Capítulo 8 (Editado)

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Las palabras de Balthazar retumban en mi cabeza aun luego de unas horas. Ni siquiera pude indagar en todo lo que quiera indagar, porque el maldito timbre volvió a sonar como si la gente supiera el momento justo para salvar al cobarde de Balthazar de decirme las verdades que me debe. Me dijo que tenía que irse. No me explico por qué, a donde o con quien. Solo se fue. Y comienzo a hartarme cada vez más de esto.

Mi turno en la cafetería comienza en media hora, y me obligo a dejar de pensar en ello para adentrarme en el closet. Freno en seco al reparar en que no solo mis prendas se encuentran allí, sino que del otro lado del closet, ropa de hombre cuelga de los percheros. Algunas otras cosas están perfectamente dobladas en las cajoneras.

—¿Puso su ropa aquí? — susurro, desconcertada.

Negando con frustración por tener que agregar otra nueva incógnita a toda la complejidad que rodea a ese demonio, ignoro su ropa en el clóset, por el momento, y procedo a vestirme. Tomo una falda de jean negra y una camiseta blanca de tiras. El aire acondicionado es la gloria aquí, pero mi teléfono me muestra temperaturas que me hacen gemir de pesar mientras bajo las escaleras.

Entro en la cocina, buscando cualquier cosa rápida que pueda almorzar antes de irme. Pero le detengo cuando veo un plato con pastas sobre la encimera, junto con un vaso de jugo. Sorprendida, me acerco y leo una nota pegada al cristal del vaso.

"Toma".

Frunzo el ceño. Miro la nota a un lado del plato y esta vez ruedo los ojos.

"Come".

No está aquí y aun así encuentra la manera de ser un mandón. Miro con odio la elegante caligrafía de las notas mientras devoro la comida. Esta buenísimo, y su letra es preciosa. Me irrita más. Sin embargo, no puedo negar las mariposas que revolotean en mi vientre por sus gestos. También, porque noto que ya no hay huevos en la cocina.

—Estúpido demonio — refunfuño con la boca llena.

Cuando término, dejo la vajilla sucia en el fregadero y voy por mi teléfono y mis llaves. Salgo de la casa y me meto al coche, sudando al instante en que el aire caliente toca mi piel. Luego de conducir por unos quince minutos, llego a la cafetería. Dos minutos después, estoy del otro lado de la barra del mostrador, bromeando alégreme con Lucas y los demás mientras atiendo a los clientes que piden para llevar.

—Valy, ¿puedes atender la mesa número seis por mí? — Lucas me pide, haciendo malabares para que no se le caigan los platos que tiene en las manos y que está a punto de llevar a una de las mesas.

—Seguro, Luky — le devuelvo el horroroso apodo, haciéndole reír. Tomo una libreta y un bolígrafo de debajo de la barra, y voy hacia el conjunto de mesas.

Más relajada de lo que estuve esta mañana, comienzo a pasar la paginas para buscar una hoja en blanco. Voy hacia la mesa sin atender de la sección de Lucas. Cuando encuentro una hoja en blanco, detengo mi paso y levanto mi mirada hacia los nuevos clientes. Frunzo el ceño al ver cuatro pares de ojos mirándome fijamente. Pero lo que me desconcierta es ver como se me quedan viendo demasiado raro. Atentos, maravillados.

—Buenos días, mi nombre es Valerie y seré su mesera el día de hoy, ¿ya saben que desean ordenar? — pregunto, incomoda. Son dos mujeres y dos hombres. Me miran sin parpadear. Parecen de unos treinta años, pero las ropas totalmente negras y lentes del mismo color, hacen que parezcan personal del FBI.

—Mi lady, por favor, discúlpenos. No debe servirnos en lo absoluto — el más musculoso y aterrador de todos ellos, me baja la mirada mientras me habla. Desconcertada, frunzo el ceño,

—¿Mí... que? — susurro. Lo miro como si le hubiera salido un tercer ojo, y reparo en cómo sus acompañantes también tienen la cabeza gacha y parecen estar frente a una eminencia — ¿Los conozco? — dudo.

Balthazar [1]✔️Where stories live. Discover now