Revolución

By LCJulia111

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"La libertad puede tener un costo muy alto..." Cien años en el futuro, una guerra nuclear azotó al mundo. Mie... More

Sinopsis
PRIMERA PARTE
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3

Parte sin título 6

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By LCJulia111

-¿Qué haces acá? -pregunté, lo suficiente nervioso como para alzarme un poco del árbol. Ella arqueó una ceja, sus labios afinándose en una sonrisa burlona.  

-¿Es tu lugar privado? -preguntó y se estiró en un intento de verme- ¿No te estarás dando placer o sí? -inquirió, en una pequeña mueca de asco, y enrojecí, totalmente avergonzado.  

-¡No! ¿Cómo se te ocurre? -pregunté, y ella se encogió de hombros como si no fuera la gran cosa. No llevaba su campera ahora, lo que hacía notar aun más sus hombros y sus pechos, no ayudando precisamente a mi concentración.  

-Sos un chico y estás solo, en un lugar desierto -dijo ella,- aparte, saltaste como si te hubiera atrapado enterrando un cadáver. 

-Como vos dijiste, el lugar es desierto -me defendí- no suelo encontrarme con gente acá, en especial chicas.  

-¿Es un lugar para chicos, acaso? -inquirió.  

-No, solo... ¿vas a hacer preguntas a todo? -me quejé y ella río, agarrándose de una piedra salida y trepando, cayendo de un salto sobre el borde.  

-Entonces deberías explicarte mejor -comentó- entonces, no sería tan curiosa -dijo ella, con una sonrisa que me molesto aun más.  

-No hacía nada malo...  

-¿Ah, no? Porque estoy segura de... -dijo, empezando a crear alguna de sus frases audaces e ingeniosas, cuando finalmente vio lo que estaba ocultando, quedándose de piedra- ¿eso es lo que pienso que es? -dijo, mirándome.  

-Espera... -dije, queriendo agarrarlo, pero ella fue rápida. Se arrastró en el pasto y agarró el libro antes de que yo pudiera rozarlo. Lo tomó con ambas manos, como si fuera el más frágil y valioso tesoro.  

-¿De dónde lo sacaste? -preguntó, rozando la portada con los dedos.  

-Eran de mi abuelo -contesté, algo ansioso de verla sosteniéndolo. Tenía miedo de que entrara en un ataque de furia y lo lanzara por los aires, así como había visto a otras personas hacerlo.  

Aun así, ella seguía observándolo, pasando su dedo sobre las letras como si quisiera grabárselas.  

-Esto es asombroso, Theo -murmuró, más atónita que nunca, y sentí un revuelo en el corazón.  

-¿Cómo sabes mi nombre? -inquirí, casi igual de sorprendido que ella.  

-Lo escuché decirlo a tu amigo Peter -contestó como si nada, alzando la cabeza para mirarme intensamente- ¿sabes lo peligroso que es esto verdad? -dijo, mostrando el libro, y asentí, casi molesto mientras me dejaba caer a su lado.  

-Por supuesto que lo sé, mi padre es el gobernador -murmuré y ella abrió aun más los ojos, con un tinte nervioso y ansioso alumbrándose en el fondo de su mirada.  

-¿Tu padre es el gobernador? -repitió, incrédula- ¿y tienes esto? -dijo, alzando el libro y sacudiéndolo frente a sus ojos.  

-Y... no es un holograma -contesté secamente, algo malhumorado. Había otras razones por las que los libros ya no se usaban. Después de la guerra nuclear, hubo una depuración total de los restos de nuestra antigua civilización. Todo lo que quedaba de antes que aun se preservaba, como los libros, películas y otros objetos que fueron reemplazados en el avance tecnológico, fueron sustraídos de sus dueños y llevados a depósitos de la gobernación. En palabras de ellos, esos objetos estaban deteniendo el progreso de la misma manera que las bombas. Nos ataban al pasado y a sus errores, y por lo tanto, eran peligrosos.  

"Son momentos de paz" me acuerdo haber escuchado a mi padre gritar "no podemos seguir pegados a la guerra y la lucha".  

Así que, bajo esas palabras, todo se nos fue quitado. Incluso aquellas historias sobre revoluciones o donde la lucha por los ideales era el tema prominente, fueron extirpadas por completo.  

"Algún día lo entenderás"  

Las palabras crueles de mi padre sonaban en mi mente, trayéndome escalofríos. Había sido una suerte que mi abuelo los hubiera logrado esconder. Ahora cualquiera en posesión de ellos podría ser culpado de revolucionario.  

-¿Así que sabes lo que pasaría si te atrapan, pero venís igual? -preguntó y me miró por un segundo- sos un rebelde.  

-No, no lo soy -afirmé y ella arqueó una ceja, incrédula.  

-Aja, -exclamó- entonces, usas una bicicleta y lees libros solo porque es legal, ¿verdad? 

-No es así -mascullé, haciendo una mueca.  

-¿Y cómo es entonces?  

-Molesta a mi padre -admití, mirando al suelo para no verla a los ojos.  

Odiaba ese sentimiento infantil, pero al mismo tiempo tan placentero que me provocaba él molestarle, el jugar con sus estúpidas y sagradas reglas. Era uno de esos pocos beneficios por los que disfrutaba ser su hijo.  

Aun así, era vergonzoso admitirlo. No entendía porque lo había hecho con ella. Espié para ver su expresión, sorprendiéndome al ver que me miraba con tristeza. Para alguien tan directa como ella hubiera creído que me miraría con vergüenza.  

-Creí que su familia era perfecta -comentó, haciendo alusión a todos esas estúpidas propagandas familiares.  

-Lo es conmigo fuera -contesté tenso y ella hizo una mueca, apartando la mirada.  

-Eso es triste. Los padres pueden ser unos idiotas a veces -dijo y el tono de su voz logró arrancarme una sonrisa, asintiendo.  

-Parece como si supieras de eso -comenté, solo para insultarme al siguiente momento. La expresión de ella se había teñido de tristeza, pura y dolorosa.  

"Imbécil" pensé.  

-Yo... eh... lo siento... -murmuré y ella me lanzó una mirada áspera.  

-¿Por qué lo sientes? -me espetó, de pronto agresiva. Sus ojos ardían como llamas, trabando mi lengua.  

-Yo... no lo sé, creo que dije algo malo -murmuré y ella me miró con desconfianza- además, no tengo que ser un genio para adivinar que algo sucedió con ellos. Vivís con tu tía -dije y sus ojos se volvieron láseres, apretando la mandíbula.  

-Sí, mis padres están muertos, -dijo- no una cosa nueva en este mundo, ¿no es cierto? -comentó mordaz y miró al frente, con su rostro crispado. Yo no sabía que decir, nunca estando en esa clase de situación antes. Además, ¿había algo correcto que decir en esos momentos? Cuando mi abuelo murió, todos decían: "Lamento tu perdida". Yo tenía nueve, pero aun así no entendía el fin de esas palabras. ¿Por qué lo lamentaban? Ellos no lo habían matado. El cáncer lo hizo. Y tampoco valía si les entristecía, porque no lo conocían como para extrañar su falta. Era solo una frase vacía que no podía llenar el espacio que la muerte dejaba.  

Así que simplemente dije lo único honesto que podía decir en ese momento.  

-Me hubiera gustado conocerlos -murmuré y ella alzó la mirada sorprendida.  

-¿Por qué?  

-Porque vos pareces quererlos -contesté- y no pareces de los que quieren por nada...  

-Eran mis padres -discutió.  

-Yo soy la prueba de que eso no significa nada -repliqué y ella se quedó callada unos minutos, apretando los labios como si quisiera discutir más, pero no encontrara con que. Finalmente suspiró.  

-Te hubieran caído bien -terminó murmurando, mirando hacia la ciudad de nuevo. El impulso de extender la mano y tomar la suya, o rodearla con mis propios brazos se hacía demasiado difícil de contener, pero me obligué a mi mismo a quedarme quieto. Aquel dolor era personal, y aunque agudo, nadie podía arrancárselo.  

Nos quedamos un rato en silencio, mirando a la nada mientras el viento nos soplaba al oído, cuando ella finalmente volvió a hablar.  

-Me debes un celular, ¿sabes? -comentó, mirándome- fue un lindo truco, pero honestamente, me gustaba mi teléfono y lo echaste a perder...  

-Era lo único que podía hacer para distraer a Fran, Tamara y todos sus seguidores idiotas -dije- de no ser por mí, ahora probablemente estaríamos en tu funeral.  

-Como vos dijiste, son idiotas -discutió ella- no hay nada que esos pendejos puedan hacerme...  

-Vos no los conoces como yo -repliqué y ella me miró casi cansada, como si no creyera nada en absoluto.  

-¿Entonces, que? ¿Te pasas salvando chicos de ellos? -preguntó- ¿sos de esa clase de rebelde? 

-Ya te dije que no soy un rebelde -contesté.  

-¿Entonces porque me ayudaste? -preguntó y la pregunta me dejó en blanco, refunfuñando y dándole la única respuesta honesta que podía decir.  

-No lo sé -admití- es la primera vez que hago algo así.  

-Hombre, me haces sentir honrada. Yo evitaría hacerlo de nuevo también, no sea cosa de que explotes cosas más importantes -dijo ella sarcástica y la empujé con el hombro- como sea, no voy a perder el tiempo criticando tus, destructivos y evidentemente torpes, métodos de salvamento. Solo quiero saber cómo lo hiciste... la explosión y todo.  

-En realidad no fui yo completamente -admití, explicándole lo de Peter y sus aplicaciones. Cuando terminé, ella estaba riéndose.  

-Eso sí que es genial... -comentó.  

-Tendrías que decírselo a Peter. Te amaría al instante -comenté y ella sacudió la cabeza.  

-No lo va a hacer mucho cuando tenga que reponer mi celular -comentó y sonreí.  

-¿Vas a hacerle pagar a él tu celular en vez de a mi? -pregunté, casi esperanzado, y ella río como si hubiera dicho algo hilarante.  

-Los dos van a darme uno -destacó- después de todo, él creó el estúpido programa, pero vos lo accionaste. La culpa es de ambos.  

-Para eso tendríamos que pagar uno entre los dos -repliqué.  

-No, los daños y prejuicios ameritan otro aparato. Lo siento -dijo ella con una sonrisa maliciosa y eché a reír, sacudiendo la cabeza. Ella sonrió también, estirándose hacia adelante para contemplar la bicicleta.  

-¿Esa la armaste vos? -preguntó y cuando me volteé a contestarla, vi un detalle que no había visto antes. En su espalda, a unos cuantos centímetros de su cuello, había un tatuaje vivo, de un ave volando hacia el cielo y rompiendo unas fuertes cadenas.  

Era un dibujo más peligroso que mis libros.  

-No, la reparé, pero era de mi abuelo también... -murmuré- no había visto antes el tatuaje -comenté y ella ladeó la cabeza, en una cara que expresaba obviedad.  

-La campera no era trasparente, después de todo -comentó y puso los ojos en blanco- el director me obligó a ponérmela, decía que era demasiado revolucionaria.  

-Me imagino porque... -murmuré, lanzando una nueva mirada al tatuaje. Era precioso, pero como había dicho antes, peligroso- ¿Por qué elegiste la libertad para hacerte? -inquirí. A pesar de que en tiempos de mi abuelo la gente desconfiaba de los tatuajes, ahora eran más comunes que antes. Casi todo el mundo tenía alguno. Incluso mi padre tenía alguno en su espalda, según las palabras del abuelo. Claro que la gente se hacía detalles diferentes, mariposas, flores, frases que no querían olvidar...  

Pero esto era diferente. Era una declaración, un deseo.  

-Porque quiero libertad, Theo, así de simple -dijo.  

-Tenemos libertad -comenté y ella me miró descreída.  

-¿Cómo podemos tenerla, si tenemos miedo todo el tiempo? -preguntó y yo no supe que contestar. Honestamente, evitaba pensar en ello. La libertad era un concepto cambiante en estas épocas. Antes era el poder vivir, pensar y hacer todo mientras no lastimaras a otros. Ahora era vivir en paz. El hacer y el pensar se habían restringido para ponernos a salvo. Todos tenían tanto miedo que dejaron hacer aquel sacrificio.  

Evidentemente, Abril era de las personas que no estaban de acuerdo con ello.  

Ella suspiró, como si supiera lo que pensaba.  

-Las cosas podrían ser mejores, Theo, y es el trabajo de todos recordarlo -murmuró- por eso el tatuaje.  

-Lástima que te lo hagan taparlo -comenté y ella me miró, esbozando una sonrisa traviesa y maliciosa.  

-Oh, no te preocupes, -dijo- voy a solucionarlo -prometió, haciendo a sus ojos brillar.

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