Sempre e anche a morte

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—Levántate— enfatizó deteniéndose junto a mí. La severidad en su rostro y el modo en que parecía ignorar mi existencia hizo que el sabor amargo volviera a mi boca.

Recordé lo que dijo en la ducha y el ridículo que hizo solo para encararme que quería a Siete y no lo dejaría aún después de que su toque fuera rechazado por él en el piso de incubación y frente a todos. Su afán era absurdo, y esperaba que aun, viniendo por nosotras, no se le ocurriera recalcarlo otra vez, demasiado tenía con el revoltijo en la cabeza y los temores que desde la cama siguieron torturándome.

—Es que me dio mucho miedo.

—Sí pero no estamos pasando peligro como para que lo tengas—recalcó y por el tono espero y la tensión con la que movía la boca era como si estuviera molesta—. Los soldados nos están esperando, arriba.

—¿De verdad no hay más monstruos? —volvió a preguntar.

—No, levántate—ordenó palmeando la espalda del bebé—. Siete nos quiere abajo, ya estamos por irnos.

Me forcé a no callarla por su asperidad solo porque tenía razón, debíamos bajar sin permitirnos tardar más tiempo. La pequeña asintió ante su áspera orden, levantándose con lentitud, y con sus labios apretujados fue levemente empujada por Seis para rodearme y empezar a caminar hacía el umbral.

Me incorporé con lentitud y no pude seguirlas, dejando que una de mis manos se deslizara sobre el abdomen cuando esas contracciones volvieron otra vez. Había creído que el malestar era porque tenía hambre, y de hecho se había tranquilizado. Quizás tenía una infección estomacal, después de todo había estado comiendo muy mal, algo así debía ocurrirme.

O tal vez, se debía a los fluidos que consumí antes de Siete.

No lo sé, solo quería que terminaran. Tragué e ignorando el asqueroso sabor queriendo subir a lo largo del esófago, rodeé el sofá solo para recoger del respaldo el cobertor de mi hermana y encaminarme a los archiveros de donde tomé el manto térmico. Los guardaría en la mochila, aunque esperaba nunca tener que utilizar el manto para ocultarnos de monstruosidades. Me detuve frente a la mesilla de madera donde estaba la mochila, abriendo el bolsillo más grande y metiendo el cobertor de Anhetta.

— Por cierto, humana— La voz de Seis apretó mi quijada.

Ya va a empezar.

—Cuando Siete te salvó, ¿estaba con otra humana?

Mis manos por poco detuvieron su movimiento guardando el mato térmico ante su pregunta, ¿por qué quería saber eso? Metí el resto de la tela gruesa y cerré la cremallera, y tomando la mochila me volteé, encarando ese par de opacos orbes grises, observándome con indiferencia junto a la puerta.

—¿Por qué preguntas? —decidí soltar.

La pequeña se aproximó al umbral echando una mirada hacía el corredizo, en tanto Seis solo exhaló con pesadez, dejando que sus dedos acariciaron los rizos del bebé.

—Porque esa humana confianzuda está buscando una mujer que estuvo con él — confesó.

Mi entrecejo se hundió sintiéndome confundida.

—¿Por qué la busca? — quise saber.

Ella rotó los ojos con fastidió.

—¿Estaba con otra humana sí o no? — escupió, de pronto irritada—. Respóndeme, no tengo tiempo para que te quedes callada.

Arqueé una ceja y estiré una ladina sonrisa también irritada, ¿a esta que le pasaba con su exigencia descarada?

— Si quieres que te dé una respuesta aprende a pedirla— aventé con sequedad.

Experimento Corazón negro.Where stories live. Discover now