* * *

Aquella noche pasó realmente rápido, pero el desastre llegó durante el amanecer.

Anastasia, tratando de ignorar el hecho de que los demás la veían como a un monigote de circo, riéndose a sus espaldas de lo desgraciada que era, escuchó la pregunta de su madrastra. — Te preguntaré de nuevo, espero que esta vez contestes bien ¿Dónde estabas anoche?

Anastasia tragó en seco. — Me quedé hasta tarde trabajando.

— Tú nunca en la vida has hecho sobretiempo, Ana, dime ¿Con qué hombre estabas revolcándote? — La risa descarada de Alexis se escuchó al fondo, era el único culpable de la situación cuando delató a aquella mujer sobre su llegada tarde.

Miró a su padre con suplicio, pero él simplemente apartó el rostro de nuevo.

— Espero que esto no vuelva a ocurrir, ahora límpiate, te ves terrible. — El tono de voz de la esposa del hombre al que llamaba padre seguía siendo frío y hostil, esa era la manera en la que se dirigía a su única hija, más bien, su hijastra.

Claras palabras que solo significaban que se perdiera de su vista.

Ya estaba acostumbrada a ese tipo de tratos aun si fuera en el trabajo o en la casa.

Solo debía aguantar un poco más y podría ser completamente libre.

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La propuesta cínica de su jefe todavía seguía dándole vueltas en la cabeza, de todas las cosas que podía pedirle que fuera una propuesta de matrimonio logró desubicarla.

— ¿Estás bien? Llevas mucho rato mirando a la nada. ¿Otra vez tu madre te hizo algo?

Sus ojos se centraron en Félix, por un momento se había olvidado de que él estaba ahí junto a ella en el tejado de su casa, contemplando el atardecer al igual a cuando eran niños y huían de sus padres. — Félix ¿De verdad me amas?

— Por supuesto que sí. Eres el rayito de sol que ilumina mi vida.

Ana sonrió, eso era todo lo que necesitaba saber.

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El ambiente calmado alrededor consiguió relajarla, no tenía que seguir preocupándose por pequeñeces, estaba segura que Félix iba a estar ahí para defenderla.

Nada de lo que hiciese o dijese su jefe conseguiría convencerla.

Estaba más tranquila, con las fuerzas suficientes para enfrentar otro día de trabajo con la frente en alto. El café de su jefe ya estaba esperando encima del escritorio junto a una dona salada, Anastasia dio un último vistazo al horario en su agenda antes de recibir al león rugiente que abrió la puerta de su oficina tras pasarle de largo.

— Va a ser un largo día. — Masculló, dejando de lado la pila de papeles que estaba revisando para entrar a la oficina. — Señor Russo a primera hora tiene una cita con...

— Cancélala.

— ¿Disculpe?

— Te he dicho que canceles la maldita cita ¿No entendiste? ¿Debo deletreártelo?

— Sé que está enojado pero la corporación Ying ha agendado esta cita desde hace meses. — Se atrevió a decir, le pareció injusto que se dejara dominar por el carácter agresivo de Erick. — Así que por favor tómese su café, relájese y le pido que piense de nuev...

— ¿Acaso estás tratando de decirme qué hacer? — El oxígeno abandonó los pulmones de Anastasia y un dolor agudo punzó en su espalda cuando el presidente de la compañía la empujó contra la pared, la mano que cortaba su respiración le recordó los sucesos de la noche que estuvieron juntos, asustándola al punto de querer llorar. — Escúcheme bien, señorita Wilde. NUNCA vuelva a pretender que me comprende ¿De acuerdo? —Anastasia ahogó su afirmación, cayendo directo al suelo cuando la soltaron. — Haga lo que le dije, cancele la reunión. No me pases llamadas, tampoco visitas.

Esposa del CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora