–Sí, mi lord –asintió y, aunque estaba indeciso al mirar hacia los rezagados, Candra y Garrett, aceptó encabezar la marcha junto con Weston y Manfred.

Por su parte, tras intercambiar los saludos de rigor, Garrett se mantuvo en silencio junto a Candra. A su lado, nunca sabía muy bien lo que debía decir.

–¿Te encuentras bien? –preguntó Candra. Garrett asintió–. ¿De verdad? –volvió a confirmar con la cabeza–. ¿Qué sucede?

–¿Por qué?

–Han pasado cinco minutos. Nos hemos cruzado con media docena de personas y tú no has dicho una palabra –Candra frunció el ceño, confusa–. ¿Te encuentras bien? –repitió.

–Es mi forma de ser –respondió, escueto.

–¿De verdad? En las noches, tú... –Candra se calló, como si apenas hubiera notado lo que estaba diciendo–. Lo siento.

–No. Yo... –Garrett suspiró–. No sé qué decir.

–¿Acerca de qué?

–De ti. Siempre que estoy a tu lado, no sé qué decir.

–Oh –Candra se quedó pensativa–. Lo que sea, puedes decirlo todo. O nada.

–¿Ah sí?

–Sí. ¿Puedo decirte también lo que sea?

–¿Puedo evitarlo? –soltó, con solo un toque de diversión.

–No –Candra exclamó, alegremente–. Me gustas –susurró– especialmente en las noches, durante tus entrenamientos –sonrió–. Eres un guerrero.

–Yo...

–Lástima que estés comprometido –se encogió de hombros, cortando sus palabras–. ¿Alcanzamos a los demás? Creo que, si nos retrasamos más, Arley vendrá dispuesto a pedir mi cabeza.

O la mía –pensó Garrett, aunque no estaba preocupado por ello. En realidad, estaba bastante distraído por las palabras de Candra. ¿Significarían algo? ¿O tan solo una mera apreciación de la realidad? ¿Cortesía?

Qué más daba. La intención de ella no cambiaría lo que era. Una mujer de Nox. Un peligro para cualquier persona de Savoir y del reino en general.

Aún peor. Era la hermana de la regente. De la bruja de Nox.

Esos eran sus pensamientos y la miró. Candra se había detenido a platicar con una mujer del pueblo quien, a pesar de estar cómoda con la joven, le dirigía miradas subrepticias de alarma. Garrett no se inmutó, estaba acostumbrado.

Luego Candra se despidió, giró y sonrió de lado, en dirección hacia él. Eso era todo. Como cada noche, cada vez que la miraba. Todo desapareció.


***


–Un panorama interesante –exclamó el anciano a sus espaldas. Shamus giró y le hizo una leve reverencia, antes de volverse hacia el frente. Era curioso que no lo hubiera escuchado entrar a la torre de vigilancia, pero por supuesto, ese hombre no era cualquiera. Atherton de Nox era un oponente formidable–. Capitán, ¿ha decidido dónde reposan sus lealtades? –inquirió en tono burlón. Shamus se limitó a encogerse de hombros–. Ya veo.

–Mi señor, mis lealtades no cambian.

–¿No? –preguntó, poniéndose a su lado para mirar el pueblo que se extendía ante sus ojos.

–No. Mis lealtades siempre están acordes con mis intereses.

–Nuestros intereses coinciden, me parece recordar.

–Creo que recuerda bien, señor.

–Tengo al capitán de la guardia de Nox de mi parte. Así como a otros personajes interesantes. ¿Qué puedo hacer al respecto? –el anciano pareció meditarlo–. Ah, creo que debemos hacer algo con ellos.

–¿Señor?

–Se está tardando, capitán –Atherton extendió su mano–. ¿Lo nota?

Shamus siguió con la mirada la dirección que le señalaba, mas no encontró nada extraño. Sí, era Laraine, si no estaba equivocado, quien caminaba en dirección al pueblo. ¿Qué había...?

Luego ya no lo hacía. Se detuvo, giró y regresó sobre sus pasos. No obstante, tras unos minutos, retomó su camino original y continuó unos metros más hasta detenerse y... ¿estaba regresando al castillo nuevamente?

Indecisa. Laraine se estaba debatiendo sobre algo... ¿o alguien?

No. Eso era imposible. Ella nunca se cuestionaba. Si decidía hacer algo, simplemente lo hacía. Esa impulsividad era lo que la hacía perfecta para sus planes. Para él. ¿Qué sucedía?

–¿Lo ha notado, capitán?

–Le preocupa.

–¿A usted no?

Shamus volvió a encogerse de hombros. De todos modos, fuera el recién llegado esposo o no, eso podría cambiar de un momento a otro. ¿Por qué preocuparse?

–He escuchado... –cambió de tema Atherton– que uno de los guardias del joven esposo de mi nieta está herido.

–¿Qué ha dicho? –inquirió, desconcertado. Sin embargo, al encontrar la sonrisa del anciano, lo entendió–. Ah.

–Sí, capitán. Precisamente.

–Es una lástima. Los accidentes suceden. ¿Cierto?

–Precisamente –Atherton suspiró–. Es una lástima que con las personas de Savoir los accidentes parezcan más propensos de aparecer –culminó y con un gesto de despedida, se alejó del lugar.

Cuatro Momentos (Drummond #4)Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz