La ojiazul asintió, sus labios temblando por las lágrimas que salían de su rostro.

Por como Gardner soltó al profesor, pensé que iba a abrazarla, pero luego de meditarlo por unos segundos terminó endureciendo su gesto otra vez. —Quiero que te vayas de mi vista...quiero que todos se vayan al carajo...quiero que...quiero...

Di un paso hacia ellos cuando él comenzó a salirse otra vez de control, tomando por inercia la mano de Anne y alejándola hacia atrás.

Fue entonces cuando la figura de Aline interceptó a Roy tomándolo con fuerza desde la nuca, su mellizo al darse cuenta quién era no lo dudó ni un solo segundo y correspondió su abrazo con la misma fuerza con la que mi amigo lo había hecho hace unos instantes conmigo, podría decirse que hasta más.

Se apoyaron los dos; él soltando alaridos de dolor, ella con el rostro inalterable. 


A los Le Brun no les entregaron los restos del cuerpo de su hija hasta dos días después, por motivos de la autopsia y la investigación.

Durante esas 48 horas la televisión estuvo plagada del nombre de Venus, —me encantaría decir que de buena manera, pero en la gran mayoría de los casos no fue así—. Se habló de múltiples cosas sobre su persona y su vida, pero pocas veces de Klae Powne, el hombre a quién detuvieron como principal sospecho al encontrar rastros de su adn en el cuerpo de nuestra amiga y que terminó admitiendo el crimen.

La había drogado poniendo en su cinturón una sustancia llamada escopolamina, luego la llevó a un descampado, la violó y asesinó.

Tenía tres hijas y una esposa.

Y le estaban abjudicando sólo treinta años.

El saber que la vida de nuestra amiga valía tan poco para los tribunales nos mantuvo llorando y maldiciendo por la cólera a todos, —menos a los Gardner que estaban internados en un centro de salud mental lejos de ese show mediático y a Anne, que no había parado desde la graduación de correr de un lado para otro sin decirnos ni una sola palabra a nosotros sobre sus planes—.

Por esa razón nos tomó totalmente por sorpresa a todos salir el día Domingo de nuestras casas y ver todo el pueblo empapelado con sus palabras.

¿Qué siembra un país que cosecha cuerpos?

por Anne Shirley Cuthbert.

Se ha hablado de la hora, de su ropa, del alcohol en su sangre y de su figura paterna; pero jamás de la culpa que tiene Klae Powne en el asesinato de Venus Le Brun. Porque pareciera que nuestras vidas se miden con márgenes así de nefastos en discusiones de las que no somos parte.

Pero eso Venus lo sabía, por eso había luchado con toda la fuerza que la caracterizaba, por cambiar las cosas, porque dejarán de abusar, desaparecer y arruinar las vidas de mujeres como ella, como yo, o como tú que ahora lees esto.

Y si la conocieran tan bien como las personas que tuvimos el placer de compartir nuestra vida con ella, no se sorprenderían cuando les diga que lo hubiera logrado, se hubiera comido el mundo si hubiera tenido el tiempo.

Pero no lo tuvo.

Porque nos la arrebataron, a una hermana, a una amiga, a una hija. Le callaron la boca, le ataron las manos, le rompieron el alma y le cerraron los ojos. Y a todos nosotros nos quitaron una parte de nuestras vidas que jamás podremos volver a recuperar, al igual que lo han hecho con muchos otros antes.

A Venus la mató Klae Powne.

No me cansaré de mencionar su nombre y aunque hayan pedido resguardo de su rostro, —a pesar de que las fotos de la víctima están rondando por todos lados—, no respetaré esa decisión, y tampoco dejaré que se les olvidé nunca que él es un violador y asesino.

Asesino, al igual que los jueces, los medios que la culpabilizan, las leyes que piden sólo treinta años de prisión para alguien que comete tales atrocidades, y todo un sistema que está dejando que pongamos un cartel de 'Se busca' sobre otro con otro nombre y otras vidas arruinadas.

¿Qué tan fuerte hay que gritar si nadie quiere escucharnos? ¿Si a pesar de haber luchado una y otra vez para que no muera otra mujer Venus terminó siendo una más? Estoy furiosa, y no, no soportaré ni un sólo momento más que me pidan que me calme o me calle porque lo estuve mucho tiempo.

Quiero gritar, quiero obligarlos a que no vuelvan a quitarnos a ninguna mujer más, quiero tener la certeza de que si alguna vez yo soy Venus, seré la última, o que al menos me fui luchando como lo hizo ella una y otra vez.

Aunque Klae Powne está en prisión preventiva ahora, la justicia no existe, y no existirá mientras este país siga cosechando cadáveres de mujeres. Y mientras todos ustedes, —a quienes mencionaré a continuación—, sigan siendo cómplices de actos horrosos culpando a la víctima y generando bajo el victimario un colchón de impunidad.

La calle no será nuestra hasta que podamos transitar por ella con seguridad.

O hasta que nos apropiemos de ella.



Luego de esas palabras Anne puso cada nombre y rostro de las figuras mediáticas de la televisión, los entrevistados que habían hablado sobre la vida de Vee y abogados defensores de Klae Powne.

Y entonces, como si hubiera arrojado una bomba, se desató el caos y todo colapsó.

Su discurso se comenzó a difundir por internet con una rápidez increíble por toda Canadá; una docena de activistas, cantantes, actrices, figuras públicas, y abogadas salió a mostrarse a favor del caso. La entrevistaron de al menos tres canales nacionales y de pronto no hubo ni una sola persona en todo el país que no conociera el nombre de Venus Le Brun.

Los vecinos hablaron, el pueblo se plagó de periodistas, y las calles de Avonlea antes llenas de flores conmemorativas, ahora no dejaba espacio para nada más que para miles de mujeres pidiendo justicia, barricadas y gritos de lucha.  

Anne Of The Present Where stories live. Discover now