3. Oscura realidad

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El pueblo de Santo Thomas era pequeño, estaba en el centro del vallecito y era pintoresco, con todas sus casitas a modo de cabaña, la niebla que se levantaba a la mañana y las tiendas de cerveza

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El pueblo de Santo Thomas era pequeño, estaba en el centro del vallecito y era pintoresco, con todas sus casitas a modo de cabaña, la niebla que se levantaba a la mañana y las tiendas de cerveza. Ahí radicaba el mayor atractivo turístico: parecerse a un pueblito alemán.

La última vez que había estado ahí me pareció aburrido hasta el cansancio, pero ahora que era mayor de edad y podía probar la cerveza, admitía que era más divertido.

La noche del día siguiente fuimos los cuatro a comer a uno de los restaurantes y luego visitamos la cervecería más grande y famosa. Me emocioné con la carta de fastuosos sabores y competí con papá para ver quién podía acabársela primero.

Después de dos rondas, donde gané en ambas sin trampa, mamá dijo que mejor volviéramos a la casa. La abuela, que había apostado a que papá perdería, aunque no tenía ni idea de que quizás yo ganaría por ser sobrehumana, protestó al igual que yo.

Era noche nos reímos mucho y cuando nos pasamos viendo filmaciones de cuando yo era niña y me mandaba mis mocos hasta las dos de la mañana. Resultó que la abuela tenía un buen vino guardado y también le gané a papá al bebérmelo antes que él.

Tuve que ayudarlo a subir a la habitación después de eso, porque era la única con fuerza suficiente para arrastrarlo por las escaleras. Me reí un poco de él cuando me dijo que estaba orgulloso de que su hija fuese tan dura y dejé que se desplomara sobre las almohadas, donde se quedó dormido al instante.

Yo tenía dudas de que mi resistencia al alcohol tuviese que ver con mis dones de daevitaen, porque nunca me había bebido dos porrones de cerveza más tres vasos de vino enteros sin tener ninguna secuela. La única vez que había bebido antes de morir y revivir, con un solo vaso de cerveza terminé en el piso, sin equilibrio.

Cerré la puerta y saludé a mamá cuando me la crucé en el pasillo.

—Tu padre es un caso perdido —me dijo, bastante enojada con él—. No puedo creer que sigas entera. Solo por eso no le doy un sermón.

—Ma —contesté, dándole un corto abrazo—. Tengo dieciocho, puedo beber, ¿recuerdas?

—Y no te dejo solo porque seas una deaviten —respondió, dándome una palmadita en el trasero que me sorprendió.

—Daevitaen —corregí, tentada de risa.

—Lo que sea.

—¡Pero ya viste que el alcohol no me hace nada, parece!

Mamá entrecerró los ojos y me inspeccionó de arriba abajo. Su mirada de avispa me hizo reír otra vez y ella se cruzó de brazos.

—Ah, sí, la que no le hace nada el alcohol —me regañó—. Estás bien alegre. ¡Ve a acostarte ahora, Serena!

Pasó de mi y yo, encontrando totalmente disparatados todos sus gestos, la ignoré y bajé las escaleras para reencontrarme con mi abuela, que no se había enterado que prácticamente cargué a papá al cuarto, debido a las distracciones de mi madre.

Sueños enterrados (Suspiros Robados 2)Kde žijí příběhy. Začni objevovat