Lo viví en cámara lenta; nuestros ojos llenos de pánico al mirar la cama arrugada, nuestros rostros ruborizados, su cabello echo un desastre, yo sin vestido, él sin camisa. 

Y alguien a sólo unos pasos de la puerta.

Me levanté de un salto y corrí hacia la esquina para ponerme el vestido a toda prisa, él no corrió la misma suerte con sus diez botones, así que cuando se abrió la puerta, él estaba en pésimas condiciones.

Dejé de respirar al imaginarme a Marilla arrojándolo por la ventana.

Me puse frente a él con mis brazos a los costados como si fuera su guardaespaldas. —Yo puedo explicarlo, lo que pasa es que estaba teniendo un ataque al corazón y yo como soy tan buena estaba...

Por la suerte que ahora me enviaba todo lo lindo y terrenal, no fueron los ojos de Marilla los que nos vieron, sino que los de Diana que pestañeó durante varios segundos meditando la situación.  —Puedo imaginar qué tipo de ataque estaba sufriendo.

Puse los labios en una línea producto de la vergüenza, Gilbert soltó una carcajada, terminando de cerrarse la camisa. —Ya sabes, está tan obsesionada conmigo que no puede sacarme las manos de encima.

Le pegué un puñetazo en el hombro. —Te voy a matar, Blythe. 

Él tiró un beso en mi dirección como respuesta, sus ojos emanando una diversión que me hacia querer pegarle un pizarrazo otra vez. —Me matas de amor.

Mi amiga soltó una carcajada sonora. —Bajen cuando puedan controlar las hormonas, tórtolos. Ya se nos hace tarde y Marilla estaba preguntando por ustedes. De nada por ofrecerme a venir yo, por cierto. 



Nos íbamos a graduar.

Tocaba decirle adiós a ese lugar donde había pasado tanto tiempo, y también a Avonlea, ya que en tan solo unos meses iría a vivir en una residencia de Queen's, donde estudiaría periodismo. 

Quería decirle al mundo lo que otros escondían o censuraban, quería conocer, viajar, y relatar las vidas de los invisibles, de los aislados, de los olvidados. Quería gritar todo lo que me guardaba dentro, plasmándolo en una hoja que lograría formar una revolución interna a quién pudiera leerlo.

Y eso, a mi juicio, lo lograban las palabras. 

Que limpian, que acompañan, que sanan.

—Estaré abajo todo el tiempo. —comentó Gilbert apretando mi mano en modo de contención, sabía, al igual que todos los chicos, lo difícil que sería para mí subirme a ese escenario—. Si te sientes mal, sólo hazme una seña...no sé, húrgate la nariz.

Fruncí el ceño. —¿Hurgarme la nariz? No crees que eso...no sé, ¿llamaría la atención?

Lo pensó unos segundos. —Mhm, puede ser. Entonces tírame un beso, eso sería normal porque estás loca por mí.

Me mordí el labio con cansancio y negué con la cabeza. —Eres increíble. 

—¿De buena o mala manera? —citó sus palabras rodeándome con el brazo para posar un beso en mi frente.

—De buena, definitivamente buena. —sonreí siguiendo su juego.

—Tú lo eres. —soltó, cuando rompió nuestro agarre—. Y por eso mismo dejarás a todos impresionados.

—Anne, ya es hora. —me dijo la Señorita Muriel posando una mano en mi hombro en un gesto maternal—. ¿Estás lista? 

Asentí y la seguí hacia el telón que separaba al escenario de donde estábamos nosotras, los aparatitos de luces, sonido y esas cosas que yo nunca logré comprender. 

Cuando escuché la voz del Ministro presentándome, mi corazón se llenó de una adrenalina que nunca he podido describir más que personificándolo en miles de Mini Anne's corriendo por mi cerebro, quemándolo y chocando entre sí, llenas de pánico. 

Pero yo hace mucho había aprendido a controlarlas, así que tragué, ahogándolas mentalmente y me dirigí al micrófono. 

—Ministro, Directora Muriel Stacy, miembros de la escuela, profesores, estudiantes, familia y amigos...muchas gracias por venir. Hemos logrado llegar hasta aquí, a pesar de que muchos de nosotros tenemos más heridas que años, y no hablo de las físicas, sino de las del nuestra alma, que en muchas ocasiones estuvo agonizando dentro del cuerpo y desplumando nuestras alas. Y aunque esto no determina de ninguna forma lo que somos, si me pidieran escribir mi vida de nuevo, describiría cicatriz a cicatriz sobre esa hoja en blanco que en un futuro tantas cosas vería nacer. Porque con el tiempo aprendí que son necesarias, que el proceso en el que debes desbridar esas heridas sin anestesia hace que valores con una fuerza indescriptible la felicidad que tiende a venir después. Y a pesar de haber tenido siempre la esperanza de vivirla alguna vez, nunca, ni en mis sueños más locos, y eso que tengo muchos, pensé que podía ser posible sentirme tan amada por las más increíbles personas. —expresé mirando al público, a las personas de las que hablaba y que ahora me miraban con amor desde sus asientos—. Pero sucedió, en este pueblo y en esta escuela encontré a quienes, estoy segura, me acompañarán durante toda mi existencia terrenal, algunos de la mano, y otros siempre en mi corazón.

Pensé en las miradas, en los momentos que tuve que vivir en ese mismo lugar, en las peleas y reconciliaciones, en los malos momentos y en los tan felices.

Pensé en la sonrisa de Gilbert, en su mirada cuando me decía que todo estaría bien.

Pensé en la sonrisa de Ruby, en los chistes de Moody, el amor entre Sadie y Prissy, en la energía de Aline, en el corazón enorme de Roy, en la profundidad de Cole, en el compañerismo de Diana.

En la mano amiga que siempre tuve de Jerry, en los abrazos de Matthew y la risa de Marilla.

Pensé en la sinceridad de Venus, en sus ganas de luchar y su libertad.

—Y en el camino me encontré a mí misma, encontré el camino del que nunca pude ser parte antes. Encontré ese abrigo, esa sonrisa, esa mirada que nos protege de los malos momentos y que todos deberíamos tener el privilegio de ver al menos una vez en nuestras vidas. —las lágrimas que había logrado contener llegaron a mí de golpe al ver como Marilla y Matthew se abrazaban, y como mi novio sonreía en mi dirección—. Siempre se lo pedí a la luna, pero ahora no es a ella a quien debo agradecerle, sino que a ustedes. Gracias por darme mi lugar. Por los que están, por los que se nos fueron, por la escuela Dominical y por Avonlea, que siempre podamos resistir a la apatía del mundo en este rincón, que a pesar de todos los años que pasen, y de lo lejos que puedan llevarnos nuestros sueños, será eternamente nuestro hogar.

Con sus variantes e incertidumbres, y tal como lo había previsto, el tiempo pasó. 

El fuego al que tanto recurrimos en el pasado siguió ardiendo con la misma fuerza, lleno de risas y noches cálidas en las que recordamos momentos pasados, donde todos éramos más inexpertos y ansiábamos comernos el mundo. 

No estábamos todos, perdimos mucho y a muchos en el proceso, recordándolos siempre con amor. También ganamos nuevos rostros, nuevas voces que nos decían te amo al oído, y múltiples pisadas miniatura en nuestros nuevos hogares, antes sobrios, y ahora llenos de color.

Crecimos, nos peleamos, nos alejamos, nos perdonamos y volvimos a juntar. Siempre terminamos volviendo en busca de una conversación, un abrazo o una palabra de aliento. Por muy lejos que hubiéramos estado, o por mucho tiempo que hubiera pasado. 

Porque después de todo, aunque la vida a veces podía ser un campo minado, siempre fuimos una manada tenaz llena de peculiaridad que terminaba encontrándose tarde o temprano.

Para mirarnos las heridas, y cosernos los unos a los otros en verdadera y pura resistencia.







Anne Of The Present Where stories live. Discover now