¿Café?

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Lord Asriel se había aburrido hacía un rato de rellenar papeles, así que había decidido continuar con el artículo de su investigación más reciente, el cual quería publicar antes del fin de semana. Con un poco de suerte sus resultados llamaban la suficiente atención como para atraer la curiosidad de algunos adinerados que quisieran invertir en el proyecto. Stelmaria, recostada en uno de los sillones de su despacho, gruñó por lo bajo.

—Sabes que mientras trabajes en el Instituto Ártico tienes que tener los papeles que te pidan a tiempo, ¿no?

—Ah, cállate. Los voy a tener a tiempo, pero ya me he cansado.

—Siempre acabas haciendo lo que quieres.

—Sé cuáles son mis responsabilidades —farfulló mientras se concentraba más en las gráficas que tenía delante—. Si estás tan estresada por los papeles bájate del sillón, lo vas a llenar de pelos.

El leopardo agitó su fuerte cola con violencia y le enseñó los colmillos:

—Yo no suelto pelo —siseó.

Pero Lord Asriel no se sintió intimidado por su daimonion en lo más mínimo. Desgraciadamente, la breve conversación había desviado su atención y ahora no era capaz de volver a concentrarse. Se levantó con brusquedad, un tanto molesto por el cansancio, y se dirigió al perchero donde descansaba su abrigo. Stelmaria levantó la cabeza para observarlo.

—Tengo que despejarme.

Stelmaria saltó del sillón donde había estado echada las últimas cuatro horas:

—Por fin —bostezó enseñando sus colmillos y se estiró sacando las garras.

Lord Asriel salió de su despacho, en la cuarta planta del Instituto Ártico, y caminó a grandes zancadas para evitar detenerse a dar conversación al resto de científicos con los que se cruzaba. Todos querían hablar con Lord Asriel, comentar con Lord Asriel, buscaban su aprobación y su apoyo. Él no estaba dispuesto a perder el tiempo así, que cada uno escalase su propia montaña como pudiese. Bajaba las escaleras con prisa, Stelmaria siguiéndole de cerca, cuando levantó la vista y encontró a la Señora Coulter de pie en el hall, saludando a unos colegas. Vestía un traje elegante y una falda hasta las rodillas, la chaqueta abrochada por un único botón se ajustaba a su cintura y a Lord Asriel le impresionó cómo esa imagen de elegancia y sobriedad seguía sin poder aplacar la fiereza de sus ojos. Esos preciosos ojos que, como dos imanes, lo habían atraído tanto la primera vez que se encontraron, en el salón de baile hacía un par de semanas. Pero lo cierto era que él ya la había visto otra vez después de eso, pues había asistido a la conferencia que la Señora Coulter dio en el Instituto tan solo tres días después del baile, y su elocuencia y buenas palabras le habían dejado ensimismado, así como el contenido de dicha ponencia.

Antes de poder darse cuenta, estaba estrechando la mano de la mujer.

—Un placer verla, Señora Coulter.

—Igualmente.

Sus largas pestañas, afiladas como agujas, parapetaban los ojos más hermosos que Lord Asriel hubiera visto nunca, y una sonrisa fina y peligrosa asomó en sus labios conforme lo saludaba. Por todo lo demás, su rostro parecía de lo más inocente. Algo se removió en Lord Asriel. ¿Adrenalina? ¿Curiosidad? Se sentía como si hubiese encontrado una grieta en el hielo, una abertura hacia el abismo, y él no podía reprimir las ganas de asomarse.

—No tuve el placer de poder hablar con usted tras su ponencia hace unos días —lamentó Lord Asriel—. Fue muy interesante, no me habría imaginado que usted estuviese volcada en el estudio de este campo de la teología experimental.

—¿Y por qué no, Lord Asriel?

—No ha atraído la atención de muchos científicos... Aún.

La mujer volvió a sonreír y su mono dorado saltó a su hombro tras haber saludado a Stelmaria.

—Mejor para nosotros.

Él se quedó satisfecho con esa respuesta, pero no lo suficiente como para terminar la conversación en ese punto.

—¿Qué le parece si le invito a un café y comentamos más acerca de este campo tan poco discutido?

Sintió a Stelmaria alarmarse ligeramente, pero ninguno de los dos se movió un ápice, tampoco cuando la Señora Coulter recorrió a Lord Asriel con la mirada de una manera sutil pero igualmente descarada. Se le erizó el vello al pensar que esa mujer se atrevía a fingir pensárselo dos veces antes de aceptar. Volvió a mirarle a los ojos cuando respondió:

—Me parece una muy buena idea. Espere un minuto, que subo a por mi abrigo.

Y dicho eso se alejó hacia las escaleras, en perfecto equilibrio sobre sus tacones, y su mono dorado sentado en su hombro.

—¿Por qué tengo la sensación de que no hay manera de controlarlos? —Stelmaria gruñó por lo bajo.

—Porque no lo hacemos.

—¿Y desde cuándo te agrada eso?

—Nunca lo ha hecho.

Stelmaria bufó y dibujó un círculo entorno a Asriel antes de sentarse de nuevo a su lado. Aunque pareciera detestar esa actitud de Asriel, siempre tentando a la suerte, ella también sentía, en el fondo, una inquietud y curiosidad que no podía frenar. También quería saber hasta qué punto era capaz de llegar esa mujer con su daimonion dorado. De todas formas, se sentía en la necesidad de actuar más fríamente que Lord Asriel, ella era el poco de cordura que ambos poseían cuando al hombre se le desbordaba la pasión de las manos.

—Sabes que está casada —le recordó.

—Es solo un café.

Pero el hecho de que no se hubiera alarmado ante el aviso, y tampoco de que hubiese pestañeado o movido un ápice de su cuerpo, la inquietó. Bufó, y sus párpados y orejas cayeron pesados. Sus patas resbalaron hacia delante y ella se tumbó cual esfinge.

—Es una cita...

—Y ella lo sabe —ahora, Lord Asriel miró a su daimonion, con un brillo felino en los ojos y una imperceptible sonrisa satisfecha.

Stelmaria cruzó sus patas por encima de su hocico, tapándose los ojos, exasperada.

—Otra vez no... 

Coffee?Where stories live. Discover now