Parte VIII: BAJO LA LUZ DE NUEVA INFORMACIÓN - CAPÍTULO 102

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—Déjame en paz —se tapó los oídos Liam—. Tus palabras no me engañan.

—Si no quieres entender con palabras, tal vez pueda convencerte de otra forma.

—Vete —meneó la cabeza Liam.

La mano que sostenía su hombro lo soltó y Liam pensó que por fin había convencido a esta entidad de que lo dejara solo, pero al cabo de un instante, la misma mano tomó la suya con fuerza. Todo el lugar se iluminó de repente. Ya no estaba acurrucado en el suelo, envuelto en la oscuridad, sangrando en inexorable agonía. Ahora estaba caminando por la amplia galería de un palacio.

Reconoció el lugar de inmediato, a pesar de que solo había estado allí por breves momentos: el palacio de Marakar. El dolor insoportable que lo había atormentado hasta hacía un instante desapareció casi del todo, dejando apenas una sensación de cansancio y una molestia leve pero constante en sus articulaciones. Era como si su cuerpo hubiese envejecido de repente y portara ahora los achaques de una edad avanzada. Trató de mirarse las manos, de tocar su rostro, pero sus manos no le obedecieron y su mirada siguió clavada al frente, interesada en una muchacha con el cabello peinado en una larga trenza que miraba hacia afuera por uno de los ventanales de la galería.

La chica se volvió hacia él al escucharlo acercarse y sonrió con una sonrisa radiante.

—¡Sabrina! —exclamó Liam al reconocerla, pero sus labios no pronunciaron nada, sino que se estiraron en una sonrisa como la de ella.

Parecía como si hubiesen pasado siglos desde la última vez que había visto a su amada. Con lágrimas en los ojos, trató de estirar una mano para tocarla, trató de hablarle, pero no parecía tener dominio alguno de su cuerpo. Resignado, solo disfrutó el verla de nuevo, aunque no pudiera interactuar con ella. Y luego, un pensamiento horrible le cruzó por la mente: si ella estaba aquí... ¿significaba que estaba muerta también?

Liam no tuvo tiempo de elaborar mucho sobre su devastadora teoría. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la voz de ella:

—¿Y? ¿Lo conseguiste? —preguntó ella con ansiedad.

¿Conseguir qué?, se preguntó Liam. La respuesta salió de sus propios labios, sin que él les diera la orden de moverse, y con una voz que no era la suya:

—Sí. Comienzas esta misma tarde.

Ella rio feliz, corrió hacia él y lo abrazó con fuerza. Liam disfrutó de la suavidad de su piel, del olor de su cabello. Una de sus manos acarició la cabeza de ella. Liam lloró de alegría ante el inesperado contacto, pero de sus ojos no salieron lágrimas. Era como si aquel cuerpo no fuera suyo, como si solo fuera un observador de una escena sobre la que no tenía control.

Ella se apartó de él y lo miró directo a los ojos:

—Gracias —murmuró, dándole un beso en la mejilla.

Liam sintió que sus labios se movían otra vez para decir:

—Tendrás que ser discreta, si tu padre se entera...

—Lo sé, lo sé, no te preocupes. ¿Quién es?

—Su nombre es Pierre Lacroix, es capitán de la Guardia Real.

—¿Y aceptó entrenarme todos los días?

—Todos los días —asintió él—. Te convertirás en la princesa guerrera que siempre quisiste ser.

—Gracias, Bernard, no sabes lo importante que esto es para mí.

¿Bernard? ¿Por qué lo había llamado Bernard? ¿No lo reconocía? ¿No lo recordaba? Mientras las preguntas se agolpaban en la mente de Liam, Sabrina dio media vuelta y salió corriendo por la galería.

—¡Sabrina! —intentó llamarla él, sin éxito.

Bernard... Esa voz... La voz que no era su voz, la voz de la entidad que le había tomado la mano... La misma voz...

—¡Cormac! —exclamó Liam de repente.

—Aquí estoy —respondió la voz, soltando su mano.

Al perder el contacto con Cormac, el palacio de Marakar desapareció y fue reemplazado por un lugar oscuro y húmedo. Estaba sentado en el suelo y junto a él había una vela que iluminaba pobremente el lugar. Cormac se sentó frente a él:

—Estás bien, estás a salvo —le aseguró.

Liam lo abrazó con alma y vida.

—¿Realmente estoy aquí? ¿Estoy vivo? —preguntó Liam, esperanzado.

—Sí, Liam —respondió Cormac.

—No sé cómo, pero estuve con Sabrina. Está en Marakar —dijo Liam.

—Ese fue solo uno de mis recuerdos —explicó Cormac—. Lo proyecté en tu mente para sacarte de donde estabas. Pero no te preocupes, Sabrina está bien, está en Arundel, con Lug.

—¿Con Lug? ¿Se fue a buscarla sin mí? —reprochó Liam, enojado.

—Creo que no fue por su propia voluntad —dijo Cormac.

—¿No? ¿Por voluntad de quién, entonces?

—Valamir.

Por primera vez, Liam dirigió su mirada hacia la puerta abierta de la cámara y vio a Yanis y a Valamir parados en el pasillo con los rostros expectantes.

—¿Qué está pasando exactamente aquí? —entrecerró Liam los ojos con desconfianza.

—Valamir vino a rescatarnos. Tiene un plan para detener a Ileanrod —contestó Cormac.

—¿Más engaños?

—No lo sé, pero creo que debemos darle la oportunidad de que se explique.

Liam asintió con reticencia. Cormac lo ayudó a ponerse de pie.

—Si Valamir no me convence de su honestidad... —le advirtió Liam a Cormac con un dedo en alto.

—Entiendo, y te apoyo —le aseguró Cormac.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora