Parte IX: BAJO NUEVA ADMINISTRACIÓN - CAPÍTULO 109

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—¿A dónde vamos? —preguntó Lug.

—A tu habitación —respondió Meliter.

Llegaron hasta el dormitorio de Iriad y entraron. Cuando Meliter arrastró a Lug hasta la cama, éste se opuso:

—No, no más cama.

—Debes descansar —le advirtió Meliter.

—No en la cama —insistió Lug.

—Bien —suspiró Meliter y lo arrastró hasta un mullido sillón frente a una ventana.

Lug aceptó sentarse. Meliter le trajo mantas y le sirvió un vaso de agua:

—Debes calentarte e hidratarte.

Lug aceptó los cuidados del otro y sorbió el agua lentamente mientras Meliter observaba la ciudadela por la ventana con la mirada perdida. Aquel momento de silencio le dio tiempo a Lug para pensar. Las palabras que Iriad le había enseñado lo habían salvado de lo que sea que Meliter planeaba hacerle. Pero Lug presentía que había salido de un embrollo para meterse en otro peor. Sospechaba que ahora, Meliter creía que él era Iriad. Lug no podía permitirlo, no solo porque no quería engañar más a Meliter, sino porque esa mentira era insostenible en el tiempo, especialmente si tenía que llevar a cabo el plan de Valamir con el portal. A riesgo de enemistarse otra vez con Meliter, Lug apartó el vaso de sus labios y confesó con voz apenas audible:

—No soy Iriad.

—Lo sé —respondió Meliter para sorpresa de Lug, sin quitar los ojos de la ventana.

—Yo no sabía lo que... Iriad me enseñó esas palabras, me dijo que era la única manera de hacerte entender que... —intentó explicar Lug.

—Lo sé —volvió a decir el otro sin emoción en la voz.

—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Lug suavemente—. ¿Qué fue lo que dije?

Meliter se volvió hacia él por primera vez y lo miró a los ojos:

—Las palabras son símbolos. Algunas son inofensivas y solo sirven propósitos ordinarios, mundanos. Igual pasa con los objetos. Pero a veces, se puede dar poder a una frase, a un objeto, se lo puede programar de una forma específica para que tenga una función determinada. Cada Druida Mayor tiene su Código Secreto de Poder, palabras que solo en su boca provocan el efecto deseado. Si esas palabras secretas son forzadas de su mente o de sus labios, pierden su poder de forma instantánea, pero si el Druida decide pasar su Código de forma voluntaria, quien lo reciba tendrá ese mismo poder. Normalmente, el Código es pasado del Druida al Ovate.

—¿Ovate?

—Así se le llama al aspirante a Druida. Cuando el Druida pasa su Código al aspirante, renuncia a su puesto y lo cede al Ovate para que se vuelva el nuevo líder de nuestra comunidad.

—No —se apresuró Lug a negar con vehemencia—. Iriad no renunció a su puesto y yo no soy su líder. Iriad solo me dio el Código para ayudarme a hacerte entender que no soy tu enemigo, nada más.

—¿Crees que Iriad no sabía lo que hacía? ¿Crees que estaba jugando?

Lug tragó saliva y no contestó.

—Descansa —suspiró Meliter, dirigiéndose a la puerta—. Cuando estés repuesto, podrás dar tus órdenes y las seguiremos.

—Al menos explícame lo que pasó. ¿Por qué desapareció Arundel a nuestro alrededor? —pidió Lug.

Meliter se detuvo en seco y se volvió:

—Arundel es un mundo artificial, creado y sostenido por la energía de sus habitantes. Las palabras que recitaste anulan la ilusión que nos envuelve. Traducidas, significan algo así como "ved la verdad".

—Como en Tír Na nOg... —murmuró Lug.

—¿Tír Na nOg?

—Una isla de paisajes exquisitos con una ciudad perfecta en el mundo de donde vengo, "la tierra de la juventud". Pero todo era una ilusión que se podía romper si uno portaba una perla especial llamada Anguinen —explicó Lug—. Al ponerte el anillo con la perla, todo desaparecía y solo quedaba una tierra yerma y muerta.

—Ya veo —asintió Meliter—. La diferencia es que Arundel no es una isla, Arundel no es nada, y al romper la decepción, Arundel desaparece de la existencia.

—Pero tú lo restauraste —comentó Lug—. Tú también tienes uno de esos códigos de poder.

—Es una salvaguarda —asintió Meliter—. Iriad creyó oportuno enseñármela hace unos años, solo por si acaso, pero mi poder solo es suficiente para realizar la restauración una sola vez.

—Lo siento —se disculpó Lug—. No fue mi intención destruir tu mundo y obligarte a usar la salvaguarda.

—No, no fue tu intención, fue la de Iriad —respondió Meliter.

—Igualmente, lo siento —reiteró Lug.

Se produjo un breve silencio.

—Eras tú, ¿no es así? —dijo Lug de pronto.

—¿Eh?

—El Ovate, el sucesor de Iriad. Eras tú —aclaró Lug.

—No —negó con la cabeza Meliter—, era Ileanrod. Supongo que Ileanrod debe haber cambiado mucho para que Iriad decidiera darle su puesto a alguien que no es un sylvano, alguien que ni siquiera es de este mundo, en vez de a su antiguo protegido.

—Ya te lo dije, no tengo intenciones de tomar el puesto de Iriad —recalcó Lug.

—Y sin embargo lo harás —replicó Meliter con tono severo—, porque no dejaré que abdiques de la responsabilidad que Iriad te ha dado y tires a la basura su sacrificio.

Lug suspiró sin contestar.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora