Nada se sentía familiar en aquella casa, la única esperanza que le quedaba era Félix, a pesar de todas las cosas que habían pasado entre ellos realmente era el único que se quedaba a su lado, nadie más.

Tal vez, si solo tal vez pudiera decirle dónde estaba él iría a rescatarla y se marcharían lejos.

Pero a esas alturas temía que Erick se hubiera deshecho de él.

Eran las 10pm, por lo que había podido analizar a esas horas todos ya estaban durmiendo. Anastasia aprovechaba esos momentos para salir de su alcoba e ir a comer algo, siempre encontraba buenos platillos dentro del refrigerador y algunos dulces que guardaba para el día siguiente.

Su estómago gruñó ansioso cuando un delicioso aroma atravesó sus fosas nasales, había alguien en la cocina, al asomar la cabeza vio una mesa perfectamente decorada con un platillo que no reconoció y un florero en el centro de la mesa.

— ¿Piensas quedarte mirando durante toda tu vida? — Erick ya sabía que estaba ahí sin la necesidad de voltearse. — Ya se me hacía extraño que no comieras, vienes por las noches ¿No es así? — Anastasia no le respondió. — ¿Por qué mejor no hacemos las paces? He cocinado para ti como muestra de que quiero paz ¿Lo ves?

Contempló la mesa en silencio. — No viniste a verme, ni siquiera una sola vez desde que llegué aquí por tú culpa.

— Creí que necesitarías tu espacio.

— ¿Ahora sí piensas en mis sentimientos? Eres un descarado.

— ¿Por qué tendría que andar detrás de ti? — Su pregunta la irritó por completo.

— ¡Porque tú fuiste quien me trajo! — Gritó, furiosa. — ¡Me traes, me tiras dentro de tu casa para que viva en ella y ni siquiera tienes la cara de aparecer para comprobar si no me he suicidado!

— Pero te he dado a Emily.

— ¡Yo no quiero a Emily, quiero regresar a mi casa! — Desvió la mirada hacia la comida y frunció el ceño. — No quiero tener nada que ver contigo, no quiero nada de ti ¡¿Me escuchas?! ¡NADA! — Exclamó— Ni siquiera tu comida.

Podía ver la ira en su máxima expresión en la mirada de Erick, quien apretaba los labios como si en cualquier momento fuese a golpearla. Pasó una milésima de segundo cuando lo vio destruir su propia mesa de un golpe, echándola abajo con todo y lo que había preparado. — ¡Pues bien, muérete de hambre si eso es lo que quieres! ¡Haz lo que quieras! Como si tuvieras otro lugar a dónde ir ahora.

Erick se marchó luego de su espectáculo, dejando a Anastasia llorando sola desde la cocina.

Solo quería que todo volviera a ser como antes.

* * *

Su deseo no fue concedido, las cosas entre Erick y ella empeoraron con el avanzar de los días. Solo podía ir de la casa al trabajo y viceversa, siempre escoltada por uno de los perros guardianes de Erick. Las miradas de burla y lástima no habían hecho nada más que crecer cuando llegó al trabajo y había otra mujer sentada en su escritorio, estaba demás describir su increíble físico.

— ¿Qué diablos está pasando? ¿Por qué hay otra mujer sentada en mi escritorio? — Encima del escritorio de Erick había un par de cajas, Anastasia supo de quién eran al ver las fotografías adentro. — ¡¿Por qué mis cosas están aquí?!

Erick alzó una ceja, su mirada era mucho más dura que antes. — No vas a seguir trabajando.

— ¡¿Qué?!

— Es de mal gusto que la futura señora Russo trabaje en una compañía de tan poca credibilidad. — Se recargó sobre el espaldar de su silla. — Es por eso que no necesitarás venir aquí de nuevo, puedes llevarte tus cosas.

— Esto es una venganza tuya ¿Verdad? ¿Acaso no puedes ser más infantil? — No iba a permitir que su orgullo fuera aplastado de esa forma. — Tienes miedo de que si junto mi propio dinero pueda liberarme de tus garras ¿Cierto? No eres estúpido, conocías el motivo por el que soporté tus malos tratos y tus gritos y ahora también lo usas para doblegarme ¿No te fue suficiente con mis padres? Quieres controlar cada cosa que hago y déjame decirte que no te lo permitiré, aún si me caso contigo jamás dejaré que hagas conmigo lo que quieras.

Luego de tomar sus cosas azotó la puerta al salir y Erick se rió. — Que niña tan idiota, ni siquiera se da cuenta de que ya está haciendo lo que quiero.

Llevar sus cosas en una caja y pasearla por todo el edificio hacia la salida fue la cosa más humillante que pudo haberle pasado, en ese preciso momento Anastasia juró que se las haría pagar a Erick, mientras tuviera oportunidad y una pequeña chispa de esperanza en ella no dejaría de luchar por su libertad.

— Llegó el momento de largarme de aquí. — Abrió el armario de su habitación en cuanto regresó a la casa, viendo la ropa destruida adentro de él.

* * *

Al volver a casa Erick tomó un baño con agua caliente y trató de calmar su estrés con una botella y música clásica, abriendo la ventana de su habitación para recibir la helada brisa nocturna, abrebocas del invierno que les caería pronto.

Podría haberse quedado dormido en ese preciso instante estando de pie si no hubiera sentido un trozo de tela colgante que le golpeó el rostro con la brisa, lo tomó de inmediato, era de color salmón y tenía un nudo fuerte que la ataba a otro trozo de tela larga en una escalera que ni siquiera llegaba hasta el piso.

— ¡¿Qué diablos está mal contigo?! — Al levantar la mirada vio a Anastasia colgando de las sábanas y demás ropas que usó como soga para escapar. — ¡¿Qué rayos haces, Anastasia?!

— ¡Voy a regresarme a casa! — Gritó de vuelta, aferrándose a las sábanas mientras trataba de seguir bajando.

Erick se sobresaltó al escuchar el crujir de la tela — ¡Idiota, tu cuerda ni siquiera llega hasta el piso! — Ella miró hacia abajo, al ver la manera en que palideció solo le confirmó una cosa. — ¡¿Ni siquiera miraste antes de empezar a bajar?!

Anastasia había entrado en pánico, las sábanas atadas no eran lo suficientemente fuertes como para resistir todo su peso, miró con horror la manera en que comenzaba a romperse la tela que la sujetaba y maldijo su imprudencia por primera vez en la vida.

— ¡Ven acá, te atraparé!

— ¡No te acerques! — Apartó el pie de golpe cuando sintió la mano de Erick sobre su tobillo, el movimiento imprudente hizo que la cuerda se rompiera aún más. — ¡Si no me dejas ir voy a soltarme, de verdad lo haré!

— ¡¿Acaso no tienes miedo de morir?! — Replicó Erick.

Ella se sorbió la nariz, apretando su agarre a las sábanas y aferrándose a su tonta idea para poder escapar. — ¡Prefiero morir a quedarme aquí! — Gritó hasta que sus pulmones se cansaron, dando paso a una voz más débil y cansada. — Me engañaste, eres un mentiroso. — La voz de Ana se quebró al hablar.

— Ana, vamos a hablarlo. No necesitas llegar a este extremo.

— ¡Ni siquiera vas a escucharme si no llego a este extremo!

Erick se detuvo. — Ana, ya basta. Vamos, cálmate un poco y toma mi mano, estarás bien. — Extendió su mano hacia ella, quien titubeó al tomarla de vuelta. — ¡Vamos, toma mi mano!

La tela que ella sujetaba terminó de romperse.

— ¡ANA!

Esposa del CEOWhere stories live. Discover now