―¡Vamos!, ¡Sal! ―Esa voz era bastante autoritaria y en aquel momento noté la presión en mi brazo y un tirón hizo que saliera de golpe sin poder reaccionar siquiera ante tal ataque de severidad.

Cuando me fije en el individuo que tenía ante mis ojos, la atrocidad recorrió mis entrañas y puede que mis pesadillas se hicieran realidad. Era la repulsión en persona, aunque no supiera definir porque razón lo hacía, pero unas ganas irrefrenables de apartarme de su contacto se apoderaban de mi, provocando que sintiera incluso náuseas ante aquel hecho.

Evité fijarme en su persona que comenzaba a dar vueltas a mi alrededor, podía notar su carne flácida moverse e incluso llegaba a ser colgante por algunas partes de su cuerpo, así que miré hacia el frente y me encontré de pronto con unos ojos grises sin luz que me observaban. Enmudecí al observar el cuerpo de aquella joven surcado de marcas y lo que reconocía como cardenales enormes que incluso llegaban hasta su rostro.

«Dioses» gemí al observarla y darme cuenta de que el individuo que estaba a mi alrededor estudiándome debía ser el culpable de aquellas señas de dolor.

―Voy a disfrutar enormemente marcando esta carne. ―Le oí susurrar mientras era consciente de cómo sus dedos tocaban la piel de mi brazo desnudo.

«Antes muerta que dejarme tocar por ese espécimen» me susurré mentalmente.

Tenía claro que no pensaba tolerar que aquel individuo me pusiera una mano encima, y sospechaba que sus intenciones de hacerlo no distaban mucho de la lejanía por lo que debía darme prisa.

―¡Sandra!, ¡Llévala al cuarto oscuro y prepárala! ―exclamó de pronto mientras divisaba la figura que hasta ahora había permanecido quieta, acercarse hasta mí y cogerme del brazo.

―Sígueme ―susurró en un hilo de voz del que me compadecí inmediatamente. Parecía tan carente de vida que me llegaba a resultar extraño que aún pudiera mantenerse en pie.

La iluminación del lugar era bastante tenue y me contuve de mirar hacia todas partes analizando el lugar porque podría resultar extraño que lo hiciera. Me limité a imitarla con la mirada al frente. La seguí a través de un pasillo en el que había numerosas puertas de color blanco, pero aquella mujer que respondía al nombre de Sandra según aquel individuo siguió hasta el fondo donde abrió la puerta y en un principio no pude apreciar mas que oscuridad.

¿Por eso se llamaba cuarto oscuro? Iba a decir algo cuando se iluminó repentinamente todo. Miré a mi alrededor y pude apreciar demasiados artilugios desconocidos. Había una especie de banca de donde colgaban cuerdas, ahora que me fijaba había muchas cuerdas y cosas de metal en varios sitios, hasta que me fije en la pared opuesta y lo comprendí todo... vislumbré una especie de cadena en lo que parecía ser una tabla vertical con pinchos a la que se podía maniatar a una persona por las ataduras que colgaban en las extremidades. Aprecié la sangre que había en el suelo y me aventuré a asegurar que aquello no era un cuarto oscuro, era una sala de tortura.

―¿Has estado aquí antes? ―le pregunté aún sabiendo la respuesta y atreviéndome a hacerlo incluso a pesar de ser descubierta.

―Si.

― ¿Para qué te trae aquí? ―insistí.

―Castigo. ―Fue su respuesta.

¿Castigo? Se suponía que un castigo era la consecuencia de haber actuado mal.

―¿Por qué motivo te ha castigado? ―pregunté para tratar de comprender.

―Ser débil, ser mujer. No soportar dolor.

Cerré mis ojos comprendiendo las razones, aquel hombre era uno de esos sádicos que tantas veces me habían advertido. De algún modo pese a saber las historias, la figura de mi padre siempre se había mantenido presente haciéndome constatar que no podía ser verdad. El único hombre que había conocido era alguien bueno, honorable y que dio su vida por nosotras. Me parecía impensable que pudieran existir hombres que causaran dolor por su propia satisfacción, pero en ese instante estaba siendo testigo de que era así y probablemente todos lo fueran de una u otra forma.

Me habían asegurado que esa era la verdadera razón de que nos drogaran, la verdadera causa que debía justificar aquella masacre, a pesar de que lo camuflaran con otras razones y yo, necia a querer creer la realidad, aún albergaba esperanzas. Incrédula de mi por pensar que el hombre no podía ser tan cruel y perverso, incluso hasta ahora, a pesar de haber fingido pensaba que no había recibido un trato tan déspota como me habían advertido. Había sido relativamente tolerable, pero aquello... aquella habitación de torturas me aseguraba la realidad que la mujer de hoy en día desempeñaba y que la pobre Sandra que tenía ante mis ojos sufría en su propia carne.

En ese instante el espécimen repulsivo entró por la puerta por la que apenas entraba debido a su gordura.

―¡Todavía está así! ―gritó enfurecido a la mujer que estaba a mi lado cuya mirada era baja, fija en el suelo― ¡Estúpida ingrata! ―le escuché decir mientras se acercó a ella y pude oír el golpe que debió propinarle provocando que cayera al suelo de bruces.

Antes siquiera de poder mirarla noté su mano en mi pelo estirando hacia atrás y un quejido se escapó de mis labios ante el dolor.

―No gritarás. Si escucho el más leve quejido, el dolor será peor ―me advirtió.

Su aliento era aún más repulsivo que su aspecto y cuando mis ojos rodaron sobre la mesa que tenía al lado llena de objetos buscando algo duro con lo que golpearle y descubrir así mi tapadera un sonido comenzó a escucharse, era agudo y se repetía constantemente.

―¡Argh! ―le oí quejarse mientras sorprendentemente se alejaba saliendo de la habitación a su ritmo debido a su gran tamaño.

Recorrí con la vista los objetos de aquella mesa, necesitaba algo puntiagudo y afilado o un objeto pesado y contundente, pero algo que acabara con él de un golpe seco y certero. Comencé a revisar todos los cajones de aquella mesa y unas voces se escuchaban no muy lejos, encontré de pronto algo que podría servir, eran dos bolas con pinchos unidas por una cadena, podría intentar asfixiarlo puesto que era lo único que podría servir.

―¡Te has tomado demasiadas libertades y no pienso tolerar ni una más! ―Aquella voz estaba muy cerca y no era la del espécimen repulsivo.

En ese momento me maldije por mi mala suerte, no podría con dos y por un instante dude o no en coger aquella cadena hasta que por la puerta se internó el desconocido que me observó fijamente y solté el objeto que había entre mis manos.

―Ya no se puede devolver, ¿No puedes al menos pasarlo por alto esta vez, hermano?

¿Hermano?, ¿Aquel hombre era su hermano? Podrían ser de todo menos hermanos. Fisicamente eran como la noche y el día y no se parecían absolutamente en nada, podría decir que ni en el blanco de los ojos.

―No. ―Le escuché decir con una voz tan grave y autoritaria que no dejaba lugar a réplicas― Ven aquí ―dijo mirándome, en realidad no había dejado de hacerlo desde que cruzó la puerta.

Caminé despacio hasta él. En aquel momento no sabía si era más peligroso el sujeto repulsivo o ese hombre que acababa de aparecer que se suponía era su hermano y que por extraño que pareciera hacía que no pudiera dejar de mirarle.

―¿Qué harás con ella?

―Eso no te incumbe, la has comprado con mi dinero, por tanto es mía.

―Eso no te incumbe, la has comprado con mi dinero, por tanto es mía

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