CAPÍTULO II

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El camino a casa había sido una interminable lucha entre la razón y su corazón, ¿Lo que haría realmente estaba bien? Se cuestionaba mientras corría y tomaba con fuerza el collar que colgaba en su cuello, siempre lo había tenido con ella y siempre se sentía segura cuando lo llevaba puesto, era su amuleto, lo único constante en su vida desde que tenía uso de razón.

Se perdía en sus pensamientos cuando tropezó con el chico que repartía pizzas por el vecindario, el mismo que le había llevado la cena innumerables veces, no sabía que también trabajaban durante la mañana también. Quizás no, quizás no fuera correcto lo que hacía pero siempre rompía las reglas, una vez más no significaría tanto, además, tampoco era correcto que le ocultaran su propio pasado.

Al llegar a casa notó que estaba vacía salvo por el gato, que descansaba plácidamente sobre el marco de la ventana, su pelaje oscuro contrastaba con el tenue resplandor que entraba a través del cristal y dejaba ver las pequeñas partículas que flotaban en el aire. Evolet fue directo a la habitación de su madre, dejando el bolso y los libros que llevaba consigo en la sala de estar, comenzó a registrar cuidadosamente los cajones, debía mantener todo en su lugar o su madre descubriría que había pasado por allí. De verdad lo intentó al principio, pero con el paso de los minutos la desesperación por encontrar alguna respuesta comenzó a alterarla lentamente.

Ya revolvía los cajones con furia cuando se tropezó con una pequeña caja de color vinotinto, del tamaño justo como para entrar perfectamente en la palma de su mano, era delicada y preciosa. La abrió y dentro encontró una llave diminuta, elegante y estrecha, de color bronce. “Pero qué llave tan extraña, ¿Qué abrirás?”. Se preguntó mientras se sentaba con la espalda pegada al pie de la cama.

Al cabo de unos minutos observando el curioso artilugio, se puso en pie y comenzó a probar la llave en cada cerrojo de la casa, rogando que alguno funcionara, pero ninguno parecía dispuesto a ceder.

Evolet estaba cansada de no dar con alguna pista, frustrada ya, pensando que nada le salía bien, que nada iba a encontrar y que no había valido la pena saltarse otra clase y dejar a April sin avisarle nada, se dispuso a marcharse del cuarto de su madre con los ojos cargados de lágrimas a punto de brotar; iba directo a su habitación cuando notó un resplandor rojo sobre ella en el pasillo que conectaba las habitaciones, era como si la suerte le sonriera por primera vez, levantó la vista y notó que lo que se trataba de la vieja cerradura de la compuerta que daba entrada al ático.

Pensó que ése era justamente el último lugar en el que pensaría entrar, y el primero por el que optaría su madre para ocultar algo, la última vez que estuvo allí fue cuando se mudaron y subieron todas las cosas que jamás usarían. Le llevó unos minutos subirse a una silla y comprobar que la cerradura no necesitaba llave, solo debía deslizar el pestillo que estaba atascado por el óxido de los años.

Recordaba que antes, había un cordón que podías tomar y halar, lo que hacía que se se desplegara una escalera que te permitía subir fácilmente al ático. Eso la convenció de continuar, existía una razón para que subir fuera tan difícil ahora. Al inicio la compuerta no cedía, quizás estuviese sellada, intentó una vez más y se dió cuenta que no estaba cerrada, solo pesaba lo suficiente como para hacerle temblar los brazos por el esfuerzo, tomó impulso mientras se balanceaba sobre la silla y la lanzó al otro lado. Hizo tanto ruido que estaba segura de que  toda la cuadra lo había escuchado.

Brincó para alcanzar la entrada, usó toda las fuerzas que sus brazos le ofrecían y se abalanzó hasta el ático, tosió al entrar debido a las partículas de polvo que flotaban y hacían del aire una masa densa, habían incontables cajas apiladas de forma desordenada, y objetos de aspecto indescifrable cubiertos por sábanas blancas; parecía una ciudad abandonada, llena de fantasmas que moraban sobre ella y su madre, claramente nadie había subido allí hace mucho tiempo.

ACADEMIA PARA DEMONIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora