El รบltimo dragรณn โ”โ”โ” || ๐๐ซ๏ฟฝ...

By Gardemiabotero

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๐„๐”๐ƒ || A pesar de ser criada por la casa Heard, ella siempre pensรณ que llevarรญa una vida ordinaria; pero s... More

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๐•๐Ž๐‹ ๐Ž๐๐„ โ”โ” The hand of the king
โ†ณ ๐‘๐ž๐ฉ๐š๐ซ๐ญ๐จ.:๏ฝฅ.๏ฝฅ๏ฝก
00 | Prologue
01 | Winter is coming
02 | The arrival of royalty
04 | Embroidery and swords
05 | The fall of the broken tower

03 | Feast among the blind and traitors

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By Gardemiabotero









⊰᯽⊱ CAPITULO TRES.
━ ❝ Banquete entre ciegos y traidores ❞ ━










          La noche cayó sobre Invernalia como un manto oscuro de seda.
Silena abrió la puerta de la habitación de Elaena encontrándola sentada, mirando aquellas piedras con escamas, que sin ella saberlo en realidad eran huevos de dragón que su padre le había dejado como recuerdo de su verdadero origen.

La niña, que recientemente descubrió que era un Targaryen no se había movido de donde estaba desde que escuchó la conversación entre el rey y el Guardián del Norte, solo para cambiar de posición y encender las velas para que la habitación se iluminara. Estaba sumida en sus pensamientos, preguntándose qué sería de ella a partir de ese momento. Mientras que en silencio, la doncella se acercó al baúl donde se guardan los vestidos y comenzó a buscar uno para la fiesta que se celebraría en honor a la llegada del rey y sus visitantes.

— ¿Crees que si Lord Stark acepta ser la mano del rey tendré que viajar a Desembarco con él? — preguntó de repente, haciendo que Silena la mirara deteniendo su trabajo.

— No lo sé — le respondió —, eso es algo que Lord Stark tiene que decidir, después de todo estas bajo su protección y si él dice que tienes que ir, debes obedecer sus órdenes.

— Pero. . . ¿Y si yo no quiero ir? — la cuestionó mordiéndose el labio —. ¿Mi opinión no importa?

— Elaena. . .

— He escuchado historias de que el sur es un lugar horrible y que siempre huele a mierda al igual que sus habitantes — Volteo a mirarla —. Por favor, Silena no permitas que vaya.

— Elaena — soltó un suspiro. La doncella se acercó agachándose para estar a su altura —. Eres solo una niña y no te voy a mentir Desembarco del Rey no es un lugar agradable, allí han ocurrido muchas tragedias, pero si Lord Stark anuncia que irás con ellos, debes cumplir su pedido como anteriormente te lo he dicho — le repitió para luego pararse y volver a la búsqueda de un vestido.

— O el rey — murmuró para sí misma. Si Silena escuchó, no dijo comentario alguno.

El vestido que la doncella le escogió para la cena es de color rojo y debajo blanco, que deja al descubierto sus hombros, con unos broches en la parte superior y un cinturón color dorado, de mangas largas que llegaban al suelo, pero el interior es de un verde oscuro, y la capa que la protege del frío es negra con bordes morados, su cabello fue dejado suelto con ondulaciones debido a las trenzas que anteriormente le habían hecho.






──────⊱◈◈◈⊰──────






           La sala principal de Invernalia estaba llena de humo y el aire cargado del olor a carne asada y a pan recién hecho. Los estandartes cubrían los muros de piedra gris. Blanco, oro y escarlata: el huargo de los Stark, el venado coronado de los Baratheon y el león de los Lannister. Un trovador tocaba el arpa alta al tiempo que recitaba una balada, pero apenas se lo escuchaba por encima del crepitar de las llamas, el estrépito de los platos y las copas, y el murmullo de cientos de conversaciones ebrias.

Corría la cuarta hora del festín de bienvenida dispuesto en honor al rey, y Elaena ya se encontraba aburrida, se había sentado al lado de Bran en la misma mesa en la que estaban los príncipes y los demás niños Stark, junto al estrado donde Lord y Lady Stark agasajaban a los reyes.

Aunque el Guardián del Norte respetaba todas las normas del protocolo de la cortesía, había una tensión que solo se ha visto en escasas ocasiones. Hablaba poco, y miraba a la sala sin ver, supuso que parte de ello tenía que ver con la conversación que se llevó a cabo en las criptas, mientras que el rey se había pasado la noche bebiendo, tenía sus mejillas sonrojadas y los ojos dilatados. Había hecho muchos brindis, había reído con todas las bromas y había atacado cada plato como si estuviera muerto de hambre, ella se cuestionó como un hombre como él pudo derrotar al príncipe dragón; y a su lado, la reina parecía gélida como una escultura de hielo.

Aparto la vista de los reyes, y observo su alrededor.
Jon era el único que no estaba en las mesas principales; en su lugar estaba sentado, escondido en un rincón junto a los jóvenes escuderos, parecía estar pasándola bien y bebía vino sin detenerse y ella deseó estar a su lado. No por el vino que constantemente se servía, en realidad casi no le gustaba debido a su amargo sabor; además Eddard Stark les había permitido a los niños beber una copa dada la importancia de la ocasión, pero solo una. Era el hecho de que a diferencia de su mesa donde estaba bajo la atenta mirada de todos, allí no tenía que preocuparse de sus modales y estaba más que segura que los compañeros de Jon son más divertidos que los hijos del rey. Solo había bastado con observar a los visitantes cuando entraron, en ese momento había tenido ocasión de examinar a cada uno de ellos, y se dio cuenta de que sería una noche larga.

Ned Stark iba a la cabeza, acompañando a la reina. Era tan bella como comentaban los hombres. Se adornaba la larga cabellera rubia con una diadema engastada con piedras preciosas, cuyas esmeraldas hacían juego con los ojos verdes. Lord Stark la ayudó a subir a la tarima y la acompaño a su asiento, pero la reina ni siquiera lo miró. Elaena vio lo que ocultaba tras su sonrisa, pese a su corta edad lo notó de inmediato. Ella era una serpiente vestida de seda.

A continuación iba el rey Robert, con Lady Stark del brazo. Para Elaena, el rey fue una gran decepción desde un principio. Eddard les había hablado a menudo de él: él sin par Robert Baratheon, demonio del Tridente, el guerrero más feroz del reino, un gigante entre los príncipes, pero ella solamente veía a un hombre gordo y de rostro congestionado bajo la barba, que sudaba en sus ropas de seda y que la miraba ocasionalmente con ojos entrecerrados. Caminaba como si ya hubiera debido bastante, lo que posiblemente había hecho.

Tras ellos llegaron los niños. El pequeño Rickon iba primero, con toda la dignidad que era posible de un chiquillo de cuatro años. Jon había tenido que apremiarlo para que siguiera avanzando, porque se detuvo ante él para charlar.
Justo detrás iba Robb, vestido con ropas de lana gris con ribetes blancos, los colores de los Stark. Llevaba del brazo a la princesa Myrcella. Era apenas una chiquilla, no llegaba a los diez años, con una cascada de rizos dorados recogidos en una redecilla enjoyada. Elaena advirtió las miradas de reojo que lanzaba a Robb mientras avanzaban entre las mesas y las sonrisas tímidas que le dirigía. Le pareció muy sosa. Y Robb ni siquiera se daba cuenta de lo idiota que era; le sonreía como un bobo.

Luego, siguieron Elaena y Bran. Aunque al principio no había tenido la obligación de hacer esa ridícula entrada, el rey insistió y ella posiblemente no hubiera entendido, si no hubiera descubierto, que es una Targaryen. Él quería demostrar que tiene el control sobre todos y que ninguna aparecida niña con aspecto de la legendaria casa del dragón podría hacer algo para demostrar lo contrario. Entraron tomados del brazo, su mejor amigo con una ridícula sonrisa y ella con su característica expresión melancólica; un amplio contraste entre ambos, pero que extrañamente combinaban.

Las niñas Stark iban con los príncipes. A Arya le había tocado acompañar a Tommen, un niño regordete que llevaba el pelo rubio, casi blanco, más largo que ella. Sansa, dos años mayor, iba con el príncipe heredero, Joffrey Baratheon. El muchacho tenía quince años, era más joven que Jon y Robb, pero para su consternación los superaba a ambos en altura. El príncipe Joffrey tenía el cabello de su hermana y los ojos verde oscuro de su madre. Los espesos rizos dorados le caían sobre la gargantilla de oro y el cuello alto de terciopelo. Sansa, a su lado, parecía radiante de felicidad, pero Joffrey tenía los labios fruncidos con una mirada aburrida y desdeñosa que dirigió al salón principal de Invernalia.

De todas las parejas, le interesó mucho más la pareja que iba detrás de ellos: Los hermanos de la reina, los Lannister de Roca Casterly. El león y el Gnomo. No había manera de confundirlos.
Ser Jaime Lannister era hermano gemelo de la reina Cersei: alto, rubio, con ojos verdes deslumbrantes y una sonrisa que cortaba como un cuchillo. Iba vestido con ropas de seda escarlata, bostas altas negras y capa negra de raso. En el pecho de la túnica se veía el león rugiente de su Casa, bordado en hilo de oro. Lo llamaban el León de Lannister cuando estaba presente, y Matarreyes a sus espaldas.
Entonces se fijó en el otro, que renqueaba medio oculto por su hermano. Tyrion Lannister era el más joven de los hijos de Lord Tywin y con mucho el más feo. Los dioses habían negado a Tyrion todas las gracias que derramaron sobre Cersei y Jaime. Era enano, medía la mitad que su hermano y le costaba seguir su ritmo con aquellas piernas atrofiadas. Tenía la cabeza demasiado grande en proporción al cuerpo, y los rasgos deformes, aplastados, bajo un ceño inmenso. Un ojo verde y el otro negro lo escudriñaban todo bajo una mata de pelo lacio tan rubio que parecía blanco.

Los últimos grandes señores en entrar fueron Benjen Stark, de la Guardia de la Noche, y el joven pupilo de Lord Stark, Theon Greyjoy. Cuando todos se hubieran sentado, tras los brindis y los agradecimientos recíprocos, comenzó el banquete.

Su mirada se volvió borrosa una vez más debido al sueño. Se los frotó con energía. Los perros correteaban entre las mesas tras los pasos de las camareras, sus lobos se habían quedado afuera a pesar de la insistencia de todos por dejarlos entrar a la festividad.

Podía sentir los ojos escudriñadores de la reina, la niña intentaba permanecer lo más civilizada posible, porque algo le decía que ante el más mínimo error estaría en problemas y no quería poner a los Stark en una difícil posición, las cosas ya estaban lo suficiente tensas y eso que a penas era el primer día, no podía llegar a imaginar como serían las próximas semanas hasta que la familia real se fuera.
Después de un tiempo en que pasaron sentados, aburridos, sin ni siquiera hablar; Elaena, Arya y Bran comenzaron a tirarse pequeños trozos de comida el uno al otro, teniendo cuidado de que Lady Catelyn no los descubriera o peor Cersei Lannister.

— Ha puesto a que puedo arrojarle algo de comida a Sansa desde esta distancia y que le caerá en el vestido, o incluso mejor, en la cara — sonrió Arya de forma traviesa, dándole a Elaena un leve empujón como si estuviera tratando de llamar su atención.

— Arya, no lo hagas — le pidió la menor —. Prometimos que nos comportaríamos esta noche y hacerle eso a Sansa cuando se esforzó tanto por hacerlo el vestido que lleva. . . No lo sé; además, Lady Catelyn te descubrirá.

Pero la castaña no prestó atención a su advertencia. Lleno su cuchara con una gran cantidad de puré de papa y se la arrojó a su hermana, quien hablaba entretenidamente con sus amigas. La comida le salpicó en la mejilla, resbalándose hasta caer en su regazo, manchando el vestido. Sansa abrió la boca soltando un grito silencioso, para luego dirigir la mirada a los tres niños sentados frente a ella que la miraban con los ojos abiertos. Bueno, al menos Elaena y Bran. Arya tenía una sonrisa orgullosa dibujada en su rostro por el resultado de su travesura con cuchara en el aire.

— ¡¡Arya!! — chilló Sansa dándose cuenta de que había sido ella. La muchacha a su lado, que es una de las amigas que se mantiene con la pelirroja, tomó un trapo y se lo comenzó a pasar por la mejilla tratando de limpiar el desastre. — ¡¡No es gracioso!! — le gritó indignada y con el rostro sonrojado —. Siempre hace lo mismo, era mi vestido favorito y lo estropeó. . . — empezó a despotricar.

— Te pasaste Stark — comentó Elaena con expresión seria. Tomó la mano de Arya y la dejó sobre la mesa para que no siguiera lanzando más comida; de fondo se podían escuchar las carcajadas que Robb y varios hombres soltaron tras ver lo ocurrido.

— Fue solo una broma, Ela — replicó Arya encogiéndose de hombros —, nadie salió lastimado.

— El orgullo de Sansa salió lastimado, además... —señaló. La conversación se vio interrumpida cuando Robb se acercó a ellas, se puso detrás de Arya y la levantó de las axilas.

— Hora de dormir — exclamó el mayor dándole un leve empujón para que comenzara a salir del salón principal.

«Lady Catelyn debió ordenárselo después de ver lo que pasó», dedujo la niña. Porque si hubiera sido por Robb hubiera dejado que Arya siguiera haciendo de las suyas.

— Quiero irme — Elaena comentó mirando a su mejor amigo unos minutos después —. Comienza a apestar y los adultos empiezan a caer inconscientes por todo el vino que han bebido — dijo arrugando la nariz.

— Creí que nunca lo dirías — Bran se metió un bocado de carne a la boca —. No entiendo por qué les gusta celebrar, las fiestas son aburridas.

— ¿Y a quién les gusta? — se rio la niña — ¡Oh, espera!; a los adultos. Supongo que es por el vino, el baile y la comida gratis — señaló.

Elaena empujo su asiento hacia atrás, se levantó alisando su vestido en el proceso. De pronto, volvió a sentir unos ojos que ardían sobre su persona, aquello hizo que un escalofrío le recorra el cuerpo y no uno del bueno, era de esos que se sienten cuando estás asustado. Volteó buscando al dueño de tan penetrante mirada y se encontró con la reina Cersei Lannister. Ella la observaba como si quisiera saber hasta lo más profundo de su ser, con tanto odio y juicio que la niña se dio cuenta de que si pudiera cortarle el cuello en ese momento, lo haría.
A la mujer parecía no agradarle mucho, tanto como al rey. Apartó la mirada y la dirigió hacia Lady Catelyn quien se sentaba al lado de la reina con rostro inexpresivo, pero en sus ojos se podía ver la preocupación brillando por toda la atención que las visitas le estaban dando.

— ¿Quieres ir a escalar? — Bran le preguntó haciendo que apartara la vista de las personas en la mesa principal y se concentrara en él.

— Pero Lady Catelyn dijo que no podemos escalar más — le recordó.

— Mi madre no tiene por qué enterarse — se burló Bran.

— Lo hará, si uno de nosotros se cae.

— Vamos, Ela. No me voy a caer y tú tampoco, soy un experto y el mejor escalador que hay en toda Invernalia, te atraparé si tropiezas — dijo, poniéndose de pie. Bran tomó su mano y comenzó a tirar de ella, sacándola del salón principal —. Será divertido.

Los dos niños abrieron la pesada puerta de madera que dan hacia el exterior y de inmediato el frío golpeó fuertemente el cuerpo de Elaena haciéndola estremecer. Su aliento salía en grandes volutas blancas, parecía neblina que flotaba hacia las estrellas brillantes que adornaban el cielo oscuro de esa noche.

— No creo que sea un problema escalar, especialmente si puedo tener una vista mejor de las estrellas — murmuró acercando su capa hacia su cuerpo tratando de obtener calor. No podía apartar la mirada del cielo; era toda una obra que, si tuviera su cuaderno de dibujo, lo pintaría.

Bran sonrió para sí mismo y se aseguró de recordar sugerirle la próxima vez de mirar las estrellas desde lo alto. Se veían mejor desde allí, porque parecía como si pudieras tocarlas con solo estirar la mano. Eso la convencería de inmediato, estaba seguro de eso.





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