¿Una boda?

Las piernas de Laraine, por primera vez, flaquearon y se sintió desfallecer. Después de todo... no podía ser cierto. No podía referirse a ella, ¿cierto? Su abuelo no la entregaría así, aun cuando el rey lo ordenara, ¿verdad que no?

Y, aun cuando se lo decía, sabía que sí, lo haría. Su abuelo aceptaría cualquier orden siempre y cuando estuviera acompañada del perdón real siendo anunciado en todos los rincones del reino de manera oficial.

–Vamos. Es probable que nos esperen –el rey no aguardó respuesta. Se dirigió con paso firme hacia el hogar de Laraine. Ella lo siguió, ladeando el rostro para observar por última vez los resultados de aquella batalla sin sentido. Y no olvidarlos. Ella se aseguraría de que nadie en Nox lo olvidara.

–Arley, ayúdalos a organizar todo, por favor –habló rápidamente Laraine, dirigiéndose a un joven extranjero que se había integrado al castillo de Ealaín y se había ganado su confianza después de haber rescatado a su hermana menor. Aquel día...

Cerró los ojos, tomó aire con fuerza y los abrió. Continuó con paso firme detrás del rey.

–Atherton de Nox –el rey se acercó con una leve sonrisa burlona–. ¿Por qué no te vimos en batalla? Es extraño.

–Majestad –su abuelo se incorporó e hizo una breve reverencia al rey–. Los años no pasan en vano, alteza.

–¿Ah sí? ¿Estás viejo para ir a la guerra, pero no para maquinar una traición?

–Una traición requiere más cabeza que fuerza, majestad –el anciano esbozó una media sonrisa de lado–. Sirve té –ordenó a un joven sirviente que se encontraba a su lado–. Esperaba que nos visitara, Majestad.

–Por supuesto que lo esperabas. Además, tengo noticias.

–¿Alteza?

–Laraine de Nox –giró hacia la joven con una malévola sonrisa–. Acércate –no era una petición, sino una orden–. Me alegra que no te hayas marchado.

–No, majestad –Laraine hizo una breve reverencia–. ¿Puedo ayudarlo?

–Tenemos grandes planes, con tu abuelo –señaló el rey, ante la extrañeza del anciano, quien se limitó a encogerse de hombros–. Una boda.

–¿Boda? –Atherton exclamó sin emoción–. ¿De Laraine?

–Sí. ¿Estás de acuerdo? –el rey rió por lo bajo, como diciendo: ¿tienes opción?

–Soy su siervo, majestad. Lo que usted disponga.

–¿Tu nieta pensará lo mismo?

–Oh, ella no se opondrá –el anciano miró hacia Laraine–. ¿Qué estás esperando? Acepta el mandato del rey.

–Acepto su orden, mi señor –dijo Laraine con voz clara, pero se negó a bajar la cabeza. Sus ojos nunca abandonaron los del rey.

–Muy bien. Puedes retirarte –manifestó Atherton, cerró la boca y giró hacia el rey–. A menos que su majestad disponga algo diferente, por supuesto.

–No. Estará bien. Así podremos negociar los términos mejor.

–Términos –musitó Laraine–. Negociar.

–Retírate, Laraine –repitió su abuelo con dureza. Ella asintió, hizo un amago de reverencia y salió, dispuesta a regresar al campo de batalla para verificar que todos los soldados de Nox que lo requirieran estuvieran siendo auxiliados y los cuerpos de quienes habían perecido fueran recogidos. Aún quedaba mucho por hacer.

Dos horas más tarde, Laraine ingresó al salón del Castillo. Su abuelo la estaba esperando. Se acercó e hizo un breve gesto de saludo con la cabeza.

–Laraine, has sido sensata.

–Señor.

–Sí, sé que no lo comprendes, pero ya lo harás. Es lo mejor.

–No me interesa lo que piensa.

–Te casarás.

Laraine desvió la mirada y se quedó en silencio.

–Laraine, mírame –le tomó la barbilla con mano férrea–. Te casarás.

–Señor.

–Los términos del acuerdo son los mejores.

–Para usted.

–Para todos. Y aceptaste la orden del rey. Aunque, por supuesto, siempre podemos hacer cambios.

–No comprendo.

–Puedes negarte –propuso. Laraine arqueó una ceja. Eso no podía ser bueno–. Estarías en tu derecho de hacerlo y no te detendré. Siempre puedo aceptar la orden del rey en nombre de Candra.

–¡No! –protestó enérgica, de manera inmediata. Si alguien debía hacerlo, sería ella. Nunca su hermana menor–. No permitiré que nadie asuma esta... responsabilidad más que yo.

–¿Por qué tan dócil de repente? –inquirió, con un toque burlón.

–Porque debí darme cuenta a tiempo de... todo. Lo que ocultaba, lo que no decía. Cómo me utilizó.

–Ah, eso. Sí, excelente. Entonces, no se hable más. Esperemos la llegada de tu prometido.

Y tuvo que transcurrir un año antes de que recibieran noticias sobre la elección que había hecho el regente. Ni más ni menos, que un Drummond, un miembro de las familias más tradicionales y antiguas, habría de desposar a Laraine, la temida bruja de Nox.

Cuatro Momentos (Drummond #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora