Color Club: Dandelion | Ash L...

By Tsundere_Kitty

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El conjunto de vivencias colorean tu corazón hasta alcanzar una gama determinada, el cual, definirá todos tus... More

Introducción.
Hey! I'm your fanboy.
Written in blood.
Happy birthday, onii-chan.

As i lay in roses.

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By Tsundere_Kitty

✩ Pedido realizado para: liloumdr

✩ Género: Hanahaki disease /Canon divergence / Drama.

✩ Ship: AshEiji.

✩ Advertencias: Contiene algunos spoilers del anime/manga. 

✩ Notas del autor: Esto partió siendo una idea pequeña que me consumió por días, no sé cómo se alargó tanto, así que me tengo que disculpar por lo gigante que quedó, el Hanahaki es un tema que disfruto mucho escribir y leer, espero haberle hecho justicia. Fue bastante difícil sacar este pedido porque quería que saliera bien y me atormente sola, quedé contenta con el resultado final, espero que no sea tedioso. 

¡Muchas gracias por leer! 

Rosas para el chico que aprendió que el amanecer más hermoso fue aquel que le rompió el corazón.

Lo primero que él vio cuando despertó fueron unos grandes ojos negros, el fulgor atrapado dentro de esas pupilas fue tan hermoso que coloreó la noche de transparencia, que curioso, aunque solían darle miedo las cosas oscuras aquella resplandeciente belleza no lo intimidó. Él se tocó la cabeza, los párpados le pesaban como si hubiesen estado cerrados durante una eternidad, el cuerpo le dolía, el filo de una intravenosa y la peste del antiséptico lo hicieron saber que se encontraba en un hospital.

—¿D-Dónde? —Él no pudo terminar su pregunta, la expresión que aquel chico esbozó le robó la respiración—. Que hermoso. —El rostro le cosquilleó, la nariz se le tiñó de verano, su boca no pudo articular una respuesta coherente.

—¡Max! ¡Llama al doctor, por fin despertó! —Un hombre fornido y de facciones bonachonas apareció por la puerta con la mandíbula completamente abierta.

—Ash... —Un escalofrío le electrizó la columna vertebral, él dejó escapar un quejido cuando se trató de sentar, aquella venda alrededor de su pecho y sus costillas era gigantesca—. Nos diste un buen susto durante estos meses. —La serenidad en su voz fue una discordancia graciosa para el llanto que dejó escapar—. No deberías preocupar así a Eiji.

—No tiene importancia. —Fue en la beldad de lo efímero cuando él se percató de que le estaba dando la mano—. Pero los chicos de la pandilla se pondrán contentos, ellos han estado haciendo turnos para cuidarte. —Él quiso apartarla, sin embargo, su palma no lo obedeció. Era como si él desease permanecer acunado por tan desmesurada calidez.

—¿La pandilla? —Sus manos parecían haber sido hechas para encajar con las de ese chico.

—Sí, Sing y Cain también han venido, ellos nos han estado ayudando bastante. —Le tomó tiempo asimilar esa confesión, el parpadear de las luces lo mareó, el pitido del electrocardiograma le resultó hilarante.

—Mocoso imprudente. ¿En qué estabas pensando cuando llegaste apuñalado al aeropuerto? Ibe se desmayó cuando te vio desplomarte.

—¿Ustedes son oficiales? —Esa fue la conclusión más lógica a la que pudo saltar—. No entiendo bien lo que me quieren preguntar. —Era común que lo interrogasen mientras estaba internado, después de todo él era la mascota favorita de Dino Golzine.

—¿Oficiales? —Él no lo comprendió, no obstante, su pecho se aplacó con violencia cuando la mano del japonés tembló—. Ash, esto no es gracioso. —Cuando esas obsidianas se vieron opacadas por la desesperanza él pudo escuchar a su corazón quebrarse.

—¿Entonces, quiénes son? ¿Acaso trabajan para Golzine?

—¿Q-Qué?

—Eiji... —La tensión los abrumó—. Mejor llamemos al doctor, no creo que este jugando.

El diagnóstico fue «amnesia retrógrada». Al existir distintas zonas para almacenar la memoria, él podía recordar hábitos o reflejos a la perfección, sin embargo, cuando se trataba de memorar el último año de su vida un gigantesco lago era su respuesta. Era como si alguien le hubiese arrancado de la cabeza un pedazo de tiempo para dejarlo varado en ese hospital. Le tomó bastante asimilar y aceptar lo sucedido. Él se había desmoronado tras ser apuñalado por uno de los hombres de Shorter mientras se arrastraba al aeropuerto.

La pandilla había cambiado bastante durante su ausencia, apelando a su lealtad él les exigió que le contasen su versión de los hechos, aunque enterarse fue demasiado, de alguna manera él ya lo sabía. Tal vez solo se negaba a recordarlo. A Ash Lynx debió impactarle que su hermano mayor estuviese muerto al igual que su mejor amigo, sin embargo, no lo hizo, su corazón le gritó que eso era lo mejor. Algunas imágenes borrosas empezaron a chispear entre sus neuronas y no le quedó más que aceptarlo. No podía hacer nada. No por llorar los traería de regreso, él era consciente, no obstante, de todas maneras él se permitió estar de luto. Pero no todo era terrible, Max Lobo había revelado las asquerosidades que ocurrían en el Club Cod, la casa blanca estaba en verdaderos aprietos y la existencia del banana fish le fue aclarada. Eso era suficiente mientras se trataba de recomponer. Las piezas encajaron con lentitud al quedarse internado, era como si su historia estuviese cayendo en su lugar de manera paulatina. Todo tenía sentido. ¿Todo? Sí, excepto por una cosa.

Eiji Okumura.

Nadie supo responderle con certeza lo que ese chico significaba para él, era escuálido, torpe e ingenuo. ¿Qué diablos hacía en una guerra contra la mafia? La inocencia que chispeaba en esos ojos le pareció tan aterradora como la naturalidad con la que sus compañeros lo traicionaron para enviarlo a casa con el japonés. Pero lo bizarro de esa amistad no era lo más insólito, no, sino la ferocidad con la que toda su mente dejaba de funcionar para enfocarse en él.

—No es tan grande como el apartamento que tú compraste pero aquí he estado viviendo. —La curiosidad lo hizo repasar cada centímetro del lugar, sus hombros se tensaron, él no estaba acostumbrado a un ambiente tan hogareño como el que le dieron esas paredes.

—¿Yo compré uno? —El aroma a rosas le llenó los pulmones de melancolía.

—Sí, con el dinero de Dino Golzine, fue toda una hazaña. —Contener su risa fue imposible. Aún no estaba acostumbrado a la idea, sin embargo, era verdad, las noticias se lo confirmaron.

Él era libre.

—Ya veo... —Aunque solo se encontraban a dos metros él sintió un terrible impulso para correr a abrazarlo—. Se escucha como algo que yo haría. —Pero él mantuvo la parsimonia, ninguno se movió en la sala.

—Lamento que te tengas que quedar conmigo, debe ser incómodo considerando que no me recuerdas. —La tristeza en esa sonrisa fue violenta, la garganta se le cerró, la respiración lo desgarró como si se hubiese tragado un ramo de espinas.

—El doctor dijo que esto puede estimular mis recuerdos.

—Lo sé, me siento tranquilo. —Ese chico era un pésimo mentiroso, sus emociones habían coloreado su rostro como si fuesen un lienzo.

—Además la pandilla está de acuerdo. —Para Ash Lynx fue degradante ser regañado por sus hombres para que corriese al lado del japonés—. Tuvieron bolas para desafiarme. —Que Bones lo golpease por preocuparlos le pareció irreal, un par de meses en coma y ellos ya se creían los dueños de la ciudad.

—Estaban preocupados por ti. —La ternura en esos ojos lo forzó a parpadear—. ¿No te preguntaste quién te fue a dejar todas esas calabazas? —Las mejillas le ardieron, las cejas le temblaron, la furia lo calcinó.

—¡¿Cómo saben eso?!

—Fue bastante lindo cuando me lo contaste. —El alma se le erizó ante semejante picardía—. Espero que logres recordar ese Halloween, tu expresión fue adorable.

—Yo... —El estómago le retumbó para delatar su pasada anemia.

—Cierto, te voy a hacer algo de cenar, la comida del hospital es bastante mala. —La naturalidad con la que esto ocurrió fue sofocante. Él no lo entendió—. ¿Qué te parece algo de natto por los viejos tiempos?

—Eso es asqueroso, no lo quiero. —Sin embargo, su vida parecía tomar curso sola cuando estaba con el moreno—. Acabo de salir, no quiero regresar internado por una intoxicación. —El puchero que él esbozó fue la expresión más adorable que pudo contemplar.

—Parece que tu carácter sigue intacto. —Él se dejó caer sobre el sofá. Una felicidad inexplicable brotó de lo más profundo de su pecho para ahogarlo, supuso que el doctor tenía razón, con el apoyo de personas significativas y constante terapia su mente terminaría recordando.

—Eiji... —No obstante, había una pregunta cuya respuesta necesitaba ser clamada con desesperación—. ¿Por qué no regresaste a Japón? —La tensión se entremezcló con el vapor de la cocina, el corazón se le hundió en lo dorado de la mañana—. Alex me contó que te mantuviste a mi lado incluso cuando te traté de apartar, eso se escucha bastante problemático. —Quienes lo ayudaban siempre querían algo a cambio, esa era una regla para su supervivencia.

—¿Por qué? —La manera en que Eiji Okumura lo miró—. Porque me importas. —Le hizo saber que él era su primera excepción.

Que extraño.

Aunque odiaba compartir espacio con los demás, vivir con el japonés le pareció tan dulce como natural, era como si llevasen una vida coexistiendo juntos, la sensación era agradable y liberadora. Liderar la pandilla no fue un problema a pesar de su falta de memoria, sin Dino Golzine o Frederick Arthur merodeando como carroñas fue mucho más sencillo poner orden en el centro. Tanta felicidad fue abrumadora.

—Maldición. —Él tomó un pétalo negro entre sus dedos—. Otra vez está pasando. —Llevaba dos semanas tosiéndolos como una especie de resfrío.

—Acá están los libros que pediste. —La biblioteca pública de Nueva York era su lugar favorito, el aroma de los manuscritos creaba una sinestesia embriagadora junto al dorado de las luces. Era un momento donde podía solo sentarse en silencio, sereno, para alejarse del mundo de la violencia y la lucha.

—Gracias. —Aunque algo parecía haber cambiado por culpa de ese chico.

—No me digas que vas a leer todo esto ahora. —Esa sublime soledad con la que se solía deleitar fue reemplazada por una ternura infantil. Era ridículo, a pesar de ser de mundos diferentes sentía que Eiji Okumura lo entendía mejor que nadie, ninguna de sus máscaras era lo suficientemente gruesa como para engañarlo.

—¿Algún problema? —El más bajo se acomodó al frente tras chasquear la lengua, no le tomó mucho tiempo adivinar que su placer era molestarlo—. Si te aburres puedes ir a comprar un manga.

—Presumido. —Fue encantadora la determinación con la que tomó uno de sus libros y se dispuso a investigar—. Te voy a ayudar con esto. —La curiosidad con la que se encendieron esas obsidianas lo hipnotizó—. ¿Estás interesado en el Hanahaki?

—¿Conoces la enfermedad? —Él asintió.

—Quien la padece tose pétalos por un amor unilateral. —Los dedos se le crisparon contra la tapa del libro, su mente chispeó recordando las rosas—. No tiene un ritmo determinado, pero puede llegar a ser mortal sino se trata. —Como si se estuviese haciendo presente él tuvo que tragarse un pétalo para evitar la tragedia, esto era molesto.

—¿Tiene cura?

—La tiene. —El moreno ni siquiera tuvo que mirar el manuscrito para saberlo—. Se puede extirpar mediante una operación, pero no suele ser el caso. —Sus yemas delinearon los bordes de la mesa, su atención pendió en la melancolía del jade—. Porque cuando se elimina la infección desaparecen todos los sentimientos románticos que se tenían hacia la otra persona. —El miedo le caló la consciencia de manera garrafal, él se apretó el pecho.

—¿No existe otra manera? —Que estupidez, ni siquiera sabía por quién estaba sufriendo dichosos síntomas, sin embargo, le aterraba desterrarlos de su corazón. Pero él era el lince de Nueva York, él no podía permitirse semejante debilidad.

—Supongo que acabando con el amor unidireccional. —El japonés dejó caer su mentón contra su palma—. Pero no debe ser tan fácil como suena. —Esta situación también era demasiado para él. Tener de regreso a un Ash Lynx desmemoriado era simplemente cruel.

—¿Tuve una novia el año pasado? —Él no podía romperse ni culparlo por la situación. Era irónico que esos jades lo significasen todo para él mientras él no era más que una página en blanco.

—No que yo sepa. —La decisión correcta fue deshacerse de la carta—. Voy a comprar un hot dog, muero de hambre. —Lo importante era que él estaba bien, no podía ser egoísta ni anteponer sus sentimientos.

—Te acompaño. —La reacción fue automática—. Yo... —El rostro le ardió cuando lo apretó de la muñeca. ¿Por qué le aterraba tanto separarse?—. No puedo concentrarme con el estómago vacío, necesito combustible.

—Era de esperarse, te perdiste el desayuno por estar durmiendo. —Él chasqueó la lengua, su brazo cayó sobre aquellos delgados hombros con una comodidad peligrosa—. Por eso Sing se comió tu porción.

—Aún no puedo creer que Chinatown se encuentre gobernada por un enano. —La calidez del japonés invadió las grietas de su cordura—. ¿En qué diablos estaba pensando Shorter? —Él presionó sus párpados para tragarse un pétalo, de alguna manera Eiji Okumura se las arreglaba para hacerse más bonito cada vez que lo miraba.

—Te va a agradar con el tiempo, te admira bastante.

—Ya lo veremos.

Sentarse en las escaleras de la biblioteca pública mientras sostenían un par de hot dogs humeantes le pareció irreal. La tranquilidad con la que circulaban los transeúntes, el murmullo de las calles y el tintinear de los postes. ¿Siempre fue así de pacífico Nueva York? El contraste entre lo salado de la brisa y lo fuerte de la mostaza lo hizo sonreír, él no pudo evitar contemplar a su acompañante cuando lloriqueó por el picor. Esa ternura fue arrebatadora. Los rayos del atardecer se posaron sobre sus pestañas para teñirlas de abenuz, sus mejillas enrojecieron por el frío, su flequillo danzó bajo la escarcha, sus labios se fruncieron antes de soplar. Él quedó embobado por la imagen.

—¿Veníamos acá seguido? —La atmósfera fue suave.

—¿Recuerdas algo? —Casi romántica.

—No, pero este es uno de mis lugares favoritos. —Sus piernas cosquillearon cuando chocaron con las del japonés, un espasmo le acarició desde la cordura hacia la locura.

—Lo sé, solías venir bastante por acá. —Nueva York se profesó lejano en ese retazo de irrealidad—. Especialmente cuando estabas de mal humor, lo que era bastante seguido, por cierto. —¿Había escuchado bien? Este sujeto no lo trataba con el respeto que su pandilla le profesaba.

—Supongo que cierta persona me ponía de mal humor. —Él no lo miraba con miedo ni era cauteloso a pesar de su reputación. No, esto era diferente.

—Max temía que tu personalidad se viese alterada por la amnesia pero veo que estás bien. —La indignación en la voz del moreno lo llenó de satisfacción, provocarlo era divertido—. Sigues siendo insoportable.

—No te enfades. —Él le presionó el entrecejo—. Te van a salir arrugas si sigues frunciendo el ceño, pronto serás un viejo feo. —La estática lo impulsó a continuar el juego, aun bajo el vapor del pan él pudo vislumbrar la cólera en su aliento.

—No me trates como si fuese un anciano, solo soy dos años mayor que tú.

—Y aun así pareces un niño. —Ash se encogió de hombros—. Con razón te vistes como uno, no debe haber ropa de tu talla, chibi-kun. —Insultar a nori nori fue un golpe bajo.

—Mira quien habla, tú te estás comportando como uno. —Verlo enfurruñado mientras devoraba su hot dog lo hizo reír.

—Y tú como un gruñón, onii-chan. —Aquellos ojos se vieron rebosados por la pena cuando musitó aquello—. ¿Qué? —La crueldad con la que su pecho se desgarró lo paralizó—. ¿Dije algo malo? —Vislumbrar cómo las lágrimas repasaban las mejillas del japonés para caer por su mentón fue lo más doloroso que él sintió.

—No es nada. —El moreno siguió comiendo sin encontrar consuelo—. Solo me trajiste nostalgia.

—¿Nostalgia? —Ash Lynx tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abrazarlo. ¿Por qué le dolía tanto verlo llorar?

—Supongo que no has cambiado. —Él no supo la respuesta, sin embargo, un ramo de flores le brotó de los pulmones en ese desconsuelo.

Rosas negras para el chico que enterró el amor verdadero cuando olvidó a la libertad.

—¡No! ¡Por favor no! ¡Shorter!

Aquel lamentable jadeo le desgarró la garganta cuando despertó de golpe por culpa de las pesadillas. Aunque ya tenía una buena idea de lo que había ocurrido durante su ausencia y juraba haber navegado las olas de su laguna en blanco, a veces los recuerdos traumáticos lo ahogaban en la sorpresa. El pánico no lo dejó respirar, él se encogió entre las sábanas mientras se tiraba el cabello, el sudor le había empapado la cordura, el rostro de su mejor amigo muerto se le quemó en las pupilas como ácido corrosivo. Él era un asesino. Una maldita máquina para matar, rosas negras cayeron tras golpear el colchón, le era común toserlas de noche.

—¡Mierda!

—¿Ash? —El nombrado se mantuvo en silencio mientras era devorado por la locura—. ¿Estás bien?

—No.

—¿Tuviste otra pesadilla?

El americano no le dijo palabra alguna cuando se sentó a su lado, para Ash Lynx esto era inconcebible, él no podía darse el lujo de mostrar debilidad, sin embargo, se sentía diferente bajo dichosa suavidad.

—¿Me quieres contar? —Eiji era amable, él nunca traspasaba los límites que le imponía, eso lo hacía profesarse a salvo.

—Lo lamento. —Él tiritó cuando esos delgados brazos lo rodearon, era como si hubiesen sido creados para acunar a un hombre despedazado como él.

—Ya pasó. —Aquellos dedos se enredaron en su cabello consiguiendo que una descarga eléctrica le recorriese desde la espina dorsal hasta el corazón—. Ya nadie te puede hacer daño, estás conmigo, yo te cuidaré.

Fue en ese momento donde él dejó que su llanto empapara la camisa del japonés, articular un pensamiento fue imposible, aunque Dino Golzine estaba muerto y él estaba asistiendo a terapia los traumas eran profundos y los recuerdos despiadados. Él no podía tener una vida normal. ¿Con qué derecho la deseaba? Sus manos estaban manchadas de sangre, él se tenía miedo, porque no sentía nada.

—Estás a salvo. —La garganta se le cerró, Eiji estaba siendo tan dulce que ya no sabía qué hacer.

—Maté a Shorter... —Sus dedos temblaron contra su camisa—. Soy un monstruo. —Lo terrible de ese recuerdo no fue haberle disparado a su mejor amigo, sino saber que estuvo a punto de perder al asiático también.

—Ya deja de cargar con esto solo, no eres responsable de lo que ocurrió, escucha de vez en cuando a tu terapeuta, a Shorter no le gustaría verte así. —La ternura en esas caricias opacó la violencia de las pesadillas.

—No me dejes. —Él no entendió la razón por la que musitó aquello, no obstante—. Por favor, no te vayas. —Lo dijo una vez más.

Fue ahí cuando Ash Lynx terminó de romperse.

Porque esa noche él entendió que el dolor era mucho más ameno con la presencia del japonés, él era su lugar seguro, él llevaba meses anteponiendo su comodidad a pesar de haberlo olvidado, él lo llenaba de una ternura incondicional sin esperar nada a cambio. Todos aquellos pensamientos lo aterraron de golpe, el rubio no quería manchar esa amistad, no obstante, al aferrarse con desesperación a tan desmesurada calidez, él supo que eso era imposible.

Que terrible fue haberle encontrado un hogar a su corazón.

Estuvieron abrazados hasta que amaneció, cuando su consciencia lo forzó a alzar los párpados el pánico le inundó el estómago al ser víctima de la soledad. El crujir de las ollas, un melifluo tarareo y el tentador aroma a camarones salteados lo arrastraron hacia la cocina. Una tonta sonrisa se trazó entre sus mejillas cuando vio a Eiji cocinando con un delantal amarrado a la cadera. Él ni siquiera lo pensó, sus piernas lo arrastraron hacia la escena para que su mentón cayese sobre aquellos delgados hombros y sus brazos rodeasen esa fina cintura.

—¿Qué estás cocinando? —El vapor le cosquilleó la nariz para quitarle el sueño—. Hueles delicioso, onii-chan. —El cuerpo del aludido se tensó, la espátula se detuvo mientras las orejas le enrojecían.

—¿A-Ash?

—¡Lo siento! —Él se golpeó la cabeza con una sartén colgada cuando retrocedió—. Debo seguir dormido. —Su risa nerviosa no lo ayudó a disimular. ¿En qué diablos estaba pensando? Él era su mejor amigo, no su pareja.

—No me sorprendería. —La picardía en ese mohín le erizó la piel—. Anoche te aferraste a mí como un niño pequeño, fuiste muy lindo. —Él bufó antes de acomodarse sobre la mesa.

—Serías una esposa mucho más adorable si controlaras tu mal carácter. —El japonés le sacó la lengua como respuesta.

—Si sigues así vas a comer camarones quemados. —El más joven se acarició el pecho, a estas alturas él podía prever la aparición de los pétalos—. ¿Tú no ibas a salir con Max?

—En la tarde. —El moreno apagó la estufa—. No me extrañes demasiado, sweetie. —Que rodase los ojos le pareció lindo.

—Escucha, necesito preguntarte algo. —La estridencia del timbre lo interrumpió, el rubio alzó una ceja mientras trataba de disimular lo atontado de su expresión, ¡pero no era su culpa! El japonés se veía demasiado adorable con ese delantal de nori nori.

—¿Esperas a alguien? —No era extraño que la pandilla vagase en ese apartamento para verlos.

—Sé quién es. —El moreno vació la sartén sobre un bol de ensalada—. Ojalá este lo suficientemente bueno para el señor americano.

El rubio no le dio más vueltas al asunto, él se limitó a devorar su ensalada de camarones mientras el contrario atendía la puerta, aprovechando la soledad él tosió los pétalos que estaban floreciendo en su garganta, esta tarde Max lo ayudaría a resolver el dilema, llevaba meses con los síntomas del Hanahaki y si no los atendía pronto el resultado sería una tragedia.

—¡Tienes que decirle! —Él dejó de lado su desayuno, conocía esa voz, era el enano que gobernaba Chinatown.

—Él está adentro, no hables tan fuerte. —Con sutileza él se asomó hacia el comedor—. Se lo diré pronto Sing, pero necesito tiempo. —El nombrado suspiró con pesadumbre.

—No es justo que le guardes ese secreto. —Sus dedos se crisparon contra la pared—. Sabes que tienes mi apoyo para lo que sea, pero... —La aflicción en el rostro de Eiji fue dolorosa.

—Lo sé. —¿Por qué él ponía esa expresión frente a un desconocido como Sing Soo-Ling pero se la ocultaba a él? ¿Acaso no eran amigos?

Él no se pudo concentrar el resto de la mañana.

Rosas blancas para la inocencia que se perdió con las manchas en el pavimento.

—¿Qué es lo que crees? —Aunque tampoco recordaba mucho sobre Max Lobo era agradable entablar charlas con él, la relación que tenían le resultaba fraternal, casi parental. El periodista se había convertido en una persona de confianza con una velocidad espeluznante.

—No lo sé... —Tal vez era su mente gritándole que su compañía era segura, él no lo sabía, sin embargo, era una sensación similar a lo que le ocurría con el japonés—. Esto es grave.

Solo que no.

—Pero apenas llevo dos meses tosiéndolos. —Porque no existía comparación para Eiji Okumura—. Escuché que el Hanahaki puede estar años desarrollándose sin que sea letal para el paciente. —El periodista esbozó una mueca constipada mientras analizaba el pétalo frente a él.

—Quizás la tenías antes de ser hospitalizado. —La música en el bar y el aroma de la cerveza fueron una sinestesia intoxicante—. Ash, no puedo dejar que sobrevivas a una puñalada y te mueras por algo como esto, hay que tratarlo. —Una insoportable picazón le ascendió por la garganta, era como si un cóctel de agujas estuviese siendo preparado entre sus cuerdas vocales.

—¿Tratarlo? —Cuando él logró escupir los pétalos, estos se hallaban manchados de sangre. El caer del carmesí contra lo bruno fue una obra magistral—. ¿Con una operación? —La picazón se intensificó una infinidad de veces ante ese mero pensamiento.

—Supongo... —El castaño se acarició la nuca, la boca se le secó, sus piernas se deslizaron cerca de la barra, él se removió, esos asientos de cuerina eran realmente incómodos—. Pero eso implica arrancar todos los sentimientos que guardas hacia quien lo provoca. —Los pétalos cayeron tras un soplido.

—Programaré una cita para el doctor, morirse de amor no es mi estilo.

¿Qué sentido tenía?

Él ni siquiera sabía quién era la causa de que estuviese en su lecho de agonía, era como si su mente se estuviese vengando de él. Las pesadillas nunca lo dejaron de atormentar, él recordaba lo putrefacto de sus acciones y la esperanza que arrebató, las asquerosas transgresiones y los gritos de la traición, no obstante, cuando se trataba de sus rayos de templanza, el caso era diferente. Sabía que alguien le había robado el corazón, por muy extraordinaria y aterradora que le pareciese la idea, era real. La silueta era apenas perceptible en sus memorias, sin embargo, estaba ahí. Max Lobo tenía razón, por fin era libre, él estaba haciendo un trabajo importante al lado del periodista, no podía darse el lujo de perecer o abandonarlo. Sus puños temblaron contra sus rodillas. Él no admitiría lo mucho que anhelaba vivir.

La picazón en su garganta lo acompañó durante su camino de regreso. Apenas cruzó la puerta, él se encontró con la imagen más adorable del mundo hecha ovillo en su sala de estar.

—Lindo.

Ahí, encogido en el sofá, con esos grandes ojos cafés centelleando bajo el brillo de la televisión, sumido en silencio, con una pequeña libreta entre sus manos y un mohín completamente absorto, el japonés estaba tomando apuntes como si su dignidad dependiese de eso.

—Vaya... —Él lo atacó por la espalda—. Así que ves plaza sésamo cuando no estoy. —El sonrojo no se hizo de esperar.

—¡A-Ash! —Ese tartamudeo lo llenó de satisfacción—. Pensé que saldrías toda la noche con Max. —Él ni siquiera se esforzó en contener su carcajada, el moreno lo estaba mirando como si fuese un niño pequeño a la espera de ser regañado por haber regresado embarrado. Demasiado lindo.

—Sí, pero pensé que me extrañarías si me iba mucho tiempo. —Él cayó en el sillón tras un salto—. Aunque no esperaba encontrarte haciendo esto, así que eres un chico malo. —Esa humillación no tuvo precio.

—Esto era lo único que estaban pasando en la televisión. —El rubio se inclinó para tomar la libreta con apuntes.

—¿Enserio? Pues a mí me parece que estabas en medio de una clase, onii-chan. —El esmero que puso en esas notas le llenó los latidos de ternura—. Debes ser el estudiante favorito de Elmo, me voy a poner celoso.

—¡Regrésame eso! —Completamente ofendido el japonés se inclinó para recuperar su cuaderno—. ¡No te comportes como un niño! —La diferencia de altura y fuerza no estuvieron a su favor. Por mucho que se estiró hacia el americano el esfuerzo fue en vano—. ¡Ash! —El aludido soltó una estridente carcajada.

—Ya, ya, perdón. —La libreta cayó cuando él abrió los ojos—. No te lo tomes tan... —El moreno había quedado sobre su regazo—. Personal. —Su respiración se tornó errática, el rostro le ardió.

—Tú empezaste. —La tensión no lo dejó respirar, sus dedos se crisparon contra la cintura del moreno, aquella calidez le resultó abrumadora, esa esencia tan familiar lo sedujo hacia la adicción.

—Eiji... —Perderse dentro de esos grandes ojos cafés fue su ruina, él tuvo que forzarse a cerrar la mandíbula bajo tan sofocante belleza, sin embargo, cada vez que Eiji Okumura lo miraba era como si le estuviese contemplando el alma. Esas grietas que él no conocía, esos lagos de incertidumbre que tanto lo abrumaban—. ¿Estás seguro de que no salí con nadie durante ese año? —Este chico los acunaba.

—¿Por qué estás siendo tan insistente con el tema? —Él no lo dejó apartarse cuando se atrevió a abrazarlo. ¿Siempre se sintió así de bien tocar a otro hombre?

—Porque quiero comprobar algo. —Probablemente no, sin embargo, este no era un chico cualquiera.

—Ash... —El magnetismo en esta conexión era una dilema, un lado de él necesitaba correr y apartarse antes de mancharlo, no obstante, el otro quería inmortalizar este momento porque lo era todo—. Esto ya no es divertido.

—Ahora que lo pienso, también sé un poco de japonés. —Aunque sus rostros eran apenas visibles por el reflejo de la televisión, él pudo contemplar la aflicción en esas facciones a la perfección—. Curioso, no recuerdo haber aprendido, pero puedo decir palabras como... —El tiempo se congeló entre ellos dos.

—No la digas.

—Sayonara. —El moreno lo silenció con sus palmas.

—Esa palabra... —Solo cuando rompió el corazón del japonés él entendió que lo tenía entre sus manos—. Nunca debí enseñártela. —El estruendo fue silencioso y melancólico.

—Eiji, me he estado preguntando esto por un tiempo. —La decepción fue mortífera pero dulce—. ¿Qué eres para mí? —La sonrisa que se grabó sobre esos temblorosos labios fue cruel. Él ya no estaba escuchando las voces de la televisión.

—Eso me gustaría saber a mí. —Él ya no era consciente del dolor que le estaba desgarrando el pecho como si hubiese un ramo de espinas brotando de su interior. No.

—Tú estás enfermo. —Él solo pudo enfocarse en cómo Eiji empezó a toser pétalos blancos y la sangre sobre estos—. Por eso sabes tanto sobre el Hanahaki... —La beldad en ese cuadro fue una oda para la desesperación. Aquellos sublimes ojos de esperanza se vieron apagados por la pena, las lágrimas bañaron como rocío los pétalos mientras estos no dejaban de brotar de sus labios.

—Lo estoy. —El moreno ni siquiera se esforzó en recuperar el aliento, era como si estuviese resignado. Para Ash Lynx eso fue despiadado—. Desde hace varios meses. —Cada pétalo caído marchitó un poco más al japonés—. Antes de que entraras en coma. —El sofá se inundó de rosas blancas.

—Pero tienes que tratarte. —Él trató de abrazarlo, sin embargo, no pudo.

—Ya es muy tarde. —El moreno se aferró a su pecho con violencia, como si con ese gesto pudiese arrancarse las flores de los pulmones y el corazón—. Está demasiado ramificado, la operación fue descartada hace semanas.

—Pero... —En ese instante Ash Lynx entendió lo mucho que había cambiado.

—Está bien, no llores. —Esa fue la primera vez que él sintió un terror genuino. Porque morir ya no era un consuelo ni una tentación, no, ahora era un veneno irrefrenable.

—No estoy llorando. —Pero su vista nublada y la amarga sensación de las lágrimas contra sus mejillas le dijeron que mentía—. ¿No puedo hacer nada para ayudarte? Haré lo que sea. —Él gimoteó como si fuese un niño pequeño, no obstante, en el fondo eso seguía siendo.

Solo que nunca lo dejaron actuar como uno.

—No necesito que hagas nada. —El murmullo de la brisa se coló por la cortina—. Realmente estoy bien con esto, ¿sabes?

—¡¿Cómo puedes decir eso?! —Sus párpados temblaron mientras se aferraba con desesperación al japonés.

—Porque amo mucho a esa persona. —Él deseó poderle arrancar ese momento al destino, sin embargo, él era débil—. Así que está bien acabar así.

—Lo entiendo. —Sus labios solo pudieron pronunciar engaños.

—Ash... —La ternura con la que musitó su nombre le llenó el corazón de espinas—. Regresaré a Japón la otra semana, quiero ver a mi familia antes de que sea muy tarde.

Así lo supo.

El Hanahaki era la enfermedad de los mentirosos, de aquellos que carecían el valor para confesarse o tomar consciencia de sus propios sentimientos, era un padecimiento sumamente egoísta que obligaba al portador a renunciar al enamoramiento o a morir en el intento. Que ironía más cruel para un asesino desmemoriado. Esos pétalos negros no solo eran la prueba de que él encontró un girasol en una ciudad de espinas, también eran un tormentoso memorándum para su humanidad. Hubo alguien que fue capaz de ver a través de su fachada indestructible para atesorar la fragilidad, existió una presencia tan brillante que por mucho que él entrecerrase la mirada no la logró contemplar. Que gracioso, el rostro del japonés fue lo único que pudo imaginar, pero él tenía a alguien especial si también era víctima de esos síntomas. Además...

Eiji Okumura era la clase de persona de la que se debía alejar.

Su tiempo juntos fue un ensueño, uno que lo hizo cuestionarse hasta su misma existencia. Su compañía era más natural que respirar y más necesaria que el oxígeno. Pero él no podía ser la razón de su enfermedad, ¿verdad? Cada vez que le preguntaba el moreno esbozaba una expresión tan afligida que redefinía la palabra «tristeza», además la pandilla guardaba un silencio sepulcral sobre esa conexión. ¿Eran amigos? Definitivamente, le gustaba molestarlo y se sentía como un niño cuando caía entre brazos, sin embargo, había algo más. Un secreto oculto en una barrera tanto física como emocional que él no sabía que podía atravesar, eran roces en los dedos, eran anécdotas inocentes, palmas sobre hombros, abrazos entre sueños, canciones de cuna, era tanto que él casi llegó a creer que estaba enamorado.

Pero él se iría a Japón.

Eso era lo que había querido conseguir desde un principio ¿no?

¿Entonces, por qué se sentía tan miserable?

La pandilla organizó una fiesta de despedida en su apartamento, aunque el ambiente era ameno y reconfortante, él no pudo aplacar aquella desgarradora desolación engullendo su interior, era como si el Hanahaki hubiese crecido una infinidad de veces ante esa súbita despedida, cada vez que hablaba podía sentir pétalos asfixiándole la garganta, respirar era doloroso, moverse le recordaba su propia fragilidad. Esto era una mierda.

—¡Recuerdo cuando tomaste esta! —Ver viejas fotografías en la sala de estar no lo hizo profesarse más real en ese adiós—. Alex puso una cara realmente chistosa, parece estreñido. —El aludido gruñó antes de arrebatarle la imagen.

—Eres tú quien tiene cara de tonto, Bones. —El nombrado le sacó la lengua, ofendido—. Pero creo que tendrás un buen futuro profesional, Eiji. —La nostalgia suspendió como una delicada capa de bruma en el cuarto—. Hiciste que el jefe saliera guapo, eso es todo un mérito. —El quejido del rubio retumbó bajo las risas.

—Yo soy guapo. —Habían decenas de fotografías sobre la mesa, él no sabía que podía poner esa clase de expresión hasta que la miró—. Pero Alex tiene razón, son realmente buenas.

—Gracias. —¿No era injusto? Hasta avergonzado lucía lindo—. Tuve buenos modelos.

—No les subas el ego, ellos solo disfrutaron la atención. —Sus yemas se deslizaron contra la imagen de Shorter—. Él de seguro lo hizo... —La plenitud con la que su mejor amigo fue plasmado le arrancó el arrepentimiento. Últimamente él estaba recordando momentos más agradables—. ¿Fuimos a Cape Cod esa vez? —Eran risas, eran colores, eran bromas y apoyo incondicional.

—Sí. —El japonés se le acercó por la espalda para contemplar la fotografía—. La primera vez fuimos nosotros tres junto a Max e Ibe. —Los dedos del moreno se entrelazaron a los suyos para acercar la instantánea—. Pero ese verano solo fuimos tú y yo.

—¿Nosotros? —Él estaba empapado en medio del lago con una expresión serena e infantil, lo genuino de esa sonrisa lo hizo desconocerse—. ¿Qué fue lo que hicimos? —¿Así lucía ante los ojos del japonés?

—Comimos un montón de comida chatarra. —Cuando él se dio vueltas para quedar de frente, la verdad lo encaró—. Fue un verano realmente divertido, pensé que te enfermarías.

—Yo debería decir eso, los japoneses son bastante exigentes cuando se trata de comida. —Su cordura fue robada por esos ojos de delirio, el matiz fue tan oscuro que él pudo contemplar su propio reflejo dentro de ellos.

—No lo somos. —La expresión que él estaba esbozando en la imagen, en cada una de las que yacía inmortalizada sobre la mesa—. De hecho pasamos pidiendo sushi a domicilio por tu culpa. —Era la misma que estaba delineando en este instante.

—¿Eso no debería ser ofensivo para tu cultura? —Amor infinito centelleaba en esos jades cuando vislumbraba a Eiji Okumura.

—Nada de lo que sea amigable para mi bolsillo será ofensivo. —Él dejó la imagen de lado.

—Esto es un poco deprimente... —Kong se había tratado de mantener fuerte en el sillón, sin embargo, no lo soportó más—. Has sido miembro de la pandilla por mucho tiempo, te vamos a extrañar. —El puchero que Bones estaba tratando de contener estalló.

—¡Es verdad! —Lanzarse contra el moreno fue su mejor idea—. ¡Ahora moriremos por la tiranía con la que Ash nos tratará!

—¡Oye! —La humillación le quemó la nariz—. Lo haces sonar como si él me hiciese más manso. —La mirada que sus amigos intercambiaron le hirvió la sangre.

—Pero jefe... —Alex dejó de mirar las fotografías—. Es de esa manera. —Para todos era evidente el efecto que tenía el japonés sobre el americano, bastaba una sonrisa para transformarlo de lince feroz a gato doméstico. Una tos rasposa retumbó por la sala captando la atención.

—También los voy a extrañar. —Pétalos blancos manchados de escarlata cayeron hacia el suelo—. Lo lamento, se está volviendo cada vez más difícil de controlar. —La ternura en ese mohín les quebró el corazón. Los buenos siempre eran los primeros en morir, ¿verdad?

—Eiji... —Si él no hubiese conocido a semejante resplandor, ahora no estaría tan devastado ante la idea de perecer en la oscuridad—. ¡Maldición! —Lo mejor habría sido no conocerlo. La decisión más racional fue olvidarlo.

Él debería estar bien con eso.

—¿Esta es la fotografía que te tomó Ibe cuando ganó el concurso? —Él se aferró a su pecho, intentando arrancarse las raíces del corazón cuando miró la imagen que Alex levantó.

—Lo es. —Sus párpados se presionaron en un temblor, sus latidos se quebraron como si fuesen cristales, la mente se le iluminó con una calidez letal—. Fly boy, en el cielo. —Nada de eso era verdad. Porque aunque él había olvidado absolutamente todo sobre Eiji Okumura, su alma no lo hizo.

—Es una buena fotografía. —Y cada día que pasaban juntos se enamoraba un poco más.

—Lo es. —El rubio acunó la imagen con suavidad. La expresión del moreno le resultó maravillosa, él lucía tan feliz mientras saltaba, la electricidad que sintió al mirarlo la deseó atesorar por siempre—. No sabía que los humanos también podían volar.

—Realmente los echaré de menos. —Pero las alas eran frágiles y los sueños efímeros.

El día de su partida llegó.

Él no fue capaz de ir al aeropuerto.

Era inútil seguirlo negando, Eiji Okumura era la razón por la que él tosía rosas negras, él sonrió, fascinado con la ironía del significado, aunque esa planta solía asociarse con el luto o el dolor, también significaba «amor verdadero», un compromiso mucho más allá de lo físico, lo suyo era una conexión inquebrantable de almas. Así que aunque se operase para salvarse él sabía que era imposible desterrar sus emociones por el japonés. Su corazón estaba repleto de ternura porque el moreno creyó que podía ser mejor, que podía hacer cualquier cosa, eso lo hizo desear cambiar. Pero sería demasiado egoísta querer ser correspondido.

Él suspiró, sus piernas se arrastraron contra las alfombras, sus uñas se clavaron en su cabeza, su peso lo hundió en el sillón. Aunque no lo volviese a ver, todavía se le permitía sentirlo ¿no?

—¡¿Por qué no vas a verlo?! —El grito de Sing tras el crujir de la puerta lo desconcertó—. ¡Él vuelve a Japón hoy!

—Lo sé. —Aquellos afilados ojos fueron una sinfonía de impotencia. El chino se paró frente a él con un enfado feroz, esa aura inalterable le hizo honor al significado de su nombre: león.

—¿Entonces por qué? —Sus manos se convirtieron en puños, su entrecejo tiritó por culpa de la frustración—. Eres su amigo.

—¡Por esa misma razón! —La jaqueca le despedazó los pensamientos, él se mordió el labio con una violencia atroz.

Esta situación era dolorosamente familiar.

—Lo estoy dejando volver a su propio mundo. —Sus uñas se incrustaron contra su pecho, ácido lo quemó donde se supone que debían estar sus pulmones y su corazón, él trató de inhalar y exhalar, no obstante, fue imposible—. Este mundo de asesinatos... —Porque él jamás lo había dejado de mirar con esa clase de cara—. Él no pertenece aquí.

A pesar de haberlo olvidado y herido, él nunca lo dejó de contemplar con un amor tan puro como las rosas que brotaban de sus labios.

—Pero ya no hay tiempo. —Ni siquiera pudo mirar la expresión del más joven—. ¡¿Por qué tienes que ser así?! ¡Hiciste lo mismo la última vez!

—¿La última vez? —La brisa congeló todo el apartamento.

—¡Eres un idiota! —Sing estampó contra su pecho un sobre—. Eiji trató de deshacerse de esta carta, no sabes lo mucho que él se culpó cuando mi hermano te apuñaló. ¿Tienes que ser tan egoísta?

—¿Q-Qué? —La esencia de la melancolía se hallaba impregnada al sobre—. ¿Qué quieres decir?

—No son muchas las personas que tienen una segunda oportunidad. —El más joven le dio la espalda mientras deslizaba sus manos en sus bolsillos—. Aunque tampoco lo recuerdes con claridad yo te admiro bastante. —Él hizo un esfuerzo sobrehumano para no vacilar—. Así que no me decepciones. —Con la misma violencia con la que irrumpió, él se esfumó.

Su mente pendió a kilómetros de distancia al mirar esa carta, sus yemas repasaron con lentitud las letras, como si recién estuviese tomando consciencia sobre su propio nombre, él se apretó el pecho mientras los pétalos descendían desde sus labios. ¿Un conejo y un lince? Sus dedos se deslizaron por el empaque, él dejó de sentir sus latidos al encontrarse con un pasaje de fecha vencida junto a una carta ensangrentada. Esto...Él apretó las hojas.

Eiji Okumura era injusto.

Leyendo la carta Ash supo que jamás lo olvidó, sin embargo, trató de hacerlo. Porque se convenció de que el japonés estaría mejor si lo mantenía lejos, él sabía que no sería capaz de separarse al haberse enamorado de tan abrumador resplandor, por eso se forzó a olvidarlo. Él suspiró, ni siquiera padeciendo de amnesia lo logró, su cuerpo compensó con el Hanahaki el vacío de su mente. Las memorias terminaron de encajar como un rompecabezas. Él dejó de temerle al recordar, era como si hubiese encerrado todas las memorias del japonés en una caja mental y recién ahora tuviese el coraje para mirarlas. Como si hiciese alguna diferencia.

—No estás solo, Ash. —Su voz tembló cuando pronunció la última línea—. Estoy contigo. —Tal vez él no era digno de ser amado—. Mi alma está siempre contigo. —La carta cayó contra los pétalos negros antes de que el mundo se volviese ilegible.

¿Pero por qué le debía importar?

El japonés lo amaba solo por ser Aslan Jade Callenreese, eso era suficiente. La intensidad de su amor lo arrinconó para que muriese en silencio por el Hanahaki antes de tomar una decisión egoísta. Eiji Okumura prefería morir antes que imponerle sus sentimientos.

—¡Ese idiota!

Él no pudo respirar, él solo emprendió un viaje frenético hacia el aeropuerto, su tráquea se sintió como un rosal entero mientras conducía por el centro, su interior estaba lleno de espinas e incertidumbre, las mariposas en su estómago agonizaron contra el motor.

Eran de mundos diferentes, Blanca tenía razón, la existencia del moreno no estaba para salvarlo, sin embargo, él lo amaba, tanto que le dolía, tanto que no había sido capaz de olvidarlo, tanto que le daría su vida sin pensarlo. Y aunque él nunca se había arrepentido por lo que había hecho, él tampoco quería lamentarse por lo que no hizo.

—¡Eiji! —Como si fuese una de esas películas románticas que aborrecía, él se abrió paso en la multitud—. ¡Eiji! —Los susurros en el aeropuerto lo hicieron sentir desorbitado, el lugar era inmenso, ni siquiera sabía si era demasiado tarde, los pétalos le estaban corriendo como lágrimas.

—¡Ash! —El corazón le palpitó con tanta fuerza que él pensó que moriría, sus piernas no le respondieron cuando quiso dar los primeros pasos—. ¿Qué pasó? Pensé que no vendrías... —Sin embargo, antes de que el moreno pudiese seguir preguntando ya lo tenía entre sus brazos.

—Quiero ir contigo a Japón. —Un sinfín de emociones le inundaron el pecho cuando los ojos de Ash Lynx lo contemplaron.

—¿Por qué? —Era extraño, aunque él jamás había dejado de mirarlo con esa desmesurada ternura, ese verde se hizo aún más brillante, intenso y bonito durante ese lapsus.

—Porque estoy enamorado de ti. —Esas palabras se llevaron sus últimos pétalos—. Yo... —Su rostro enrojeció, él le delineó las mejillas con suavidad—. Te amo. —La conmoción con la que plasmó una sonrisa fue sublime.

—Esa debería ser mi línea. —Ambos se convirtieron en el centro de atención de los pasajeros—. Pensé que me habías olvidado... —En medio de ese llanto hubieron risas.

—Supongo que eres imposible de olvidar. —La pena y la nostalgia los deshicieron para volverlos a recomponer.

—Vaya, no sabía que podías ser un romántico. —La tensión fue chispeante entre ellos dos, sus narices se acariciaron en un roce eléctrico, sus dedos se entrelazaron para ya no soltarse.

—Entonces... —Todas aquellas excusas que él se puso para dejarlo ir se esfumaron como cenizas—. ¿Me llevarás a Japón? —El moreno asintió, sabiendo que había sido inútil tratar de esconderlo desde un principio.

—Aunque aún faltan dos horas para el vuelo, armaste un escándalo por nada. —Ver al legendario lince de Nueva York avergonzado no tuvo precio—. Esto no es como en las películas, acá hay que llegar con cuatro horas de anticipación. —Su bufido fue un poema de ternura.

—Tiempo suficiente para comprar un boleto. —Los chiflidos de la pandilla los sacaron de su burbuja de irrealidad.

—Para ser justo, apostamos que esto terminaría así, muchacho. —Max Lobo sacó un boleto de su bolsillo—. Excepto Alex, él nos debe dinero a todos

—¡Sing hizo trampa! —Ignorando la riña que se armó, él se perdió en los ojos de su amado.

—Entonces... —La falta que él le hizo solo la pudo comprender al tenerlo entre sus brazos—. ¿Te quedarás a mi lado? —Sus alientos se fundieron en un suspiro, la suavidad del tacto fue eterna— . No tiene que ser para siempre, aunque solo sea por ahora.

—Por siempre. —Con un beso ellos sellaron aquella promesa.

El tacto fue dulce, adictivo y suave, él acomodó sus palmas sobre la espalda del japonés, con cuidado, el roce lo hizo suspirar mientras cerraba los ojos y se deleitaba con aquella anhelada esencia. Él pudo sentir su corazón en cada respiración, la lentitud de los movimientos fue embriagadora, el vientre se le inundó de cosquillas, cuando el alma se le llenó de Eiji Okumura él se dio el valor para aceptarlo.

Morir era fácil, por eso no le tenía miedo, sin embargo, ¿vivir? Que difícil era cargar con las heridas y seguir avanzando en una tormenta de infinidad. Pero él estaba dispuesto a resistir y enfrentarse a lo que viniese, él no solo quería ver la clase de hombre en quién se convertía el moreno, él también quería ver la clase de persona que podía ser Aslan Jade Callenreese.

Mientras yacía en un mar de rosas negras, pétalos blancos lo ayudaron a encontrarse. Y mientras sus almas estuviesen conectadas con esa sublime discordancia no le importaba perderse otra vez. Porque sabía que lo amaría en cada una de sus vidas y sabía que el japonés se sentía igual.

Rosas para los chicos que a pesar del destino florecieron contra la adversidad. 

De verdad lo siento por el largo, creo que me metí mucho escribiendo el pedido, espero que les haya gustado. 

¡Muchas gracias a quien se tomó el tiempo para leer!

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