–No es justo. Estoy bien.

–Prefiero juzgar eso por mi cuenta.

–¿Te preocupas por mí?

–¿Debería?

–No lo sé.

–¿No te da miedo, Weston?

–¿De qué?

–De mí.

–¿Por qué?

–Por lo que has escuchado.

–¿Y a ti?

–¿A mí?

–¿No te da miedo de mí por lo que has escuchado?

–No he escuchado nada que deba temer de ti.

–¿Y de Savoir? ¿Y de los demás pueblos del reino?

–Ah. Bien, no lo sé. No tengo miedo... de nada.

–Eso es peligroso.

–Supongo –Laraine se encogió de hombros–. ¿Sabes lo que dicen de ti?

–¿Qué? ¿Qué voy a morir?

–Que eres como una presencia en el castillo. Apareces y desapareces. Un fantasma.

–¿Un fantasma? –Wes arqueó una ceja–. Una bruja y un fantasma –soltó, pensativo. Luego la observó, con diversión en sus ojos grises–. ¿Qué par hacemos, no te parece?

Laraine se estaba alejando, pero ante esto, giró la cabeza de inmediato. Lo miró por un largo rato, entrecerrando los ojos al último instante. Volvió la vista al frente y salió por la puerta, aunque eso no evitó que Wes escuchara su breve carcajada. Sonrió, satisfecho consigo mismo por el progreso de esa noche.


La mañana transcurrió con relativa normalidad, al menos eso es lo que pensaba Wes. Por supuesto, su prescindencia de la acostumbrada caminata antes del desayuno llamó la atención de Garrett, pero no lo comentó.

Así que Wes decidió no decírselo hasta que fuera estrictamente necesario. Tras la primera comida del día, subió a su habitación, seguido por el joven guardia.

–Está abrigándose –soltó, en tono resignado. No necesitó preguntar, era un hombre inteligente–. ¿A dónde vamos?

–¿No habrá protestas ni oposición? Vaya.

–¿Con qué objeto? No sirven de nada con usted, Weston.

–De verdad, si quieres que las personas sigan creyendo que eres parte de mi familia, como lo eres, debes dejar de tratarme formalmente.

–No lo haré, a pesar de todo, no es...

–De acuerdo, está bien –cortó rápidamente Wes y dejó caer la capa sobre sí–. ¿Listo para salir?

–No.

–¿Por qué? Sé que amas el aire libre.

–No aquí. En Savoir...

–¿Extrañas Savoir?

–¿Usted no?

–Cada día –suspiró Wes. A continuación, se encogió de hombros–, pero no tiene sentido lamentarse. Debemos hacer lo mejor con lo que tenemos. Vamos a pasear.

–¿Por el bosque de los alrededores?

–Mejor. El pueblo.

–Temía que dijera eso.

–No es necesario que te asegures de que llevas tu espada. Sigue ahí –se burló.

–Si no estuviera para protegerlo...

–Moriría más pronto. Pero ya que estás aquí, acompáñame y deja de lado tus temores.

–¿Para qué así nos puedan matar a los dos rápidamente? No, gracias.

–Exageras –dijo mientras atravesaban ya las puertas del castillo–. Son solo personas.

–De Nox.

–Siguen siendo personas, Garrett.

–Me preocupa, lord Drummond.

–¿Yo?

Garrett omitió responder, ignorándolo para dejar que todos sus sentidos estuvieran alertas. Ninguna precaución era demasiada, pese a que las personas seguían alejándose de ellos en cuanto se acercaban. No tenía importancia, de todos modos, lamentó no haber ido por Manfred para que los acompañara.

–Oh, mira quien es –Wes sonrió ampliamente al pequeño que se acercaba corriendo. Esta vez sí, directo hacia ellos.

–¡Lord Drummond, buenos días! –el pequeño saludó con una gran sonrisa. Luego soltó un chillido y continuó corriendo. Evidentemente estaba jugando alguna clase de juego, pues una docena de niños más llegaron y pasaron junto a ellos. Afortunadamente, todo fue tan aprisa que Garrett no tuvo tiempo más que para poner la mano en la empuñadura de la espada, sin llegar a sacarla.

–¿Te sorprendieron, eh, Garrett?

El gruñido del joven soldado fue lo único que requirió para que Wes soltara una carcajada y siguiera caminando, dirigiéndose hacia la casa del niño. No sabía si sería bienvenido o no, pero al menos podría intentarlo.

De alguna manera, tenía que empezar a llegar a las personas. A conocerlas. Hacer lo que pudiera por ellas y por Laraine... antes de dejarlas.

–¿Se siente bien? –Garrett lo miró preocupado. Probablemente había dejado traslucir sus pensamientos.

–Sí. Hemos llegado –Wes lo miró de reojo–. ¿Puedes intentar ser menos intimidante? ¿Algo así como sonreír?

–No sonrío.

–Ah, pero eso no es cierto. Recientemente, sonreíste.

–¿Qué? ¿Cuándo? Es imposible que...

–Oh, uno ve y escucha cosas. Muchos de nosotros amamos la noche, así que no te sientas mal por ello.

–¡Weston!

–¡Lord Drummond! –se escuchó al tiempo que abrían la puerta, interrumpiendo la conversación de los dos jóvenes–. Pasen por favor –pidió la mujer, con solo un deje de reticencia, que Wes optó por ignorar. Entró.

Cuatro Momentos (Drummond #3)Where stories live. Discover now