CAPÍTULO 1: ¡No cometas un error!

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*Flashback*

—No puedo creer que hayas hecho esto...

—Perdóname Azul, fue un error, pero es a ti a la única que amo. Te prometo que no volverá a pasar.

—Es que no lo entiendo, ¿qué estabas pensando?

—Estaba un poco pasado de copas y ella era tan provocativa... mis mecanismos varoniles simplemente se activaron.

—¿Tus mecanismos varoniles? Sabes que siempre perdono tus errores, pero una infidelidad es demasiado... terminemos.

El hombre frente a ella se arrodilló, su rostro reflejaba culpabilidad y a la vez incredulidad. Sabía que tenía algo serio con Azul pero no se arrepentía de haber pasado un rato de placer. Azul decidió ignorarlo, le dio la espalda, tomó las llaves del auto y de la casa y cerró de un golpe la puerta. Subió al auto lo encendió. Tomó con furia el volante y comenzó a golpear la parte central. El hombre que había salido tras ella un momento después, golpeaba la ventanilla. Azul gemía disgustada. Inhaló, exhaló, dos veces y luego tres más. Cuando se sintió menos afligida, presionó el clutch y metió la primera velocidad y aunque el hombre caminaba deprisa, la segunda velocidad impresa hizo que el carro saliera de la cochera y se perdiera a la vuelta de la esquina.

*Fin de flashback*

El boulevard costero. No estaba segura de por qué, pero cada vez que se paseaba por ahí, con las ventanas bajadas y el quemacoco abierto, su respiración era menos densa, los problemas parecían más lejanos y su humor mejoraba. Decidió detenerse cerca del malecón. Dejó su coche en un estacionamiento y se adentró entre la arena. No llevaba traje de baño, solamente su ropa casual, jeans, sandalias, una blusa sin mangas, llevaba el cabello recogido en una coleta, en una mano las llaves y en la otra el teléfono celular que no paraba de vibrar. Se sentó frente al mar.

Ella e Iván se habían conocido desde el inicio de la escuela normal superior y habían iniciado una relación sentimental desde el primer año. Iván era detallista y ella era tímida. Era perfecto el hecho de ser conquistada y él se sentía como un campeón. La mayoría de las veces habían tenido momentos buenos, sin embargo, desde hacía seis meses peleaban porque Iván llegaba alcoholizado después de reunirse con sus amigos y Azul no le dirigía la palabra por días. En esta última ocasión Iván había llegado con aliento alcohólico y algo más, labial en su camisa y otro delator, llamadas entrantes de Alicia. A punta de tirones de cabello Azul quiso saber la verdad y la respuesta que obtuvo de Iván desató el caos: "Fue solo sexo".

"¿Solo sexo? ¿Qué no afecta eso la lealtad? ¿Cómo pudiste hacerme esto Iván?", sollozaba Azul, mientras su pareja estaba semidormido, cruzado de bruces en el sofá. Estuvo bien, lo dejó dormir ahí solo. Al salir el sol los gritos continuaron, esta vez Iván con conocimiento de causa, rogó un perdón que no le fue concedido.

La puesta del sol era inminente. La brisa levantaba arena que golpeaba su rostro y se mezclaba con las lágrimas y los mocos, haciendo una secreción rasposa y dejándole el rostro más enrojecido de lo que ya estaba. No había demasiada gente a pesar de ser una tarde de verano. Azul se quitó los jeans y la playera, lucía una ropa interior color vino con encajes y poco a poco, caminando sobre las puntas de sus pies se acercó al mar.

—¡Eh! ¡No cometas un error! —Gritó una voz masculina.

Azul hizo caso omiso y continuó mar adentro. Las olas golpeaban sus pantorrillas. El hombre la observó.

—¡Eh, que está oscureciendo te puedes accidentar!

Ella giró a medias la cabeza, lo suficiente para que en la oscuridad de su silueta brillara una lágrima. Y volvió su atención al mar.

Al ver el hombre que no pensaba salir, corrió tras de ella. Con un brazo la tomó de la cintura y con el otro por detrás de las rodillas. Ella comenzó a patalear como pez retorciéndose para tratar de bajarse, él la sostuvo contra su pecho.

—¿Qué estabas tratando de hacer?

—No es de tu incumbencia y bájame por favor.

—¿No es de mi incumbencia? Me mostraste tu intención cuando el sol iluminó tu rostro.

—Yo no te mostré nada —sintió el pecho ancho del hombre— bájame.

—Sólo si me prometes que no tendré que ir por ti otra vez.

—Ya...

—Está bien, está bien. —La liberó de sus brazos sin dejar de tocar su hombro—. Sabes, tenía un buen rato observándote, me preguntaba ¿cuándo te ibas a lanzar al fondo del mar?

—¿Tú qué sabes? —dijo molesta mientras se metía su ropa.

—Evidentemente sé algunas cosas diferentes a las tuyas. Mujer, todo tiene solución, excepto la muerte... —Suspiró— Soy Seifer ¿y tú?

—Azul

—Debes estar cansada, deshidratada y bastante rosada por la arena en tu rostro. Ven, te invito una bebida en lo que te tranquilizas y si quieres puedes contarme qué pasó.

—No gracias —estar con un desconocido no le causaba ninguna gracia—. Tengo que volver a casa —suspiró.

—En serio, disculpa que sea entrometido, pero no quiero llevar en mi consciencia la muerte de alguien cuando sé que pude haber hecho algo...

Después de todo, a Azul no le parecía mala idea darle un poco de preocupación a Iván y darle su merecido, tomar una bebida con un desconocido y volver a la mañana siguiente.

—Está bien, aceptaré sólo porque tengo bastante sed.

Cerca de las escolleras, se sentaron en un restaurante bar, él pidió un tequila y para ella una margarita. Treinta minutos se volvieron una hora y esa hora dos y tres. Ella se sentía alegre, él la miraba y la dejaba ser.

—Bueno Azul, creo que es hora de que duermas un poco. Dame tu teléfono, llamaré a alguien para que venga a buscarte.

—No hay nadie a quien llamar. Mejor ayúdame a ir a mi auto.

—No, no puedes conducir en este estado. Te llevaré a tu casa.

—¿Y me vas a cargar de nuevo señor musculoso? —Se rió.

—No me dejas otra opción.

Seifer la tomó nuevamente entre sus brazos. Azul sintió los pectorales de Seifer bajo la camisa y él sintió la frialdad de su blusa sin mangas, húmeda del sostén. Sintió también sus voluptuosos pechos y se acaloró. Azul cerró los ojos, se acurrucó en el pecho grande de su salvador y gimió brevemente al sentir la mano de Seifer en sus muslos. Él se enrojeció. Tuvo el impulso de subir un poco más su mano hasta que logró acariciar su sexo sobre el pantalón y ella gimió más fuerte. La subió en el asiento del copiloto de su jeep, subió la capucha, y la cubrió con una manta. Se sentó del lado del conductor y la contempló. Con su coleta cayendo sobre su hombro derecho y su blusa holgada que mostraba su ombligo, la acarició en la barriga y ella sonrió. Ante el recuerdo del gemido, tuvo el impulso de tocarla, pero para su sorpresa, la mano de ella había sido más rápida y le acarició la entrepierna. Entre la calurosa noche de verano y bajo los efectos de la dulzura del alcohol mezclada con el deseo y la pasión, dos desconocidos unieron más que sus sombras, juntaron más que sus gemidos y durmieron al arrullo de las olas que eran testigos de aquél encuentro corporal.

Encuentro de sombrasWhere stories live. Discover now