2- La Sombra del Terror

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Pablo había asimilado que el Coleccionista no había exagerado en cuanto a la malicia de Casandra. Por lo visto sólo había hecho falta ca­brearla un poco y ponerle un arma mágica en las manos. Pero empezaba a preocuparle lo que podía hacer con dos armas mágicas, un cabreo superlativo, lo que parecía ser la certeza de que iba a morir y que un mon­tón de estúpidos humanos que se consideraban cazadores de monstruos los hubieran alcanzado.

No le importaba demasiado la rapidez con la que se ventilaba a los estú­pidos del GL, ni los gritos ni la manía de ensañarse con alguno en concreto si tenía la ocasión. No le importaba el estar casi de brazos cruzados, limitán­dose a encargarse de algún inútil que, por azar, esquivaba las estelas verdes; el espectáculo tenía su atractivo. Lo que le removía las entrañas era que Ca­sandra hubiera sustituido sus ojos por cortinas de oscuridad. Lo que le inco­modaba era que la escasa piel que asomaba de sus ropas estuviera cubierta por intricados y cambiantes tatuajes, de un negro tan denso como el de sus ojos. Lo que le cortaba el aliento era que la túnica de verdugo de la que se había adueñado no acabase en jirones a la altura de sus tobillos, sino que se alargaba sin fin cubriendo todo el suelo con una niebla azabache que apaga­ba cualquier luz, y reptaba en todas direcciones como si tuviera vida propia. Lo que lo aterraba –y aquello, aparte de no querer reconocerlo, era peligro­so en aquel ambiente infectado– era haber reconocido la maldición de la que se había alejado pegándose al techo gracias a la fuerza alejandrina.

Aquella loca había conjurado Mostellaria, también llamada Sombra del Terror o Niebla del Miedo. Y la había conjurado sin pronunciar palabra al­guna, nada de "Oscuridad que atenazas el corazón, escalofrío de la noche eterna" y toda esa parrafada que usaban cuando querían sembrar el caos. Se había limitado a cabrearse y a asustarse a partes iguales, soltar tajos a los que osaran acercarse y fuego verde y pulsos de Ataxis a quienes atacaran desde la distancia. La niebla negra manaba de ella con naturalidad, sin los habituales signos de sobreesfuerzo. Había tenido la esperanza de que fuera cualquier cosa que se pareciera a Mostellaria sin serlo, un truco teatral para apagar las luces y asustar al personal. Pero cuando un brazo de niebla se separó de la masa compacta para atrapar a un humano que escapaba a gatas y envolverlo en una crisálida de la que salieron gritos del terror más autentico, le quedó claro que era la maldita Mostellaria en estado puro.

Que Casandra hubiera podido conjurarla con la misma facilidad que el fuego sólo podía deberse a una idea impactante: que fuese otro poder na­tural en ella. Había gente que nacía con la capacidad de dominar el agua, de iniciar un fuego o de tener un sexto sentido para las energías; había quien corría mucho más rápido que cualquier cosa sobre la tierra, que creaba explosiones de la nada o segregaba un veneno especial; los había que manipulaban la mente, veían el futuro o podían hacerse con cualquier poder. Y luego estaba quien nacía con un gran hechizo grabado en sus ge­nes, como quien podía lanzar Finite Tempus sin coste personal o quien manaba Mostellaria sin darse cuenta de ello.

–¿Te ha dado complejo de murciélago o qué? –le gruñó ella con la ro­dilla en el suelo y la espada atravesando el pecho de un humano tendido ante ella. El pobre desgraciado se sacudía sin cesar.

–Me niego a tocar esa niebla –respondió con todo el aplomo que pudo, lo principal estando cerca de Mostellaria era no tener miedo a nada.

–¿Por qué? ¿No es cosa tuya? –se incorporó, sacó la espada del pecho humano y le permitió descansar.

Pablo arqueó las cejas. ¿Iba en serio?

–No. Es tuya.

–Ah –se limitó a decir con el tono de un desierto helado–. ¡Callaos de una vez, putos lloricas! ¡Dejad de chillar! –volvió a estallar de ira y se ensa­ñó a espadazos con una humana que estaba tendida en la niebla–. ¡Soy yo la que se va a morir por vuestra estupidez!

Lirio de Sangre - 3 - LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora