y pudo ver cómo el barrio se sumía en la oscuridad. Manhattan finalmente había tirado la toalla y había sufrido un colapso en forma de apagón que afectaba a toda la ciudad. Al principio se sintió un extraño silencio, ya que cientos de aires acondicionados situados en las ventanas de un lado y otro de la calle se apagaron. Era como si la ciudad estuviera conteniendo el aliento. Había un poco de luz ambiente procedente de las farolas de Park Avenue South. Pero las luces de las calles y los semáforos estaban apagados, y pronto empezaron a oírse pitidos de enfado mientras los conductores neoyorquinos competían por el asfalto y por tener preferencia. Cuando dobló la esquina de su manzana, le dolían los brazos y los hombros. Dejó el grabado de Sargent en la acera y lo apoyó cuidadosamente contra un portal cercano de hierro forjado mientras abría el bolso. A medida que se había ido alejando de la avenida, la oscuridad había ido en aumento. Poché pescó sumini-Maglite y ajustó el tenue haz de luz para no pisar ningún trozo roto de pavimento ni excremento de perro. 

El espeluznante silencio empezó a dar paso a voces. Flotaban en la oscuridad desde arriba, a medida que las ventanas de los pisos se iban abriendo y ella podía oír una y otra vez las mismas palabras procedentes de diferentes edificios: «apagón» , «linterna» y «pilas» . La sobresaltó una tos cercana y enfocó con su linterna a un anciano que paseaba a su perrito faldero. 

—Me está cegando con esa maldita luz —dijo al pasar, y ella apuntó hacia el suelo. 

—Que le vaya bien —replicó ella, pero no obtuvo respuesta. Poché cogió su caja con las dos manos y se dirigió hacia su edificio con la mini-Mag sujeta entre la palma de la mano y el cartón, alumbrando unos cuantos metros por delante de cada uno de sus pasos. Estaba a dos portales de su edificio cuando tropezó en un adoquín detrás de ella, y frenó en seco. Escuchó. Aguzó el oído. Pero no oyó pasos. 

Algún idiota gritó « ¡Auuuuuuuuuuu!» desde un tejado del otro lado de la calle y lanzó algún papel en llamas que bajó girando con un brillo anaranjado hasta que se consumió a medio de camino de la acera. Eran claros avisos de que era un buen momento para encerrarse en casa. En las escaleras de la puerta principal, Poché dejó de nuevo la caja y se inclinó para coger las llaves. Oyó unos pasos rápidos detrás de ella y una mano le tocó la espalda. Ella se dio la vuelta y lanzó una patada alta circular de espaldas que rozó a Calle, y cuando ella escuchó su « ¡Eh!» ya era demasiado tarde para hacer nada que no fuera recuperar el equilibrio y esperar no haberle dado en la cabeza al bajar.

—Calle—musitó.—Aquí abajo. —Poché enfocó su linterna en la dirección de su voz y la alumbró sentada en una maceta de la acera con la espalda apoyada en el tronco de un árbol, sujetándose la mandíbula. Se agachó hacia Daniela. 

—¿Estás bien? ¿Qué demonios estabas haciendo?. 

—No te vi, tropecé contigo. 

—Pero ¿Qué haces aquí?.

—Sólo quería asegurarme... 

—... de ignorar lo que te dije y seguirme. 

—Siempre tan audaz, detective. —Apoyó una de las manos contra el árbol, y la otra en la acera—. Tal vez quieras largarte. Estoy lista para pelear. Ignora el quejido. —Ella no se apartó, pero le puso una mano debajo del brazo para ayudarla a levantarse. 

—¿Te he roto algo? —preguntó, y le enfocó la cara con la linterna. Tenía la mandíbula colorada y arañada por culpa de su pie—. Haz esto —dijo, y enfocó la linterna hacia sí misma mientras abría y cerraba la mandíbula. Lo enfocó hacia Daniela, que siguió sus instrucciones.

—. ¿Qué tal?.

 —Lo más humano sería pegarme un tiro. ¿Tienes alguna bala?.

—Estás bien. Tienes suerte de que sólo te haya rozado. 

—Tienes suerte de que firmara aquella renuncia contra denuncias cuando empecé a acompañarte.—Ella sonrió en la oscuridad. 

—Supongo que ambos tenemos suerte. —Poché se imaginó que Calle debía de haber notado en su voz que estaba sonriendo, porque se acercó más a ella, hasta que hubo sólo un ligero hueco separándolos. Se quedaron allí de pie así, sin tocarse, pero sintiendo la proximidad el uno del otro en la oscuridad de la calurosa noche de verano. Poché empezó a moverse y luego a acercarse ligeramente hacia Calle. Sintió cómo su pecho rozaba levemente la parte superior del brazo de ella. Y entonces una brillante luz los golpeó. 

—¿Agente Garzón? —dijo la voz desde el coche patrulla. Ella dio un paso atrás para alejarse de Calle, y entornó los ojos hacia el punto de luz. 

—Sí, soy yo. 

—¿Va todo bien?. 

—Sí. Ella está... —miró a Daniela, a la que no le estaba gustando nada la pausa mientras luchaba por definirla— conmigo. 

Poché se dio cuenta de lo que sucedía. Mientras retiraban la luz de sus ojos, se imaginó la reunión en la oficina del capitán García después de que ella se hubiera ido y las órdenes que había dado. Una cosa era bromear entre ellos y jugar a su juego de Demasiado Guay para tener Escolta, pero la comisaría era la familia, y si tú eras uno de ellos y estabas en peligro, podías apostar tu placa a que te escoltarían. El gesto habría sido mucho mejor recibido si no hubiera tenido a Daniela Calle pegada a ella. 

—Gracias, pero no es necesario. De verdad. 

—No se preocupe, estaremos aquí toda la noche. ¿Quiere que le iluminemos las escaleras?. 

—No —dijo Poché un poco más rápidamente de lo que pretendía. Luego continuó más suavemente—: Gracias. Tengo —miró a Calle, que sonrió hasta completar la frase—... una linterna.

Calle bajó la voz. 

—Genial. Le diré a James Taylor que ya tengo su nueva canción. Tienes una linterna. 

—No seas tan... ¿Conoces a James Taylor?. 

—Poché. 

—¿Sí?.

—¿Tienes hielo en tu apartamento?.— Poché esperó un rato mientras Calle se frotaba su dolorida mandíbula. 

—Vamos arriba a ver.

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