2-Polos Opuestos

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Por cuestiones de minutos la dama quedó analizando minuciosamente al sujeto que estaba entre medio de sí y de su pistola. Mientras más lo precisaba, más convencida estaba.

¡Sí, era él, no tenía dudas de eso!

Lo desafiaba apuntándole la cabeza con su pistola. Por dentro miles de sensaciones se removían y surgían. Sus entrañas se encogían gobernadas por la rabia y el asco. Verlo después de tantos años, desenfadado con la vida, sonriendo como un perfecto caradura, le provocó una inmensa pena compuesta de coraje. Como si con un bisturí le hubiesen desgarrado la piel, pero en vez de drenar sangre, fuera rencor y odio. Mucho odio.

Se sentía incitada en oprimir el gatillo; acabar con su vida y con esa sonrisa saturada de falsedad, pero fusilarlo no era una opción, no por déficit de ganas, nada la complacería más que verlo agonizando, retorciéndose en su sangre y mendigándole por su vida, más, el tenía que sufrir, sí, tenía que sufrir en vida, como ella sufrió aquel abuso de algunos inviernos atrás.

Luego de unos minutos en silencio, Atilio decidió acabar con él.

-¿No vas a dispararme? Estoy esperando – su voz, en los oídos de la mujer, resonó cual himno de guerra. Quiso llorar; no de miedo. No por cobardía. Quiso llorar por la rabia que le acosaba el corazón en ese instante. Estaba haciéndose de mil esfuerzos para no descargar su pistola sobre él.

-¿Te crees muy valiente, no es así...? – hizo una pausa en lo que repensaba su nombre – ¿Atilio? – retiró el seguro de la pistola.

¡Tric!

-Correcto, Atilio Montenegro – no se miraba apocado. Ni siquiera le titilaba el resuello. Sus ojos, inflamados de seducción, no hacían otra tarea más que mirar a esa pequeña dama que pretendía jugar a ser una narco barbie – Me encanta como suena mi nombre en tus labios.

-Como también te va gustar el sonido de mi pistola cuando la descargue en tu cabeza, si no te callas de una buena vez – en su fría mirada había determinación – ¿Qué haces en mi hacienda?

-¿Tú hacienda?. No seas absurda, este terreno le pertenece a las dos haciendas.

-Te lo compro, ¿cuánto quieres?. Te doy lo que quieras con tal de no verte merodeando por estos lares. ¡Dime cuanto quieres! – gritó, haciendo mucha más presión en su frente con el arma.

-No quiero nada, porque nada vale más que ver el espectáculo de una preciosidad como tú, nadando en estas aguas con... – le pasó un escáner a su cuerpo con la mirada. Continuó diciendo –: con esas ropas interiores tan insinuantes.

La sensación que se le quedó a la mujer después de las palabras de Atilio fue como si le hubiese quitado el ropaje del control sin siquiera pedirle permiso. Mientras se calmaba, intentó recuperar el aliento, como si hiciera autoestop en el aire que respiraba para poder viajar por aquellas zonas de su mente que jamás había recorrido. Le fue misión imposible. Finalizó aquella escena con un disparo directo a su hombro izquierdo.

-¡Esto no es más que un adelanto a lo que procederá, si me sigues espiando! Te juro que para la próxima no lo pienso y el disparo no será en tu hombro, si no unos centímetros más para el centro.

Atilio tendido en el suelo, encubría la herida con su mano. La sangre no parecía dejar de manar. En menos de un minuto la camisa del hombre estaba empapada y manchada de rojo. Aquello no parecía importarle a él, que sonreía ante su desdicha.

-Eres toda una fiera – curvó sus labios al lateral derecho – y eso me fascina – concluyó.

Sus palabras provocaron el
burbujeo de millones de neuronas
de la mujer. No podía reaccionar. Estaba físicamente paralizada, aunque pensativa.

The Rivals_A&V (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora