― ¿Disfrutas tu comida, Witcher? ―preguntó Matheus, entrando a la cocina para cenar y encontrando a Geralt comiendo.
―Demasiado ―Él sonrió, levantando su cuchara hacia el mago.
Frunciendo el ceño, el hombre se sentó frente al brujo, ambos mirándose a los ojos, el frío en la habitación por su aversión mutua podría haber congelado las ventanas. Mery miró a los dos, colocó la jarra de cerveza entre ellos y decidió que no quería estar en la habitación cuando finalmente decidieron intentar matarse entre ellos; suficientemente malo que tendría que limpiar el desorden después.
―He decidido ―anunció el peliblanco, rompiendo el silencio―. Quedarme hasta que sepa con certeza que Elenia está bien ― dijo, apartando su plato de la cena.
―He estado cuidando a esa chica antes de que vinieras a esta región ―respondió el hombre, olvidando su propia comida―. No necesito que cuides todos mis movimientos mientras ella sana. Elenia estaba sana y feliz antes que tú llegaras.
―Está bien ―Geralt se burló de él―. Por eso la encontré sola en medio del bosque, por la noche, a punto de ser comida por un Kikimora.
―Tenía una migraña ―Siseó Matheus―. No sabes nada de ella, Witcher. La vida no solo comenzó cuando entraste en escena.
El lobo blanco entrecerró los ojos.
―Caminó millas de distancia de su hogar, supuestamente seguro, a causa de una migraña ―gruñó, incrédulo.
El hombre suspiró, exasperado.
―La cantidad de poder que esa chica controla a diario ―dijo, inclinándose hacia atrás y cruzando los brazos―. Ese tipo de cosas no es fácil y sin sus costos, Geralt. Su costo, no solo son esas migrañas.
― ¿Qué quieres decir?
―La migraña que la envió a caminar hacia donde la encontraste, no sé si fue una migraña, o al menos puede haber comenzado como una. Pero, ella puede volverse... sensible... en esos momentos. Cuando Kikimore la atacó, ya había sido atacada por algo más, algo que la llamó y la convenció de abrirse a ella ―Suspiró de mala gana―. Por casualidad estabas en el área para escuchar que estaba a punto de matarla.
Geralt frunció el ceño ante la mesa, confundido.
― ¿Qué podría hacer algo así?
―Algo poderoso ―respondió―. Siempre ha sido una niña curiosa por naturaleza... ―Cerró los ojos con fuerza y sacudió la cabeza ante la palabra―. Una mujer. He pensado en ella como una niña por tanto tiempo. Estuve allí cuando su padre se enteró de que su madre los esperaba, cuando nacieron y después de que murieron sus padres. Prometí como su padrino que nunca dejaría que nada los lastimara, los amaría como si fueran míos, y Dios sabe que lo hago con cada fibra de mi cuerpo y cada onza de mi magia ―Miró a Geralt―. Fallé cuando perdí a Thomas, y me odio todos los días por eso. No puedo perderla también.
―No estoy aquí para quitarte a Elenia, Matheus ―le dijo el brujo, con honestidad.
Moonlight se levantó, empujando su silla contra la pared.
―Pero lo eres, Witcher. Si alguno de nosotros lo sabe. Siempre que abandones este lugar, ella estará contigo, de todas las formas posibles, si aún no lo está ―dijo antes de irse.
Geralt se recostó contra su silla y gimió, solo quería asegurarse de que estuviera a salvo y fuera de peligro. ¿Pero por qué? Estaba aquí a salvo en el hogar de su familia en las manos más que capaces y protectoras de su Padrino Mago. ¿Por qué tenía que quedarse y asegurarse de que estaba bien?
Suspirando y frotándose las sienes, el brujo se levantó y subió los escalones hacia su habitación, pero se detuvo en la puerta de la muchacha, escuchando cualquier cosa adentro, mas no escuchó nada. Él comenzó a tocar, pero lo pensó mejor, era tarde y ella necesitaba descansar. Suspirando de nuevo y dejando caer sus hombros antes de regresar por el pasillo e ir a su habitación.
Elenia se despertó tarde a la mañana siguiente, sintiéndose más normal que en días. No se sentía tan débil y agotada, y la fiebre parecía haber bajado mucho. Sentándose con cuidado en el borde de la cama, el frío del suelo de piedra le subió por los pies descalzos, haciendo que un fuerte escalofrío le recorriera la espalda.
Mirando a su alrededor y encontrando sus zapatillas junto a su tocador, se levantó y se acercó, deslizando sus pies en ellas. Presionando sus manos sobre su tocador y mirando hacia el espejo pegado a ella, se sorprendió al ver su rostro mirándola, su cabello estaba sucio, lodo y sangre; la camisa que llevaba estaba rasgada y manchada, al igual que la falda que llevaba.
―Cristo ― jadeó―. Me veo horrible ―Frunció el ceño, apartándose el pelo del rostro.
Camino a la puerta del dormitorio para pedirle a Mery que le trajera un poco de agua caliente para bañarse, pero encontró la puerta cerrada. Molestándose y moviendo la manija de la puerta nuevamente, estaba cerrada con llave. Gruñendo, se dirigió a su escritorio, abrió varios de los cajones hasta que encontró la llave que había escondido allí en caso de que quisiera cerrar la puerta desde adentro y no se molestara.
―Buen intento, Matheus ―espetó, metiendo la llave en la cerradura y girándola, pero la puerta todavía no se abría―. ¡Oh, pequeño tramposo! ―gritó a la puerta, dándose cuenta de lo que había hecho.
Poniendo la llave en su bolsillo y tomando varias respiraciones constantes, presionó la palma de la mano contra la puerta, cerró los ojos mientras murmuraba un hechizo para contrarrestar el sello que su padrino puso en la puerta, le tomó varios minutos manejarlo y casi sintió como si se hubiera desmayado, antes de que la puerta hiciera clic y pudiera abrirla. Bajó las escaleras y entró en el comedor, encontrando a Matheus y Geralt sentados en la mesa, comiendo tranquilamente sus desayunos.
―Elenia ―El mago sonrió al verla, pero se desvaneció al ver su expresión―. ¿Qué pasa?
Sacó la llave del bolsillo y la deslizó sobre la larga mesa hacia él, casi volcando el vaso de Geralt en el proceso.
―Cerrar la puerta era una cosa, Matheus ―respondió, tratando de mantener su voz bajo control―. Pero sellar la puerta, está jodido.
―Sabía que podías deshacerlo, Elenia ―El pelinegro le aseguró―. No lo puse allí para mantenerte dentro, de todos modos ―agregó, un poco más tranquilo.
La cabeza del lobo de Rivia se giró hacia el otro hombre, una expresión en su rostro sorprendido. Moonlight devolvió una expresión en blanco al Witcher y Elenia se paró al final de la mesa mirándolos a ambos.
―Hombres ―exclamó después de varios momentos―. Malditos hombres. Todo músculo, orgullo y ego. La forma en que ustedes dos se erizan el uno al otro y bailan al borde de querer cortar la cabeza del otro. Uno pensaría que este destino fue para los dos ―argumentó―. Tú ―dijo, mirando a Geralt―. Ni siquiera creas en el destino y en lo que tienes. Y tú, Matheus ―Ella volvió los ojos hacia el otro―. Si estás tan seguro de que vas a cumplir tu promesa, y sabes de que él ama a la otra chica con todo su corazón, ¿cuál es el punto de sacarlo de tu camino? ―preguntó, mirando entre ellos―. Pero, ¿quién soy yo? Solo soy la mujer atrapada entre ustedes dos. Entonces, si ustedes finalmente deciden matarse, no me hagan la razón. Ya tengo suficiente.
La joven se fue antes de que cualquiera de los dos pudiera interponer sus propios pensamientos sobre el asunto. Al encontrar a Mery y pedirle que pusiera agua caliente para tomar un baño, Elenia consiguió ropa limpia. Hizo una mueca al quitarse la camisa, girándose de lado en el espejo de cuerpo entero para ver mejor la herida en su costado. Frunció el ceño ante la cosa fea, casi a lo largo de su costado, pequeñas venas negras como tentáculos que fluyen sobre la piel a su alrededor, una delgada línea de sangre goteó sobre su cadera mientras estiraba la piel allí.
―Eso va a dejar una marca maravillosa ―comentó, antes de deslizarse cuidadosamente en el agua tibia con aroma a girasol.
El agua se sentía increíble para su cuerpo maltratado y adolorido, apoyó la cabeza contra la almohada en el borde de la bañera, y se dejó relajar y flotar en el agua como si fuera una nube en el cielo. Asintió con la cabeza, arrullada, su mente revoloteó entre los eventos de los últimos días, de regreso a la noche en el bosque, sintiendo que algo la empujaba en esa dirección, algo que la llamaba... quererla. Podía oír la voz de Matheus llamando a lo lejos, pero fue la voz de su hermano que la llamaba lo que la hizo nadar más profundamente en su mente, tratando desesperadamente de alcanzarlo antes de que sea demasiado tarde, la inminente sensación de fatalidad y miedo cada vez más cálida.
―Thomas ―gimió, un peso pesado en su pecho creció―. ¿Dónde estás hermano? Vuelve, te necesito, por favor ―rogó―. ¡No!
Salió del sueño, sentándose en la bañera, jadeando frenéticamente por aire.
―Maldita sea ―Maldijo, descansando de nuevo.