Plenilunio (versión revisada)

By Pattmaguina

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VERSIÓN REVISADA (y con ilustraciones :D) Por un error que escapa de todo pronóstico, Dala encuentra por azar... More

Mensajillo de rigor
1. El portal de la luna llena
2. Una falla porcentual
3. Hielo delgado
4. R5T12
5. Orbe
6. Creador
8. Lluvia de inmundicias
9. Cubos y cubos
10. El macaco del lameculos
11. Respuestas y sonrisas
12. Leyendas
13. El plan trazado
14. Quien eres
15. Casi normal
16. Vínculos
17. Distante
18. Un propósito
19. Universo personal
20. ¿Acaso no es evidente?
21. Desplantes
22. Algo insultante
23. Su nombre
24. La convocatoria cerrada
25. La consigna de los elegidos
26. Tardes de instrucción
27. Una orden cruel
28. La voz detrás del umbral
29. Necedad
30. Amonestación
31. Separaciones
32. Contratiempos
33. Un pasado ensombrecido
34. Misión especial
35. La pieza clave
36. Refugio bajo la lluvia
37. Interrogatorio
38. Contradicciones
39. Mensaje susurrante
40. Promesa
41. Bajo la luz eterna
42. Sin importar el desenlace
43. Acuerdo inusitado
44. Represalias
45. Sin precedentes
46. Debacle
47. Que así sea
48. Colosos
49. La nueva encomienda
50. Devenires
51. Epílogo: Cada latido
Escenas post-créditos

7. El concurso de las misiones

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By Pattmaguina

Así que de repente estaba sumergida en el libro de Harry Potter, y yo era Harry y Leo era Snape, y yo acababa de descubrir que todo ese bendito tiempo, aquel personaje tan odioso en realidad había sido mi aliado.

O algo parecido. Oh, los spoilers.

Después de descubrir que Leo era una Madre Teresa de Calcuta encubierta, no dejé de cuestionarme por lo mal que lo había juzgado. Aunque tampoco fui muy dura conmigo misma, el sujeto no ayudaba mucho para dejar una buena impresión. Es decir, para ser de esas personas que tienen un corazón de oro pero quieren ocultarlo al mundo, pues hacía un excelente trabajo en lo segundo. Sin embargo, tampoco era una bondad de persona.

Lo que Ulina me había revelado no dejaba de darme vueltas en la cabeza. ¿Así que él también había sido una falla porcentual? Tal vez por eso me había ayudado, tal vez se había sentido identificado con mi problema. Tal vez... o tal vez no.

La verdad era que no lo entendía; era un tipo que no dejaba ver nada de él mismo. Hermético. Ahora que sabía que tenía un lado benevolente, también podía decir que era misterioso.

—¿Cincuenta años? ¿Cincuenta? —inquirió Sétian escandalizado cuando les comenté a mis compañeros de división las condiciones de mi contrato.

Los cuatro estábamos sentados alrededor de la mesa separando unas hojas de árbol negras de unas blancas, hubiera sido algo sencillo de no ser porque estas eran del tamaño de las una yema de dedo. Nos veíamos estúpidos haciendo eso, pero esas hojitas eran para elaborar tés, pero no cualquier té. Las hojitas negras eran para un «té de convencimiento incuestionable», y las otras eran para un «té de apareamiento instantáneo». O viceversa. No estaba segura de cuál sonaba más peligroso. Y según había dicho Ulina, provenían del mundo de la Noche Eterna. Pero adivinaba que, al igual que con las esferas de retrospección. Ningún ciudadano común encontraría estas cosas en el mercado.

—¿Acaso a ustedes les tocó menos? —pregunté.

—Los que llegan aquí generalmente es o porque consiguieron trabajo o porque no han podido pagar un producto. Y lo normal es que a los deudores nos toque diez o veinte años... tal vez hasta treinta si has sido bien bestia. Pero en tu caso... ¿Cuál fue el resultado de tu prueba?

—Que me dan asco las cucarachas y que soy una fábrica de insecticidas en potencia —mascullé con un resoplido. Y me perturbé cuando ellos me miraron estupefactos y boquiabiertos.

—¿Eres una creadora? —preguntaron los tres al mismo tiempo, me sobresalté un poco por su reacción pero antes de que pudiera asentir, Sétian alzó los brazos en ademán de triunfo.

—¡Gracias Dios! ¡Tenemos dos creadores en nuestra división, todas las misiones serán nuestras!

Y empezó a agitar sus manos como si estuviera vitoreando a algún equipo.

—¿Esto es bueno? —pregunté un tanto confundida por su reacción.

—No es bueno para ti —puntualizó Ulina.

—Pero sí para nosotros —replicó Sétian aún celebrando—. Hay divisiones que ni siquiera tienen un creador ¡Y siempre priorizan a los que tienen creadores para asignar misiones!

—Leo no nos ha mencionado nada de esto —comentó Aluz, perplejo.

—Sí, qué raro. Él siempre viene corriendo a contarnos todo.

Ese comentario sarcástico de Sétian era bastante parecido a lo que yo estaba pensando. Definitivamente no conocía a Leo tan bien como ellos pero no me daba la idea de que fuera una persona que compartiera sus novedades con los demás.

Aluz iba a decir algo de lo que nunca pude enterarme porque la puerta de la oficina se abrió y Leo apareció, como siempre de negro, un par de folders bajo el brazo y una cara más blanca de lo normal, síntoma de un reciente desvelo. Todos nos callamos y reanudamos nuestra tarea. Él barbotó un saludo general para todos y se dirigió a su escritorio.

Lo observé de soslayo mientras él se servía una jarra de café cargado en silencio. Me pregunté por qué él había decidido ayudarme en primera instancia. Dejando por un momento de lado los métodos poco ortodoxos que había utilizado, por lo que me había contado Ulina, el permitirme entrar en Orbe le había suscitado problemas. No parecía que él hubiera sacado un provecho de eso. ¿Por qué lo hizo? ¿Estaba loco?

No estaba segura si es que debía darle las gracias. Estar obligada a trabajar cincuenta años era terrible pero peor era estar bajo tierra.

—El concurso de misiones es en dos semanas —emitió de repente Leo desde detrás de su ordenador mientras escribía algo rápidamente—. Todos deben presentarse el sábado que viene para la revisión de siempre. —Todos asintieron al unísono. —Excepto tú, Dala. Será día libre para ti.

Y tan pronto como habían asentido, intercambiaron miradas de desconcierto que yo no entendí. Por el contrario, yo estaba súper feliz porque ¡Yupi, día libre!

—Pero Leo... —inició Aluz, como manifestando el parecer de los otros—. Dala es una creadora ¿Acaso no la vas a incluir en el concurso?

—Ella no tiene experiencia como creadora —sentenció Leo—. Además es muy joven.

—Pero si ella es sólo un año menor que tú —masculló Sétian y al instante se hundió en su asiento, como disimulando su comentario.

Aquel último dato fue interesante. ¿Cómo alguien de diecisiete abriles podía ser tan sombrío?

—Pero hay tiempo para instruirla —arguyó Aluz, insistente—. Si tenemos dos creadores en nuestra división, tendremos una ventaja por sobre las demás divisiones.

—Podríamos hacerle más competencia a la división de Ditro —agregó Sétian.

Mis miradas iban rebotando de Aluz a Sétian a la faz impertérrita de Leo que los observaba como una estatua desde su escritorio. En realidad, no comprendía en su totalidad sobre lo que estaban discutiendo pero estaba quedando claro que había una actividad en Orbe y Leo no me estaba incluyendo en ella y los demás sí querían que participara porque les convenía.

—Además eso reduciría significativamente la deuda del contrato de Dala —dijo Ulina, uniéndose al conjunto de argumentos.

—¿Qué? —Y aquello sí atrajo mi atención. —Esperen, ¿de qué estamos hablando? ¿Concurso de qué?

—Concurso de misiones —explicó Aluz con calma—. Es una competencia entre las divisiones de Orbe para elegir a las que van a utilizar el portal de la luna llena.

—Esas misiones en Orbe son las más cotizadas. La paga por una misión en el otro mundo es una fortuna —continuó Sétian.

—Por eso reduciría bastante tu deuda con la empresa.

—Podría incluso reducir años... Todo Orbe siempre se pelea por esas misiones.

Estaba segura de que en aquel momento mis ojos habían empezado a brillar con una luz nueva.

—Ella no va a participar —dijo Leo con simpleza y tomó un sorbo de su café.

—Pero...

—¿Acaso alguno de ustedes quiere hacerle compañía el día en que se abra el portal?

Y ante esa pregunta, que dijo con una voz tan aséptica que no sonó a amenaza, todos guardaron silencio y se quedaron cabizbajos. Quise replicar pero Aluz y Ulina me hicieron una seña para darme a entender que ese no era el mejor momento. Me mordí el labio de frustración.

Debía de ser como Ulina había dicho, que ese tipo era una persona compleja porque no entendía cómo era que primero me ayudaba y luego me perjudicaba. ¡Por supuesto que yo querría reducir los años que le debía a esa estúpida empresa si es que había alguna forma! ¿Por qué no me lo había dicho antes ese tipo?

Aunque que él no me informara de algo, en realidad, era normal.

Al día siguiente, apenas le presté atención al discurso del profesor. Además de que estaba algo soñolienta, estaba dándole vueltas a la posibilidad del concurso. Según sabía, el portal al otro mundo se abría cada mes. Si viajaba allá cada mes para hacer lo que Orbe quisiera que hiciera, podría reducir esos cincuenta años por mucho. Tal vez dejarlos en veinte años como en el caso de los demás chicos de mi división... o menos.

El único problema era convencer al idiota de Leo. A pesar de que tenía esa sensación mezclada de gratitud y remordimiento por haber sido injusta en mi juicio con él, estas no eran impedimento para que me sintiera sulfurada. El sujeto era terco y se daba muchas ínfulas para tomar decisiones importantes cuando en realidad era un chiquillo de diecisiete años.

Esa tarde, con todo el fastidio y la exasperación que me mosqueaban tomé mi celular y empecé a golpear con furia el teclado táctil, escribiendo un mensaje iluminado.


Había sido muy divertido de escribir y me había estado carcajeando todo el rato pero realmente no lo pensaba mandar. Aunque sí creía en cada una de las palabras que había escrito. Pulsé el botón en la pantalla táctil del celular y, al instante, me petrifiqué.

Había presionado «Enviar».

Empecé a golpear con mi índice el botón «Deshacer» pero la pantalla se había congelado, como si quisiera alargar el suspenso. Mi cara se había deformado como la de la máscara de Scream y la única razón por la que no tiré el celular al piso fue porque necesitaba ver si es que había enviado o no el bendito correo. Y el enunciado de «Mensaje enviado» apareció.

Observé la pantalla cerca de un minuto con la ansiedad en la punta del estómago. ¿Qué rayos había hecho? Pero, por otro lado ¿qué podía hacer él?

No podía despedirme, si pudiera, ¡tanto mejor! Pero no era el caso. A lo más me mandaría a limpiar los pisos con un cepillo. No obstante, pensar eso no me tranquilizaba. Molestar a Leo hasta ese momento no me había significado alegres consecuencias.

Pero los minutos pasaron y él no respondió. Transcurrió una hora, dos horas. En un punto dejé de morderme las uñas y empecé a pensar que tal vez estaba siendo testigo de uno de esos raros casos en donde los correos se pierden en el ciberespacio. Tal vez el mensaje nunca le llegó.

Tal vez nunca le iba a llegar y simplemente se eliminó en el aire.

Entonces el celular vibró.


Oh, estaba bien jodida.



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