Porque claro, ellos estaban viviendo un oasis.

Pero había madurado, y pensé que había cambiado, que había solucionado las cosas con papá y siempre que salía a divertirme lo hacía porque tenía ganas y no para evadir alguna situación. Conocía mis límites con el alcohol y no consumía nada más que eso.

—Mierda, Keth. —me dije a mí misma cuando me di cuenta que sin celular no podía llamar a el chico que siempre me llevaba de vuelta a Avonlea, tampoco me sabía su número.

Había caído en el mismo círculo vicioso, y ahora estaba varada en Charlottetown sin teléfono, sin forma de contactar a Keth y con un frío del carajo mientras observaba a dos muchachos vomitando a unos metros de mí.

Estuve a punto de hacerlo también, odiaba el sonido de las arcadas hasta cuando estaba sobria, pero me contuve y aferrándome a mi poco sentido común, caminé lejos de ellos hacia el guardia del edificio. —Dis...disculpe, señor.

¿Señor? Mierda, sí que estaba en malas condiciones.

El hombre recorrió todo mi cuerpo antes de posar sus ojos en los míos. —¿Qué?

—Me... —tosí al evidenciar mi voz ronca y poco audible—. ¿Me podría prestar un celular? Necesito pedir un...un auto de esos naranjos con celeste.

—¿Un taxi? —preguntó con una sonrisa engreída que quise sacarle con un rodillazo.

Volví a tratar de mantener la calma, no estaba en una situación para pelear. —Eso mismo, un taxi. Perdí mi teléfono, o me lo robó la rubia cuando nos besamos...no lo sé, el punto es que no tengo cómo carajo irme a casa y papá me espera siempre con una sopa caliente si cumplo mi horario de llegada a las dos. No te imaginas las malditas ganas que tengo de esa sopa justo ahora.

—Me temo que no tendrás sopa, niña. Porque son las cuatro.

—¡¿Las cuatro?! —bramé sintiendo como entraba en pánico—. Mierda, carajo, y el culo de un policía...debes prestarme tú celular. Realmente lo necesito.

—Si te lo presto a ti, tendría que hacerlo con todos los ebrios que me lo piden. —dijo haciendo pasar a un grupo de amigas por la puerta, fruncí el ceño cuando me di cuenta que no parecían de más de catorce años—. ¿Sabes cuántos son esos?

—¿Muchos ebrios?

—Muchos ebrios. —corroboró—. Lo que significaría mucho dinero perdido para la empresa, así que no nos dejan.

Quise volver a golpearlo, pero pensé en la mirada de reproche de Gilbert cuando me decía que debía ser más amable con la gente. —Por favor...

—No puedo, linda. —exclamó con una connotación que supe que no era ni de cerca paternal—. Lo siento.

Un grupo de muchachos pasó a mi lado y uno de ellos me rozó la cintura con delicadeza al pasar. Quise golpearlo con todas mis fuerzas, pero ni de cerca tuve tantas como cuando le sonrió con complicidad al guardia. —La tienes a tus pies —parecía decir con esas cejas arqueadas—. Está ebria y buena, ¿qué esperas?

Respiré. No podía lidiar con neandertales ahora, necesitaba llegar a casa. —Tengo diecisiete años y estoy sola a las malditas cuatro de la mañana, ¿no tiene hijas, sobrinas, amigas?

—Mis hijas jamás estarían en esa posición, cariño. —me contestó con aires de superioridad y los chicos soltaron una carcajada burlesca antes de entrar—. Ellas no son de tu tipo y no frecuentan lugares como estos.

Quise decirle que sus hijas tarde o temprano estarían en una situación de potencial peligro en ese lugar o en el otro lado del mundo, y que seguramente necesitarían ayuda como yo en ese entonces, porque era pan de cada día el sentirnos expuestas. Pero pelear con un hombre así hubiera sido mucho esfuerzo para mi drogado cuerpo que me imposibilitaba hasta mantenerme quieta o en equilibrio.

Anne Of The Present Where stories live. Discover now