Sempre e anche a morte

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—El localizador que tiene uno de ustedes funcionó siempre. Pero hubo impedimentos por los que no pudimos bajar antes.

¿Siempre funcionó el rastreador? Mi mirada terminó puesta en Siete y por poco sentí mis piernas moverse hacía los barandales sintiéndome confundida e inquieta.

—¿Son monstruos, Nas? — la vocecilla asustadiza de la pequeña me sacó del shock.

Dejé de prestar atención torciendo parte del cuerpo y lanzando una mirada dentro de la oficina. Atisbe el pequeño cuerpo de la niña ocultándose detrás del sofá, con sus esclerotizas cristalinas y mejillas empapadas. La explosión la había horrorizado, lanzar un chillido y correr al sofá, sollozando que los monstruos la lastimarían en tanto se aferrándose al brasero.

No fue la única horrorizada, también terminé respingando, tomando el arma de los archiveros y corriendo a la puerta para averiguar qué demonios había ocurrido, si eran o no monstruos.

—Son soldados— aclaré con una larga exhalación apenas estirando en los labios una sonrisa de tranquilidad—. Vinieron por nosotros.

Tras mis palabras, me adentré a la oficina solo unos pasos, no sin antes dar otra mirada fuera del umbral y hacía lo que se mostraba del otro lado del estrecho corredizo.

—¿De verdad son los soldados? — preguntó la niña, apenas asomándose fuera del colchón con el mentón tembloroso—. ¿Dónde está el Ogro, Seis y el señor Richard?

—Están abajo con los soldados— respondí—. Son muchos, nos van a proteger y a sacar del laboratorio, seguro nos están esperando, ¿por qué no bajamos de una vez?

Hice un movimiento con la cabeza incitándola a levantarse, no esperé verla sacudir su cabeza y ocultarse más.

— ¿Qué sucede pequeña? — quise saber.

—¿Y si están luchando con monstruos? —el temor en su voz era muy notorio.

—No lo están— Me dirigí al sofá—. Solo son los soldados, no hay nada de qué temer.

— Es que esos ruidos los hacen los monstruos—musitó temerosa, derramando una lagrima en su mejilla sonrosada —. Mi examinadora y yo estábamos jugando en
mi cuarto y hubo un ruido muy feo igual que este, era porque los monstruos entraron a la sala y comenzaron a lastimar a los demás niños.

Una mueca cruzó mis labios a causa de su sollozo, la culpa apenas oprimió el pecho dejándome con el sabor amargo. No imaginaria el miedo que debió sentir la pequeña en ese momento, las escenas horrorosas que presenció, me entenebrecieron.

Con el corazón todavía escarbándome el pecho de ansiedad, di una mirada más al umbral y moví las piernas hasta rodear el sofá. Dejé el arma sobre el colchón y subí un poco los jeans— esos que me puse desde que entramos a la oficina— para arrodillarme frente a ella, estirando enseguida mi brazo y acariciando su cabello todavía húmedo.

—No tengas miedo. El sonido fue porque tuvieron que tirar la puerta para poder entrar, por eso se escuchó el estallido, no hay de qué preocuparse, ¿sí? — inquirí, desenredándole unos mechones humedecidos—. Esta vez estamos a salvo.

—¿Qué sucede, verde 56?

Los huesos saltaron bajo la piel a causa de la aguda voz levantando del otro lado del sofá, estiré el cuello y giré encontrando la curvilínea figura de Seis adentrándose a la oficina, el bebé seguía durmiendo sobre su pecho con la cabeza recargada sobre el hombro. Me sentí inquieta no mirarlo despierto, había creído que el estruendo lo haría llorar y me pregunté si eso se debía a que estaba muy cansado o a algo más.

Experimento Corazón negro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora