El hombre invisible

130 23 26
                                    

Tener una educación siendo mujer es complicado. Ser profesora, aún más. Ni hablar de ser una mujer que enseña a otras mujeres, eso sería un escándalo.

Bueno, qué decir; siempre he sido una mujer especial.

Los hombres reconocen mi talento poético, pero eso no quita que haya tenido que convencer a los escépticos para poder fundar mi escuela. Ante mí, mis alumnas charlan entre ellas, todo risas y alegría. Estoy tan orgullosa de ellas, mis hermanas. De todas por igual, yo...

Capto a Ágape entre la multitud y mi corazón se acelera. Intento no sonreír demasiado, lo que resulta imposible cuando ella, sonrojada, me devuelve la mirada. Puede que la aprecie por encima de las otras.

Es tan hermosa.

Durante todo el día, su imagen me distrae de las clases y me encuentro varias veces sin ser capaz de emitir sonido. Yo, Safo de Lesbos, poetisa, muda de asombro por mi querida distracción. Eunike tiene que avisarme de que el sol está ya rozando el horizonte para que yo dé la clase por acabada. Mi alumna no puede, sin embargo, hacer que Ágape salga de mis pensamientos. La llamo para citarla en mi casa con la excusa de hablar de su aprendizaje.

Y tanto que va a aprender esta noche.

Apenas llega, consigo que comencemos a retozar como animales, sumidas en el placer que eso nos provoca. Es mi don, podría decirse. Me alimento de sus labios, de sus pechos, de su entrepierna. Entre gemidos, es capaz de expresar su preocupación por lo que piense la gente. Eso no impide que continuemos unos minutos más hasta que ambas nos desplomamos la una sobre la otra.

No es la primera alumna con la que hago esto, pero sí me gustaría que fuera la última.

Observo su cuerpo. No puedo negar que es hermoso como el que más, aunque lo que más me atrae de ella es su perspicacia, su imaginación, su inteligencia. Hace ya mucho que la amo y desearía tenerla siempre a mi lado. No obstante, a lo largo de los días siguientes, está distante conmigo, me evita, no viene a clase. Unas semanas después, me entero de que tiene un amante.

¿Por qué me has hecho esto, Afrodita? ¿Por qué te presentaste ante mí con cuerpo de mujer solo para recordarme que este es un mundo de hombres? Te escribo un poema tras otro, te alabo, te condeno, llego a odiarte. El último poema que te dedico trata sobre un hombre incapaz de corresponder mi amor porque es a ti a quien ama. No puedo contar la verdad. En teoría, las mujeres no aman a otras mujeres.

Ahora, frente al acantilado, en lo único que soy capaz de pensar es en mi legado, en mis chicas, muchas de ellas amantes mías. En lo que será de ellas.

Soy una mujer que amó a sus mujeres y, todo lo que queda de mí después de que me lance al vacío, es que me suicidé por el amor de un hombre.

El hombre invisibleМесто, где живут истории. Откройте их для себя