Saga del Fin de los Tiempos

Prologo: Un robo a la luz del atardecer

   Nuestra historia comienza con dos hermanos y un viejo mito, un sino tan longevo como Astrea misma.

   “Messëra di Krizlaë nën do Vizlomëss kissala
    Do Grëss Wëssam zae filirä ët mortüssmë”

   Una leyenda tan antigua, tan remota, que ningún wissam es capaz de traducir a cualquiera de las lenguas existentes.

   Corre la era del Cuarto Imperio, el imperio de Lokzoma. Una de las numerosas etnias de los wissam, y sin duda la más religiosa e intolerante con la magia. En sus 1745 años de duración, los emperadores Lokzoma han perseguido y asesinado a practicantes de las seis magias, sin ningún tipo de piedad o tregua.

   Por suerte para ellos, nuestros dos hermanos no son hechiceros, tan solo dos pobres diablos movidos por la pobreza y las ganas de aventura, asi de como una comida y cama caliente.

  Ambos caminaban por un viejo camino de la Región de Wisselón, el mítico lugar de origen de la especie wissem y hogar del otrora Primer Imperio. Pero de eso hace más de tres mil años, ahora es tan solo un lugar más dentro de la Provincia central del Imperio Lokzoma, además una de las más pobres y azotadas por la caza de magos.

   Krizdem, el mayor de los dos con sus treinta y un años, lideraba la marcha con Vizniya, la menor con tan solo once años, agarrada a su mano.

   Iban cubiertos con capas, por lo que sus ropas no eran visibles, y sus rostros eran poco discernibles debido a los sombreros de ala ancha que portaban, con una pluma al lado izquierdo. Consigo traían armas, Krizdem una ropera y una daga de paradas que tomó prestadas a un joven y borracho noble, Vizniya por su parte un mosquete, viejo pero fiable, que su hermano le arrebató a un veterano de la Rebelión Dorada.

   Krizdem era alto y estaba en forma. Vizniya superaba en estatura al resto de chavales de su edad, y le llegaba al pecho a su hermano mayor, estaba delgada pero en forma.

   Viajaban en dirección sur, en busca de nuevas tierras en las que robar y vivir. El sol se estaba poniendo y los viejos caminos dejaban de ser peligrosos para volverse un infierno a esas horas, si tenías suerte, te atracaban bandidos, y si la Gran Llama había decidido abandonarte, te devoraban los lobos u osos.

   Por desgracia para la diligencia que pasaba por allí, los hermanos eran los bandidos, y los ocupantes del carruaje los pobres suertudos.

   —Viz, escóndete en los arbustos de la izquierda, a mi señal le disparas al conductor— Krizdem se puso en mitad del camino, mientras su hermana se posicionaba.

   Pasó un minuto, y la diligencia llegó a la zona de la emboscada, paró en seco para no arrollar al viajero que tenía delante. Alzó la mano y lo último que escuchó el conductor fue un disparo desde su izquierda.

   Pero nunca era tan sencillo, un guardia salió de la diligencia, protegido por cuero y metal, armado con acero de una mano. Las palabras no tenían cabida en el escenario, las protagonistas eran las hojas de las espadas.

   En habilidad, Krizdem y el guardia iban igualados, los gráciles y precisos movimientos de ambos volvían aquel combate en una bella danza mortal a la luz del atardecer. El baile de ambos llegó a su fin en forma de estocada al cuello tras un hábil desvío con la daga de paradas por parte del bandido.

   Krizdem ni mucho menos era impasible ante el hecho de acabar con la vida de otro wissem, por ello les arrebataba el futuro con precisas estocadas al cuello, seccionando el cordón nervioso, una muerte rápida. Sin olvidar tampoco encomendar sus almas a la Gran Llama.

   La hermana menor salió de los arbustos y sin indicaciones de su mayor, empezó a registrar el cuerpo del guardia muerto, no sin antes cerrarle los ojos y entonar "Que la Llama ilumine tu camino".  Al cadáver despojó de su acero, una espada de punta y corte de buen acabado, y de sus riquezas, cuatro monedas de plata y un anillo de boda.

   Krizdem miró el anillo por el rabillo del ojo, por un momento se angustió, había acabado con un probable padre de familia. Pero la angustia no duró mucho, era su vida o la del guardia.

   —Solo cuatro platas, un anillo y la espada, Kriz— Vizniya se levantó y se puso la espada en la cintura, ajustando la vaina y cinturón al tamaño de su cadera.

   —¿Sabes usar la espada?— Dijo Krizdem cuando vió a su hermana con el acero.

   —Nunca es tarde para aprender ¿verdad?— Los brillantes ojos azules de Vizniya se clavaron en los oscuros de Krizdem.

   —Puedo darte unas lecciones— Se subió al compartimento de carga de la diligencia, donde halló dos cofres y asientos. —Dos cofres aquí— Exclamó desde dentro.

   —El conductor solo portaba dos platas y una pistola de martillo— le respondió Vizniya que había registrado al conductor mientras él subía a la diligencia.

   La menor se puso a vigilar desde el asiento del conductor mientras el mayor se dedicaba a abrir los cofres, a golpe de pomo de la daga.

   El primer cofre se abrió, dentro tan solo habían documentos y una moneda de oro. En el segundo, hubo más suerte, escondía una espada ropera, de mejor acero que la suya y, sin duda, un acabado excepcional. Krizdem no dudó a la hora de enganchar la vaina de tan buen acero en su cinturón, debajo de su propia y fiel ropera.

   Los hermanos se reunieron al lado de la diligencia y reportaron tesoros, en total habían sacado seis platas, un oro, un anillo de plata, dos espadas de buen acabado y una pistola de martillo, sin duda, un buen robo. Krizdem guardó el dinero en su bolsa y se guardó la pistola en una funda en el pecho, que antes ocupaba otra pistola, perdida en una pelea contra unos pícaros de ciudad.

   —El conductor portaba dos cilindros para el arma, hermano— Pronunció Vizniya mientras le tendía los dos cilindros, de tres cartuchos cada uno.

   Tras guardar todo lo obtenido y comer un poco, retomaron la marcha al sur, a lomos del caballo que tiraba de la diligencia, una negra montura, oscura como el futuro de los wissem cuando los hermanos cumplan el sino que les ata, una leyenda escrita en los amaneceres de Astrea, el mito del fin de los tiempos.