Colores ocultos

By CamillaMora

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Ella lo detesta, él se lo toma a broma. Regan Carrington es seria, aburrida y solo busca cumplir con las met... More

Frase
Prólogo
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Epílogo
Playlist

Capítulo 1

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By CamillaMora

Ciudad de Los Ángeles, diez años después.

Regan aventó la puerta del vehículo con un humor de perros y atravesó la entrada como si aplastara cucarachas. Maldijo a los tacones aguja que, según su madre, «estilizaban la postura de una dama», en cambio, admitía solo para sus adentros que se trataban de una verdadera tortura a la que las mujeres se sometían de buena gana.

Sorteó las diversas herramientas y los neumáticos desperdigados por el suelo de concreto del taller mecánico sobre la calle un letrero en la puerta que rezaba el nombre «Knightly's». Se detuvo delante de un automóvil, posicionado en transversal en medio del camino, lo que le imposibilitaba avanzar más allá.

El lugar era un galpón enorme con las paredes repletas de afiches de automóviles clásicos, al menos eso era un alivio. Regan suspiró, había esperado que estuviera empapelado con imágenes de mujeres ligeras de ropa y con atributos más que generosos. La música que salía por los parlantes colgados en lo alto de la pared contraria era aturdidora. Era alguna clase de banda de rock a la que le debían haber dado un golpe en los testículos al cantante, dado el griterío agudo y sin fin. ¿Cuándo respiraba?

Con una postura rígida y erguida, alzó la barbilla y observó el mundo desde la altura que le permitía su escaso metro y cincuenta y ocho centímetros.

«Una dama jamás camina con la vista fijada en los pies». Los dichos de su madre le reverberaban en la mente como frases intrusivas a las que no lograba ponerles freno.

Dando unos golpecitos impacientes en el suelo con la punta del zapato como cada vez que se impacientaba, aguardó un instante a que apareciera el dueño del local o algún encargado, asistente... ¡Quién fuera!

Unas calles atrás, a su vehículo le había comenzado a brotar humo oscuro por debajo del capot y unos ruidos extraños le auguraron que no viviría por mucho más tiempo. ¡Qué razón tuvo! Solo logró arribar hasta la puerta del taller más cercano que le indicó Google y murió de un paro cardiopulmonar fulminante.

Después de un rato sin que nadie se presentara, ya irritada, aplaudió de forma reiterada y con fuerza. La frustración le crecía a raudales por dentro. Tendría que haber llegado al trabajo hacía unos veinte minutos, sabía que su jefe no perdería la oportunidad para reprenderla como era usual, solo que esta vez tendría motivos.

De pronto, de debajo del automóvil cruzado, se deslizó un hombre con el cabello rubio despeinado como si recién se despertara de una siesta. ¿Estaría tomándose una allí abajo? Traía la musculosa blanca y el jean cubiertos de polvo, manchas de aceite y de lo que parecía grasa negra.



Lo primero que Travis vislumbró, cuando se impulsó con la camilla de mecánico por debajo del vehículo en el que trabajaba, fueron unos tacos altísimos, de un negro impecable que brillaba por el lustre. Ascendió la vista por los tobillos y las pantorrillas y lamentó que el resto estuviera cubierto por una falda tubo y ceñida que bien parecía un atuendo de sirena incompleto. Al elevar los ojos al rostro femenino, frunció el ceño. La mujer lo miraba con tal carga de enfado que lo sorprendió.

Saltó sobre los pies, se irguió y estiró la columna agarrotada por haberse pasado una buena hora bajo el coche. Se apartó los mechones rubios que le caían sobre los ojos con el revés de la mano y cuando la apartó del rostro distinguió el borrón de una mancha de grasa, la que debía haberse desparramado por la frente. Esbozó una sonrisa al contemplar la expresión de repugnancia que se reflejó en la joven, tenía que concederle que estaba un poco roñoso. Travis la observó hacia abajo, puesto que la mujer no era alta, apenas le arribaba al hombro. Era pequeña, parecía un poco estirada y, no sabía la razón, le daban ganas de molestarla un tanto después de la altivez con la que alzaba la barbilla.

Siempre le habían dicho que era un inmaduro y eran en aquellas ocasiones en las que confirmaba esas palabras.

—¡Apague ese estruendo! —exigió la mujer en un grito.

Antes de cumplir la orden de su alteza, Travis se limpió las manos engrasadas en la camiseta y casi escupió una carcajada cuando la joven arrugó la nariz. Sin darse por enterado, se dirigió al equipo de audio y pausó el tema Spit it out de Slipknot. Un silencio vibrante los acogió.

La estirada dejó escapar un suspiró, pero no se relajó, estaba igual de tensa que antes.

—Señor Knightly, hace un rato largo que espero —le recriminó con una voz grave, envolvente, seductora como el chocolate fundido.

La mente no hizo otra cosa que desenrollarle el rodete tirante que le esclavizaba el cabello castaño y se imaginó que este le caía en ondas por los hombros. El pensamiento no se detuvo allí, sino que le desabotonaba el frente de la blusa para descubrir unos senos cubiertos por encaje. No sabía la razón, pero intuía que la mujer de apariencia mojigata usaría encaje. Y, uh, con esa postura rígida, casi la podía proyectar con un látigo de cuero en las manos y unas botas altas hasta las rodillas. Travis gruñó para sus adentros al asaltarlo una oleada indescriptible de excitación.

De molestarla pasó a quererse acostar con ella. No solo era inmaduro, sino que había vuelto a la pubertad en medio segundo y se comportaba como si la mujer fuera una imagen de una revista pornográfica y él estuviera encerrado en un baño.

En medio de pensamientos ambivalentes, se percató de cómo lo había llamado. Travis miró por encima de su hombro y constató que no había nadie detrás. Regresó la vista a la mujer enfadada con el ceño fruncido.

—¿Está segura de que me hablas a mí? —Se señaló el pecho y, luego, agarró un trapo para terminar de limpiarse las manos aún cubiertas de grasa.

—Claro. ¿A quién más? —Ella hizo un paneo con la mano de arriba abajo y con esa carita de asco que tanto comenzó a atraerlo—. Quiero que chequee mi coche. —Apuntó al automóvil de color azul estacionado fuera del taller y que desprendía un humo oscuro por debajo del capot—. Hace unos ruidos raros y echa un humo infernal. Además, ya no arranca.

La joven le tendió las llaves, pero Travis no hizo además alguno por tomarlas, sino que contempló los dedos, largos y finos, y se preguntó cómo se sentirían al recorrerle la piel.

Chasqueó con la lengua y se maldijo por la mente lujuriosa con la que había nacido. Pero a su favor, debía concederse que no le ocurría con cualquier mujer, quizás aquella que tenía en frente con esa postura de maestra sabelotodo, estirada y altiva le captaba la atención de una manera que una dispuesta en su cama no hacía.

—¿Qué quieres que haga al respecto? —preguntó al cruzarse de brazos.

—¡Que lo revise! —exclamó y Travis no pudo evitar dirigir los ojos al pecho agitado de la joven.

Era un tanto plana para sus gustos habituales, demasiado delgada, sin redondeces ni siquiera en las caderas, pero no era el físico lo que lo atraía, sino la actitud pacata. Esbozó una sonrisa que se amplió aún más al ver la expresión de repugnancia que ella le dirigió al saberse examinada como ganado a la venta.

—¿Nos hemos visto antes? —preguntó para asegurarse del error en el que ella incurría.

—No, señor Knightly. Las llaves —lo instó a tomarlas al zarandearlas en el aire—, que tengo prisa.

Él le tendió la palma y ella dejo caer el llavero. Las yemas femeninas apenas le rozaron la piel, pero el sacudón eléctrico que sintió lo dejó sin aire como un golpe en el estómago. Aturdido por la excitación inmediata que lo asaltó por una desconocida, notó que ella tampoco había permanecido inmune ante el contacto.

La mujer se replegó al apartarse unos pasos y se aclaró la garganta.

—¿Cuándo estará listo?

Travis tuvo que recordar de qué hablaban.

—¿Para qué? —Él siempre estaba listo para algunas cuestiones, pero no creía que ella tuviera las mismas intenciones.

—¡El automóvil!

—Ah, cierto. ¿Qué le ocurre?

—¿Y cómo voy a saberlo? —espetó con un aire pedante y engreído—. Usted es el mecánico, le pago para que lo averigüe, ¿o no?

—Claro, yo soy el mecánico y, hasta que no lo vea, no lo sabré. —Travis se rascó la nuca—. ¿Por qué no anotas mi número de móvil y me llamas?

Le dirigió esa sonrisa que hacía que a las mujeres les temblaran las rodillas, sin embargo, la que tenía delante tan solo frunció el ceño y lo contempló como si se tratara de un mosquito.

—¿Quién le dijo que podía tutearme?

Travis descendió la vista al pequeño dedo que le apuntaba de manera acusatoria como si hubiera cometido el peor de los crímenes al no tratarla con la formalidad que esperaba. Conectó los ojos con aquellos amarronados, ella encogió la falange y retiró la mano con lentitud, quizás un tanto atemorizada ante la intensidad del deseo que encontró en su mirada.

La risa le burbujeaba en la garganta a Travis. La pequeña mujer se había inhibido como una colegiala y se había alejado de él unos cuantos pasos.

—No me tutee —ordenó ella sin esperar respuesta y antes de comenzar a rebuscar dentro de la cartera con marcado nerviosismo.

Sacó el móvil y escribió el número que él le dictó con dedos temblorosos. Se había equivocado en un par de números y cuando él se lo indicó, ella le gruñó. Travis, lejos de compadecerse por la joven, no pudo menos que soltar una carcajada.

Era muy graciosa con aquel mohín que formaba con los labios cada vez que él decía o hacía algo desagradable, lo que parecía ser a cada instante.

Al dictarle el último digito, él se subió un tanto la camiseta roñosa, lo que le dejó a la vista el ombligo. Se rascó el abdomen al tiempo que daba un bostezo bien sonoro y con la boca abierta. Ella enarcó una ceja y le dirigió una expresión tan indignada como si perteneciera a la realeza y acabara de ser insultada por un plebeyo.

Travis contuvo la sonrisa que pugnaba por formársele en el rostro. La diversión superaba la excitación que la mujer le generaba. Tenía un impulso de provocarla a cada segundo tan solo para que le mostrara más de aquellas expresiones airadas. Definitivamente, era inmaduro, no cabía duda.

—Entonces, mañana lo llamo para retirarlo.

Ruborizada, la joven se volteó y salió del lugar tan rápido que casi atropella a otro hombre que ingresaba al taller.

Travis, ensimismado, con la mirada fija en la entrada y los pensamientos repletos de cuánto se había divertido en la última media hora, se sorprendió cuando una mano lo palmeó en el hombro y lo devolvió a la realidad.

—¿Quién era? —preguntó el recién llegado de cabellos negros como la noche y de corte disparejo.

—Tienes trabajo, Jack. —Travis le lanzó las llaves y Jack las atrapó contra su torso—. Te pago extra si lo haces rápido —ofreció e hizo un ademán con la barbilla hacia el automóvil color azul estacionado en la acera, por fuera del taller.

—A sus órdenes, sargento. —Jack hizo una venia militar y golpeteó los talones enfundados en unas botas negras.

Como era usual, vestía de oscuro y tenía una presencia amenazadora con aquellos tatuajes en los brazos y los tantos piercings en las orejas, que conseguían que las personas cruzaran la calle al verle. Pero para Travis era su mejor amigo, el que había lo había acompañado tanto en los buenos como malos momentos de la vida.

Travis tenía una pasión y eran los clásicos de cuatro ruedas y Jack Knightly era un mecánico especializado en esa clase de automóviles. Se habían conocido años atrás en una convención y charla fue y vino hasta forjar una intensa amistad. No podían ser más dispares, Jack tenía ojos y cabellos oscuros, tez blanca como la leche y prefería la ropa de color negra y cadenas, en cambio, Travis, rubio, piel tostada y ojos claros, debido a su profesión, casi siempre andaba ataviado con traje. Salvo aquella mañana vestía de forma más casual, puesto que su amigo le había permitido poner en práctica sus conocimientos de mecánica con alguno de los vehículos de uno que otro cliente. Jack solo le dejaba meter mano a los que exigían trabajos menores.

—¿Y qué tal? —preguntó Jack y acarició el Corvette del '57 color turquesa.

La mente de Travis, traicionera, se repletó con imágenes de la mujer y por un momento creyó que era sobre ella de quién quería saber su amigo hasta que se percató del error.

—Pierde aceite y trae problemas el carburador.

—¿Y el otro? ¿El de la entrada, el azul de la mujer que casi me atropella?

—Eh... no sé qué tiene.

Jack bufó.

—Sabes que ya no hago mecánica general. Solo por ti y por la mujer que te dibujó esa cara de bobo que traes, lo haré. —Travis, a pesar de sus treinta y cuatro años, le sacó la lengua al mejor estilo infantil—. Supongo que estaba buena.

—Jack... —le advirtió para luego dibujar una sonrisa—. No tanto en realidad, pero sí que fue divertido molestarla.

El mecánico sacudió la cabeza al tiempo que lanzaba una risotada.

—Travis, te lo juro, un día vas a terminar muy mal.

—Tú solo tenme listo el coche para mañana —pidió el rubio mientras Jack se inclinaba para revisar el motor de una Ferrari california spyder del '62—. ¿De quién es esta preciosura? —Deslizó la palma por el lateral pintado en rojo sangre.

—De Derek. —Jack se tensionó al nombrar al actor—. Se lo compró a un DJ hace unos días y precisaba algunas piezas originales para tenerlo como nuevo. Costó, pero ya está completo y restaurado al diseño original.

—¿Lo has visto en el último tiempo? —preguntó Travis al posar las palmas en el costado del vehículo e inclinarse junto a Jack por debajo del capot.

Jack asintió en respuesta. El silencio se prolongó por unos segundos. Travis sabía que era un tema delicado.

—El accidente lo ha cambiado y no para mejor —comentó el morocho en un tono lúgubre.

—Lo sé. Necesita que estemos a su lado, aunque nos tire algo por la cabeza y nos grite para ahuyentarnos.

—Eso tenlo por descontado, siempre estaremos allí, lo quiera o no.

Derek Kell, uno de los actores más prometedores de Hollywood, había comenzado como un cliente de Jack y el gusto por los automóviles clásicos había conseguido que conformaran una gran amistad. A causa de Jack, Travis y Derek se habían conocido y también habían entablado un fuerte vínculo. Derek les había presentado a Jarod, más joven que ellos, pero que había sabido adentrarse en el corazón del hombre y conquistado a los otros dos. Los cuatro se juntaba cada viernes por la mañana a desayunar en la cafetería Sweet Poison ubicada a unas calles del taller.

Hacía unos meses, el actor había sufrido un terrible accidente automovilístico y, después de varias operaciones, había sido dado de alta con la indicación de hacer reposo absoluto y tratamiento kinésico. Algo había cambiado en el hombre despreocupado y de risa fácil que habían conocido, se había tornado huraño y trataba de mantener a los amigos a distancia. Hasta a Jarod, por el que siempre Derek había tenido debilidad, no le permitía acercarse.

Travis le palmeó un hombro a Jack.

—Me voy, aún tengo que cumplir con la agenda de la empresa.

—Te compadezco. —El mecánico odiaba el tipo de trabajo al que se dedicaba Travis, lo veía como una opresión, pero para el rubio era estar en una pista de baile en la que solo tocaban la música de la que se sabía los pasos—. Hey, ¿ha venido alguien más mientras estuve fuera?

El rubio negó con la cabeza y una sonrisa se le dibujó en el rostro.

—Solo la pequeña estirada.  


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