Diez minutos más tarde ya estaban en la cocina, desayunado panqueques con fruta y jugo que había preparado previamente. Chenle casi se tiró el vaso encima pero por suerte Jeno se estaba haciendo un experto en los desastres de su hijo y le puso un babero (aunque a Chenle no le gustaba usarlos) que evitó quedara hecho sopa.

   En el auto, de camino hacia la guardería, el padre volvió a preguntarse si acaso estaba tomando la decisión acertada. El lugar en donde lo había inscrito se lo había recomendado Jaehyun, un compañero del trabajo. Él tenía a su hijo ahí y le dijo que cuidaban muy bien de los pequeños, además de que sus horarios eran muy flexibles. Jeno a decir verdad, no pretendía dejarlo tanto tiempo, solo el suficiente para completar el turno de la mañana en la oficina y continuar con el trabajo por la tarde. No se había separado de Chenle desde que nació y no era fácil dejarlo ir tan repentinamente.

   Suspiró y sostuvo con más fuerza el cuero del volante. Deseo profundamente no estarme equivocando, Yeri. Le habló entre pensamientos a su difunta esposa y esperó que en donde quiera que estuviera, lo escuchara y lo ayudara.

   El destino había sido injusto con ella. Diez minutos después de que trajo a Chenle al mundo, el tiempo suficiente para que cargara en brazos a su bebé, falleció. Su embarazo había sido complicado desde el principio pero Jeno siempre se mantuvo optimista para que se recuperara. Acudía con ella a sus chequeos mensuales, la hacía reposar en cama y cuidaba su alimentación para que estuviera saludable. Sin embargo, de nada sirvieron sus esfuerzos, pues de todas formas la vida se la arrebató.

   Y por eso ahora, a los treinta años, era padre soltero, con un precioso hijo que cada día crecía más y más. A Jeno la paternidad no lo asustaba, era algo que quería vivir a lado de la persona que más amaba en el mundo. Pero, cuando esa persona lo dejó el miedo constantemente lo visitaba y lo hacía sentirse solo y perdido. Cada día era más difícil hacerse a la idea de que Yeri ya no estaba, pero sabía que debía ser fuerte porque ahora no era solo él, también estaba su bebé que necesitaba de él.

   Condujo por las nubladas calles de la ciudad hasta el lugar que había visitado apenas unos cuantos días atrás para inscribir a Chenle. Este por su parte, ya estaba más animado, jugando con una muñeca que le había gustado del centro comercial y un peluche de felpa que Jeno le había regalado por navidad. Chenle en realidad nunca había jugado con muñecas, pero cuando fueron a hacer la despensa y le dijo; ¡mira papi! Esta muñeca es igual a mamá, que conocía por el retrato que tenía de ella en la sala, Jeno no pudo resistirse.

   Aparcó en el estacionamiento de la estancia y después de apagar el motor Jeno se giró a mirar a su hijo, que iba en su sillita especial y que tenía el cinturón de seguridad bien puesto.

   — ¿Estás listo campeón? ¿Trajiste todas tus cosas?

   Chenle dejó la muñeca en su regazo y asintió, tomando su mochila que llevaba entre los pies para enseñársela a su padre.

   —Sip, llevo todos mis juguetes, eche el cadito amarillo porque el adul no lo encontré. También llevo otdo peluche por si alguien quiede jugar conmigo.

   Su hijo hablaba muy fluido, más de lo que la mayoría a su edad lo hacía. Pero todavía le costaba pronunciar la "R" y eso a Jeno le daba demasiada ternura.

   —Muy bien cariño —Jeno sonrío. Le gustaba su actitud para querer hacer nuevos amigos—. ¿También llevas la libreta de emergencia?

   —Sipi, la puse en la bolsa de atdás —Chenle le mostró el pequeño compartimiento dentro de su mochila de Winnie Pooh y señaló la libreta con todos los números de emergencia que debía tener a la mano—. Aquí.

Tenías que ser tú. 「NoMin」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora