Something (Adaptación Camren)

By LoloMasen

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"-Si decido ayudarte, no habrá peligro alguno de que termine enamorándome de ella, ¿no? -bromeé dándole un co... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14: Epílogo

Capítulo 8

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By LoloMasen


Lauren's Pov

Pasados unos minutos habíamos recuperado la suficiente fuerza para separarnos. Con suavidad dejé a Camila en la cama y yo me levanté para refrescarme un poco. No me quise mirar en el espejo, por eso no lo hice. Me limité a regresar a la habitación y a meterme en la cama junto a ella, que me dedicó aquella sonrisa de la que al final me había quedado enamorada.

—Eso fue... Vaya—murmuró apoyando un codo en la cama y colocando la cabeza sobre su mano.

—Eso mismo pienso yo —respondí tras respirar hondo. Jamás en la vida me había sentido de aquel modo tras el sexo… Pero supuse que el motivo era Camila. Claro que disfrutaba de las relaciones sexuales, y mucho, y era consciente de que nunca había dejado a ningun amante insatisfecho, pero la intensidad de lo que acababa de hacer con Camila parecía simplemente sobrenatural.

—Sé que tenemos que hablar, pero… ¿podemos hacerlo después?

La miré durante unos segundos en silencio y asentí. Claro que teníamos que hablar, tenía que contárselo todo e iba a hacerlo. Tenía que explicarle por qué me había comportado como lo hice aquella noche y qué era lo que me estaba sucediendo, pero lo haría más tarde. Ni siquiera yo estaba segura de si era capaz o no de darle nombre a aquel sentimiento. Y después estaba Shawn…

Continué mirándola detenidamente, mirando sus hombros y brazos al descubierto y la silueta que se adivinaba bajo la sábana, pues se había cubierto con ella porque hacía algo de frío, sobretodo en nuestras pieles sobrecalentadas. Entonces, de repente, recordé algo y sonreí, pícara.

— ¿Qué? —preguntó ella con una sonrisa interesante aunque dubitativa.

—Tienes que enseñarme algo, me parece.

— ¿Yo? Si ya lo has visto todo —me respondió con las mejillas encendidas.

—No, todo no —murmuré acercándome a ella y apartando la sábana de mi camino.

—Tengo frío, Lauren —se quejó frunciendo el ceño.

La insté a ponerse boca abajo y busqué con mis ojos aquel pequeño tatuaje que había distinguido la primera vez que nos vimos. Lo encontré en el lado derecho de la rabadilla, justo encima de su trasero, y me sorprendió ver que era un colibrí de lado con las alas extendidas, con la mitad del cuerpo turquesa y la otra mitad violeta.

—Aquí está —le dije acariciándolo suavemente con un dedo.

—Ah, el tatuaje —se rio ella apoyando los codos en la cama y girando el rostro para poder mirarme—. ¿Cómo sabes que tengo uno? Creo que nunca te he hablado de el.

—Nunca lo has hecho, pero soy una mujer con ojos en la cara que no pudo evitar mirar tu bonito trasero la primera vez que fui a la cafetería. Hubo un momento en el que te apoyaste en la barra y la blusa se te levantó por detrás, dejándome ver un trocito muy pequeño del tatuaje.

—Así que eres de esas, ¿eh? Pervertida —me pinchó ella haciéndome reír.

—De esas no, todo el mundo lo hace. No se salva ni uno.

Ella se rio otra vez y después cruzó los brazos encima de la almohada, apoyando la cabeza en ellos, dejando que continuara acariciando el tatuaje y su piel.

—Me lo hice cuando murió mi padre —me explicó en voz baja y con los ojos cerrados—. Cuando era pequeña era casi hiperactiva, nunca me estaba quieta e iba de aquí para allá corriendo sin cesar. Como era más bajita que los demás niños de mi edad, mi padre me decía que parecía un colibrí: pequeño, bonito y rápido. Desde que me lo dijo por primera vez solía llamarme siempre así y cuando murió… Pensé que una buena manera de recordarlo era tatuándome uno.

La miré durante unos segundos en silencio y después me acerqué para darle un beso en el hombro.

—Apuesto que le habría encantado. A mí me encanta, desde luego.

Ella se volvió a reír y negó lentamente con la cabeza justo antes de incorporarse hasta que pudo hacerme una especie de placaje para colocarse de nuevo sobre mí.

—A ti te encanta porque eres una pervertida.

—Supongo que lo soy —acepté dándole un beso en la nariz—. Te debo una cena… ¿quieres quedarte?

—Estaba esperando a que me lo propusieras, porque lo cierto es que me muero de hambre —admitió con una risa divertida.

—Yo también, el sexo siempre me deja hambrienta… y no solo de comida —dije con un movimiento sugerente de cejas. Ella se echó a reír y me golpeó el brazo juguetonamente.

—Te propongo algo: vamos a cenar y a recuperar fuerzas, y luego… hacemos otra ronda.

Sonreí de lado, de manera seductora, y, aprovechando que estaba recostada sobre mí, la apreté contra mi cuerpo con la intención de sentir su intimidad para indicarle que no era la única a la que le entusiasmaba la idea.

—Bueno, parece que estamos de acuerdo —se rio de nuevo y, tras darme un beso de lo más interesante, se puso en pie y echó a correr fuera de la habitación cubriéndose con la sábana antes de que pudiera enredarla para que adelantáramos esa ronda.

.

.

.

Me levanté unos segundos después y me puse unos pantalones junto a una sudadera para no andar desnuda por el departamento. Salí de la habitación y me encontré a Camila saliendo del cuarto de baño aún cubierta con la sábana.

— ¿Me dejas algo de ropa? —me preguntó—. Así estaré más cómoda.

—Por mí puedes quedarte desnuda, si quieres —bromeé, aunque quizá no del todo.

—No creo que cocinar desnuda sea muy higiénico… —se rio ella.

—En el armario está la ropa, escoge la que prefieras.

—Gracias. Ahora te ayudo con la cena.

Pasó a mi lado en dirección a la habitación y yo no pude evitar darme la vuelta para darle una palmadita juguetona en el trasero.

— ¡Oye! —protestó Camila entre carcajadas—. Después de cenar me las pagaras.

—Eso espero.

Se metió en la habitación deprisa y yo me dirigí a la cocina con una sonrisa. Mientras me lavaba las manos pensé que hacía mucho, mucho tiempo que no estaba así de relajada y de feliz en presencia de alguien sin que estuviésemos practicando sexo. Camila se reunió conmigo al cabo de unos minutos (se había puesto la parte superior de mi pijama gris que le quedaba de maravilla porque dejaba sus piernas al descubierto) y entre risas y toqueteos preparamos la cena, que constaba de pisto y pollo a la plancha con trozos de queso. Después pusimos la mesa, y cuando la comida estuvo lista nos sentamos dispuestas a cenar para recuperar energías.

—Bueno, ya que el otro día no pudimos terminar de conocernos como es debido… —empezó a hablar ella mientras cenaba—. Cuéntame, ¿cuántas relaciones has tenido?

No quería hablar del tema, pero yo también tenía esa curiosidad respecto a ella, por lo que supuse que tendría que responder primero para poder hacerle la misma pregunta después.

—Relaciones sexuales, muchas —bromeé para no ponerme seria tan pronto, pero ella alzó una ceja y achicó los ojos sin darme tregua—. Está bien… Una.

— ¿Una relación?

—Sí. Una relación estable y formal en los treinta años que llevo en este mundo.

—Vaya… No quiero ser entrometida, pero...

—Ya que has sacado el tema lo mejor será que termine de explicarlo —murmuré mirando mi plato de comida.

—Sí… Me gustaría saber algo más de ti. ¿Cuánto duró?

—Cinco años, casi seis. Pero no salió nada bien.

— ¿Por qué?

—Porque en esos casi seis años, ella, que se llamaba Lucy, estuvo manteniendo otra relación con un hombre haciéndole creer que no había nadie más, lo mismo que hizo conmigo.

Los ojos de Camila se abrieron por la sorpresa, y yo no pude hacer más que asentir.

—O sea que… ¿al mismo tiempo estaba con él y contigo?

—Sí. Ni siquiera lo descubrí yo, me lo confesó ella con indiferencia cuando se cansó de la situación —sacudí la cabeza queriendo alejar de ella los malos recuerdos, aunque era inevitable—. La conocí a los dieciocho años en la universidad y me enamoré como loca de ella. Pensé que Lucy también se había enamorado de mí, pero tenía ganas de probar cosas y le pareció divertido jugar conmigo y con el otro chico. Y esas ganas de jugar le duraron casi seis años. Durante algún tiempo la noté rara… distante, porque casi nunca quería que nos viéramos ni quería que la llamara. Era como si no quisiera saber nada más de mí. Y cuando finalmente di con ella y pude verla, me confesó que había estado manteniendo otra relación con otro chico durante esos años. Le pregunté por qué lo había hecho y simplemente me dijo: "porque tenía curiosidad" —me encogí de hombros.

—Oh... —musitó Camila, anonadada.

—Sí. Me destrozó. A mis veintitrés años yo… ya me imaginaba compartiendo departamento con ella y haciendo que nuestra relación creciera, mientras que Lucy solo había querido jugar conmigo y probar lo que era estar con una chica. Por eso cuando todo acabó me juré que nunca más volvería a enamorarme ni a dejar que nadie experimentará a costa mía… y lo he cumplido —quise añadir "hasta ahora" pero no me atreví. Me daba miedo haber malinterpretado las cosas y hablar antes de tiempo.

—Lamento haber sacado el tema, Lauren. No creí que…

—No te preocupes, es la historia de mi vida. Pero ya está más que superada y soy feliz con la vida que llevo… sin ningún tipo de compromiso con alguien.

Ella sonrió un poco y después asintió.

— ¿Y qué hay de ti? Yo te he contado lo mío —fue mi turno para curiosear.

—Cierto. Yo también he tenido solo una relación formal en toda mi vida. Quiero decir, tuve novios en el colegio, pero nada serio. A los veintidós años empecé a trabajar en una librería y allí conocí a un chico muy guapo que pasaba cada semana por la tienda, hasta que un día me preguntó si quería ir a tomar un café con él… una cosa llevó a la otra y empezamos a salir. Lo nuestro duró dos años.

— ¿Por qué lo dejaste?

—Simplemente porque nos dimos cuenta de que no éramos el uno para el otro y discutíamos demasiado a menudo. Queríamos cosas distintas. Él quería ver el mundo entero y, aunque a mí me encantaría hacerlo, no es una idea que me apasione. Yo era más sencilla que él, que lo quería todo por todo lo alto… Hasta que un día decidimos darnos un tiempo para pensar, él se marchó a China y a los pocos meses me envió una carta desde Perú, diciéndome que iba a instalarse allí durante unos meses y que deseaba que todo en la vida me fuera genial. Fin.

Mi historia era deprimente, la de Camila podía considerarse… peculiar.

—Vaya un chico de mundo.

—Sí.

— ¿Lo querías? —le pregunté sin saber muy bien por qué.

—Supongo que sí… pero no como quiero y espero querer a la persona que vaya a pasar toda la vida a mi lado. Será diferente… Quiero querer sin reservas y de una manera especial. Sé que es anticuado y que a ti esa idea te parecerá absurda, pero así es como lo siento.

—No me parece absurda porque antes pensaba así… Pero después de creer que Lucy me quería de la misma forma que yo a ella y de darme cuenta que era mentira… descubrí que es difícil amar a alguien y que ese alguien te ame a ti de la misma manera.

Ella asintió en silencio, pensativa.

—Supongo que sí. Pero no quiero convertirme en una de esas personas prácticas que envejecen junto a alguien por temor a quedarse solas o que creen que no hay una persona especial para cada uno. Sé que es casi imposible encontrar a tu alma gemela, si es que realmente existe, y que el amor en realidad es un sinónimo de sufrimiento, pero siempre he sido una persona soñadora y… no quiero cambiar ahora. Si dentro de cincuenta o sesenta años continúo soltera será porque no he conocido a mi alma gemela, no porque no exista. Al menos así quiero creerlo.

Me encantaba escucharla hablar. Puede que no compartiera su opinión, pero su punto de vista era muy interesante y su manera de expresarse lo era aún más. Gesticulaba con las manos y ponía todo su empeño en transmitirme lo que me quería contar, y por el momento lo estaba consiguiendo.

—Me gusta tu opinión. Quizá no es la misma que la mía, pero sin duda es la tuya y es tan válida como la de cualquiera.


—La cena estaba deliciosa. No sabía que cocinabas tan bien.

—Bueno, no se me da mal del todo. Y cuando tengo tiempo y a un buen acompañante, pongo todo mi empeño para que quede bien.

—Espero que pongas ese mismo empeño en todas las cosas que haces —me dijo con una mirada sugerente que me encantó y me llenó de energía de la cabeza a los pies.

—Si quieres te lo puedo demostrar ahora mismo.

—No, no. Falta el postre. ¿Por qué parece que nunca quieres tomar el postre conmigo? —fingió molestarse
antes de levantarse de la mesa y llevarse los platos a la cocina. Me di cuenta de que estaba haciendo referencia a la otra vez que cenamos juntas, pues mi huida fue justamente cuando ella estaba sirviendo el postre…

Para no darle más vueltas al tema me levanté deprisa, quité lo que había quedado en la mesa y me dirigí a la cocina, donde me encontré a Camila frente a la nevera, buscando algo de postre. Tras dejar los platos en el fregadero caminé hacia ella y la rodeé con mis brazos, pegando su espalda a mi pecho para después acariciarle la cintura y las caderas e ir bajando poco a poco hasta sus muslos, donde me detuve y comencé el camino a la inversa, subiendo la tela de la camiseta que llevaba.

—Quieta ahí, señorita pervertida —me detuvo ella separándose un poco de mi cuerpo y dándose la vuelta para mirarme con una ceja alzada—. Aún tengo hambre y quiero tomar el postre.

Respiré hondo y alejé las manos de su cuerpo, sabiendo que no sería capaz de detenerme si continuaba acariciándola.

—Hay helado en el congelador, ahora que recuerdo —comenté alzando el brazo y abriendo el congelador para sacar la tarrina de helado de vainilla.

—Mmm… me encanta la vainilla —apuntó Camila. Tras cerrar el frigorífico y el congelador volvió a mirarme fijamente. Se alzó un poco y acercando su rostro al mío, me regaló un beso muy suave justo antes de quitarme el helado de las manos—. Gracias.

Pasó por mi lado y sacó una cuchara del cajón para después salir de la cocina y esperar de pie al lado de la mesa. A través de señas me pidió que me sentara en la silla y, una vez lo hice, se sentó sobre mí y abrió la tarrina del helado.

— ¿Para qué vamos a ensuciar dos cucharas pudiendo compartir una? —me preguntó, a lo que yo asentí, entretenida con su manera de hacer las cosas y más que ansiosa por lo que estaba por venir.

Coloqué una mano en su muslo y la fui moviendo hacia arriba y hacia abajo de manera juguetona, consiguiendo que Camila se descentrara un poco. Después de introducir la cuchara en el helado se la llevó a los labios y lo saboreó cerrando los ojos y suspirando de una manera muy… sensual.

—Está rico. Prueba —me pidió llenando de nuevo la cuchara y llevándola a mis labios. Lo cierto era que estaba muy bueno, pero sabía cómo conseguir que lo estuviera aún más.

Le quité la cuchara de las manos y, aprovechando que la camisa le quedaba un poco grande, se la aparté un poco de los hombros ante su mirada atónita y deposité un poco del helado en su hombro derecho.

— ¡Oye! —protestó ante el frío, pero yo me apresuré a lamer el helado y su piel, consiguiendo que se estremeciera. Tal como había pensado, así estaba mil veces más bueno—. Sí que eres una pervertida, sí —se rio ella con las mejillas sonrojadas, quitándome la cuchara—. Aunque creo que yo también lo soy.

— ¿Y eso por qué? —seguí atentamente con la mirada el recorrido que hizo su dedo índice cuando lo introdujo dentro de la tarrina del helado para después llevarlo a mis labios, pintándolos con la vainilla. Después, se llevó el dedo a la boca sin dejar de mirarme fijamente, descolocandome y sonriendo justo antes de sacarlo.

—Porque me gusta que me mires el trasero y que creas que es bonito, y porque me gusta que te comas el helado sobre mi piel —me respondió justo antes de besarme, pasando sus labios sobre los míos para llevarse de ellos cualquier rastro de helado.

Y aquello fue el remate final. Rodeándola con mis brazos la hice soltar la cuchara, que cayó en algún lugar desconocido del comedor, y me puse en pie para poder colocarla sobre la mesa. Camila me estrechó entre sus brazos y me besó apasionadamente mientras nos despojábamos de la poca ropa que nos cubría, ansiosas por volver a estar juntas y sentir aquella maravillosa sensación que nos había invadido antes y que esperaba no dejar de sentir jamás.



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