The firstborn | Jujutsu Kais...

By daaisxke

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𝐓𝐅𝐁 (Pausada) | ❝ Un demonio en el útero de una mujer ❞ Por el corto tiempo que el grupillo de hechiceros... More

Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VIII
IX
X | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XI
XII
XIII
XIV
XV
𝔈𝔰𝔭𝔢𝔠𝔦𝔞𝔩 𝔡𝔢 𝔖𝔞𝔫 𝔙𝔞𝔩𝔢𝔫𝔱𝔦𝔫
XVI | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
XLIX
L
LI
LII | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
LIII | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
LIV

VII

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By daaisxke

La criatura de dos caras y cuatro brazos, de cuerpo corpulento y de al menos dos metros de altura, se escondía entre las pieles de los animales colgados en vigas de madera, ocultando a su vez su energía maldita para no llamar la atención de las personas en la tribu.
Desde su posición, podía escuchar las risas, conversaciones y cantos por parte de los ancianos a las faldas de la fogata. La castaña clara de ojos verdes reía, su dentadura perfecta, sonrisa encantadora, hermosura divina. Pequeños detalles blancos eran dibujados en su rostro por un anciano, mientras otro hombre colgaba un collar de múltiples piedras y colmillos de algún animal, pulidos y brillosos.

Gruñó. Busco con la mirada pero no ganó nada con ello, se concentró un poco más y rastreó su existencia, camino entre los arbustos y árboles para esconderse, llegó hasta una de las tiendas con techo de paja y cuero grueso de algún animal considerado como paredes. La tienda era redonda, y la gran criatura demoníaca cabía con suerte entre los muebles que lo rodeaban.

Miró a su alrededor, el lugar tan solo tenía una vela prendida que daba una luz muy tenue. Finalmente su mirada se detuvo en la cuna, esta parecía ser un simple trozo de madera grande ahuecado por dentro de una forma ovalada, y sobre la cálida y esponjosa piel como oso polar, yacía dormida la criatura de siete meses, cubierta además por otra manta de lana.
El aroma natural que desprendía tal criatura era encantador, podía sentirlo a cuestión de metros, una aroma totalmente puro que dejaba ver claramente la existencia nueva sobre la faz de la tierra, no había ni un rastro de que hubiera cometido alguna maldad, y aun así, sangre maldita corría por sus venas.
La boca de la criatura demoniaca comenzó a salivar de tan solo sentir el aroma de la nueva criatura, un aroma puro que no tenía cualquier humano más que los bebés recién nacidos, un aroma que debía ser protegido lo más pronto posible antes de que otras maldiciones, otros demonios, fueran por ella a devorarla si es que el Rey de las maldiciones no lo hacía antes.

Le miró fijamente, su respiración lenta y su ceño fruncido, tragó duro viendo a la criatura que era más pequeña que su propia mano. ¿Esa cosa es mía? Pensó, ladeando su cabeza y observando a la pequeña que dormía tranquilamente, o al menos aquello fue hasta que comenzó a mover sus brazos, fruncir su ceño y soltar quejidos. Sukuna se exaltó en su lugar, retrocedió unos pasos feroces soltando un gruñido y provocando que algunas cosas a sus espaldas estuvieran a punto de caerse, logró mantener todo bajo control agarrando ágilmente los garrones con sus cuatro manos, pero las quejas de la pequeña en la cuna comenzaron a ser más notorias.
Se comenzó a urgir, miró a su alrededor como si estuviera buscando ayuda, soltó otro par de gruñidos y finalmente se decidió por caminar a la cuna de la criatura.
Sus manos temblorosas comenzaron a acercarse al pequeño cuerpo, temblorosas al saber que si era descuidado la cosa podía morir. Tenía los nervios a flor de piel. Su mano derecha pasó cuidadosamente bajo la cabeza de la criatura y su mano izquierda pasó por su espalda baja, la levantó con sumo cuidado mientras leves gruñidos salían de su boca sin comprender su despertar.
No quería ser atrapado pero tampoco quería encargarse de un bebé, realmente no soportaba el llanto de cualquier persona. Pero para su grata suerte, en cuanto la tomó entre sus dos brazos y la acurrucó en su pecho, la criatura dejó de soltar quejidos y se mantuvo en silencio, sus ojos cerrados y su rostro relajado.

Comenzó a moverse alrededor de la tienda con la cosa en sus brazos, su mirada fija en ella aún sin creer que podía existir un humano tan pequeño, y eso que ni siquiera la había visto el primer día en que nació. Desde que la mujer se embarazó, esta era la primera vez que Sukuna vio a su hija. Una criatura de suma calidez, tanto así que incluso creyó estar cautivado, creyó que podía tenerla en brazos por toda una eternidad. La tranquilidad de la menor estando en brazos de un demonio lo tenían sorprendido.

Yashiro, la que traicionó a los dioses. Pensó nuevamente. Estaba completamente seguro que sonaba mejor que "Asuka; olor a mañana y perfumes"
Y una tercera mano se asomó para pasar con cuidado uno de sus dedos acariciando el rostro de la criatura. Sí, no estaba consciente de lo que estaba haciendo, y por accidente, una de sus largas uñas negras y afiladas, causaron un muy pequeño corte en su mejilla. Se exaltó abriendo sus ojos más de lo usual y tragando en seco, pero no solo estaba urgido, sino que también sorprendido por el hecho de que sintió aquello. De alguna manera, un corte se asomó en su mejilla derecha, y sintió un fino hilo de sangre correr hasta la punta de su barbilla.

La criatura se sacudió entre sus brazos por unos segundos, y luego permaneció en total silencio. Sukuna se apresuró en pasar la yema de su dedo pulgar sobre la herida, curando está por completo para luego mantenerla en brazo por otros segundos. Segundos que se le hicieron eternos, debatiendo miles de cuestionamientos con su mirada fija en la belleza infantil más pura de la tierra, la criatura que él creó incluso cuando era poco creíble.

¿Qué pasaría si las maldiciones y demonios se llegasen a enterar de dicho pecado?

— Si no te levantas te perderás mis quesadillas... —fue una voz lejana, voz que provocó despertar su consciencia, y poco a poco el recuerdo se iba esfumando.

Lo último que logró ver, fue a su padre dejándola cuidadosamente en la cuna, observarla en silencio un tiempo y luego marcharse sin dejar rastro.
Un recuerdo que había olvidado, y que a pesar de que no se notara a simple vista, tenía algún significado.
Por alguna razón, últimamente, aquellos sueños estaban siendo demasiado frecuentes, y no le agradaban. Se asustaba al creer que podía quedar atrapada y no volver.

— Siento que... dormí por una eternidad —comentó la castaña adaptando sus ojos a la luz de la habitación. La lámpara en su noche de mesa le proporcionaba una iluminación tenue, y podía ver a lo lejos la luz de la cocina americana prendida.

— Sí, el día fue agotador —respondió el azabache, quien doblaba tranquilamente su ropa escolar para guardarla en la mochila que traía. Siempre había una que otra prenda de él en casa de Yashiro, así que aprovechó de tomar una ducha luego de dormir un rato junto a ella, y se cambió el uniforme a unos jeans negros y una camisa igual—. Después de que diéramos nuestro testimonio a los oficiales te dormiste en el taxi ¿Te sientes bien?

— ¿Por? —podía notar la mirada de preocupación en el azabache mientras se levantaba de la cama, se encontró con una ancha y gran camisa que le llegaba hasta las rodillas, impregnada del aroma del muchacho que continuaba mirándole fijamente.

— Bueno... Cuando llegamos al gimnasio no me respondías, solo te quedaste allí viendo los cuerpos y después te desmayaste... No creí que esa reacción fuera algo normal de ti —comentó, observando como la castaña buscaba entre los cajones de la cómoda algo para cambiarse.

Yashiro se detuvo en seco, mordió su labio inferior soltando un suspiro y cerrando sus ojos a la vez para bajar la mirada.
Había pasado más de seiscientos años viendo a todas las personas a su alrededor morir. Hubo un momento en el cual realmente ya se había acostumbrado, pero cuando alguien volvió a tocar su corazón de una manera atónita, las cosas volvieron a cambiar, y la angustia y depresión de las pérdidas humanas la volvieron a atormentar.

— Mi tribu era de guerreros, hombres y mujeres fuertes que protegían a los pueblos y a los animales de maldiciones y demonios... Mi madre era jodidamente magnífica en batalla, experta manejando lo que sea que tuviera filo y un mango... Pero esa noche... —y los gritos desgarradores, la sangre por doquier, los gruñidos bestiales y risas macabras, inundaron sus oídos, mientras la imagen del recuerdo pasaba ante sus ojos—. Nos tomaron por desprevenidos, no tuvieron ni siquiera el tiempo de agarrar el arma más cercana a ellos... Cuando mamá me cargó en sus brazos en un intento de salir libres, la mitad de la tribu ya había sido aniquilada. Segundos después, para cuando me soltó cayendo al suelo, era la única viva en todo el lugar... No tenía ni la menor idea de que eran esas cosas, nunca a lo largo de mi vida me volví a topar con alguna maldición o demonio igual a ellos, y estaba consciente de que no eran animales del bosque. Lo que tú viste en ese gimnasio fue una pequeña idea de lo que yo vi esa noche, y si tengo la oportunidad de vengar a Hirata-sempai y a los demás, como no pude hacerlo con mi familia, entonces créeme cuando te digo que lo voy a hacer.

Sentenció, todo sin dirigirle una sola mirada. El azabache escuchó en silencio, pero no logro imaginar lo que la castaña vivió, solo tenía la imagen de sus compañeros escolares destrozados en el gimnasio.
Cuando vio a la castaña ponerse unos jeans negros con un top de tirantes que parecía más ropa interior que una polera, se urgió creyendo en sus últimas palabras, y su semblante relajado cambio a uno más serio de lo usual.

— ¿Qué haces? —frunció su ceño acercándose a la castaña que se ponía sus zapatillas negras, y esta alzó la mirada mientras hacía el nudo de sus cordones.

— ¿Escuchaste algo de lo que dije, mocoso? —alzó una ceja incrédula.

Takeshi alzó ambas cejas con sorpresa, entreabriendo su boca incapaz de soltar palabra alguna mientras sus manos se posaban a cada lado de sus caderas y miraba atónito a la castaña. Yashiro se levantó de su lugar, arregló sus pantalones, soltó su cabello y lo cepilló, todo esto sin notar la expresión en la cara del azabache, hasta que finalmente se volteó dispuesta a caminar a la entrada principal.

— ¿Qué? —espetó, corriendo al azabache para dirigirse al salón de estar, tomar las llaves del departamento junto a su celular y una gran campera abierta negra con capucha.

— ¿Me estás diciendo que piensas ir al instituto para enfrentarte a... Sea lo que sea la mierda que mató a unos chicos de baloncesto? —se cuestionó sin poder creerlo, y su molestia aumentó aún más cuando la castaña asintió sin problema alguno mientras apagaba las luces del hogar—. ¿¡Estás demente!?

— Escucha, Takeshi... Esa cosa está suelta, estoy completamente segura de que se trata de una maldición de categoría especial ¿Comprendes? Ya mató una vez, no se va a detener a menos que alguien la detenga. Dime, ¿Quiénes serán los siguientes? ¿El equipo femenino de baloncesto? ¿Las animadoras? ¿Tu equipo de volleyball? —la castaña estaba furiosa, Takeshi lo podía ver en sus ojos, así como también veía el miedo de creer que podían dañar a alguien más—. No puedo permitir que te pongan un dedo encima.

Es decir, estaba en penúltimo año de preparatoria probablemente por quincuagésima vez en su vida, y los recuerdos y amistades que formó son valiosas, incluso cuando Yashiro está consciente de que los verá morir a todos y ella seguirá allí, de pie.
Y probablemente aquella era la razón de su actuar, si tan solo podía ganar un poco más de tiempo con quienes la rodeaban, entonces haría lo que fuera por ello.

— Déjame ir entonces —no se rendiría tan fácil.

— De nuevo —suspiró Yashiro cerrando sus ojos por unos segundos—, ¿Escuchaste algo de lo que dije? Es peligroso para ti. Tienes energía maldita fluyendo en tu interior y puedes ver a esas cosas, pero si no sabes como defenderte o atacar con tu energía y técnica, entonces básicamente eres un simple humano que ve cosas raras —abrió la puerta de la entrada, pero el azabache jalo su antebrazo ingresándola nuevamente al apartamento y cerrando la puerta de golpe, acorralándola en la esquina entre la pared y la puerta.

— No vas a salir del jodido apartamento hasta que me dejes ir —espetó con total seriedad, su ceño fruncido con molestia y aquella aura tan amenazante que siempre solía llevar, sobre todo cuando la castaña lo sacaba de sus cabales.

— Oblígame si puedes —contraatacó Yashiro, esbozando una sonrisa de burla gatuna hablando a cuestión de centímetros de su boca, mientras miraba con total seriedad y competitividad al chico.

El azabache bufó, algo que tomó por desprevenida a la castaña. Bufó y mantuvo una sonrisa ladina, casi indivisible, mientras pasaba una mano por la cintura de la castaña acortando la distancia entre ambos y susurrando sobre sus labios.

— Tú lo dijiste, Yashiro.

La castaña se cruzó de brazos soltando un sonoro suspiro más que molesta, estaba endemoniada, totalmente endemoniada en el asiento de copiloto del carro del azabache, con su cinturón puesto como si le fuera a servir de algo.
Negó aún sin poder creérselo. Takeshi, quien notó sus gestos de molestia, soltó una risilla leve que llamó la total atención de la castaña, una risilla leve que permaneció en una sonrisa, intentaba borrarla pero se le hacía imposible.

— No puedo creer que me hayas hecho una amenaza tan infantil como quemar mis mangas, Takeshi —espetó, queriendo borrar a golpes el orgullo que se le notaba en la cara al nombrado.

— Y no puedo creer que te costara cinco mangas de Hunter x Hunter para dejarme venir de una vez, Yashiro —respondió él, y la imagen de sus mangas siendo incendiados en el quemador de su cocina provocó  que soltara un mohín de melancolía mientras hincaba su codo en la orilla de la ventana para ver las oscuras calles—. Por cierto... Tienes un rasguño en la mejilla ¿Es nuevo?

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