Capítulo 1: La llovizna

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Cualquier trabajo a realizarse antes de las 10 de la mañana, debería considerarse ilegal.

Eso es lo que piensa Mariana, Lali, para todo el mundo, mientras pone lo que queda del sobrecito de edulcorante en el mate, y vierte el agua del termo con relativa prisa, para apurar los últimos, a las 6:45 de esa mañana de lunes.

Deja uno cebado sobre la barrita desayunadora del pequeño chalecito en el que vive, y se dispone a juntar bolso y guardapolvo para empezar su semana. No sin antes revisar que Lilo, su gato, su vida entera... tenga comida y agua suficiente, y la bandeja de piedritas perfectamente limpia.

Cuando vuelve a pasar por allí, desde el baño, dá el último sorbo al mate que dejó y mira estirando el cuello hacia la habitación, para ver que no se olvide nada.

Su vehículo personal está esperando en el pasillo y antes de salir, observa con disgusto que tiene la goma sin aire.

Maldice ofuscada y deja otra vez sobre el respaldo del sillón, el guardapolvo y el bolso y se acuclilla para darle aire a esa goma de la bici, que ya la está demorando. Lilo la mira desde el centro del living, con expresión de decir: "estás llegando tarde"

El ruido y las maldiciones despiertan a su compañero de cama, que aparece en calzoncillos, despeinado y descalzo.

- ¿Qué pasa La? – Ella levanta la mirada fugazmente y vuelve a su tarea – ¡esta mierda! Espero que me deje llegar al cole.

-Te llevo yo, no te preocupes

-No, no... ya lo soluciono...

-Lali, dame un minuto, me visto y te llevo

-¡Nooo, Chi!, ya está...- Acomoda apresurada el inflador, vuelve al sofá a agarrar el guardapolvo y su bolso, y de pasada le deja un beso en los labios a su chico, que ante tanta rapidez aún no reacciona, porque él también adhiere a eso de que debería ser ilegal cualquier trabajo antes de las 10 hs.

Lali pone en su canastito el bolso y sobre su hombro el guardapolvo blanco, y aunque tiene mucha prisa, no olvida acomodar el pañuelo verde al frente del canasto de su bici. No sin antes gritarle suave a su gato – ¡Chau amor... después vengo!

El agua está caliente en el termo!... te veo luego - y tira un beso al aire que "El Chí" recoge, y se pone en la mejilla haciendo la mímica de un mimo.

Ella se sonríe y cuando ya está afuera, se monta en su bicicleta amarilla y sale decidida a su trabajo del que apenas la distancian unas 10 cuadras.

Mariana, Lali... 28 años, es docente de educación primaria, vive en Ramos Mejía, una localidad del Oeste del conurbano bonaerense, en el pequeño chalecito viejo heredado, de sus abuelos paternos.

Nació allí, un 10 de octubre en el bestial "Hospital Profesor Alejandro Posadas", una mole inaugurada en la década del 50, en el esplendor del gobierno de Perón, y por iniciativa de la Fundación de su esposa Eva Duarte.

Supo ser uno de los más prestigiosos de Latinoamérica, pero también un trofeo político de la dictadura post Peronista, "La Libertadora". Aunque la memoria más dolorosa de semejante monstruo es quedar en los libros de historia, como uno de los centros de detención clandestina durante la dictadura militar del 76.

En "El Chalet", como lo llamaron los personajes nefastos de la época, se practicaban detenciones, torturas y asesinatos en el más absoluto silencio de una barbarie histórica.

Muchas mujeres daban a luz en el hospital, e inmediatamente eran trasladadas sin sus hijos, obviamente, a ese pequeño chalet que estaba en el inmenso predio del hospital, separado unos escasos metros del edificio. Esa construcción había estado destinada a la vivienda del director del mismo, pero en esta época aciaga, nada cumplía la función para la que había sido concebida, y todo era un espacio propicio para dar rienda a la aberración de la muerte.

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