Quería ceder ante el cansancio y despertar a la mañana siguiente, sintiéndome en mi pequeño cuento de hadas de nuevo y recordar esto como la peor de mis pesadillas.

Quería abrir los ojos junto a la puesta del sol y sentir el oxígeno inundar mis pulmones mientras la vida me decía que nada de esto era verdad. Que yo no acababa de salir de la sala de hospital en donde firme la sentencia de muerte de hombre que hace poco se encontraba frente a mi en un altar improvisado, en un bar de los suburbios jurándome amor eterno.

Anhelaba saber que el hombre en aquella camilla de la sala de urgencias con muerte cerebral no era mi esposo. Que mi Ezra no había estado en aquel edificio que se derrumbó cuando sus cimientos se rindieron ante el fuego que los abrazaba.

Deseaba tener la certeza de que no estaba sola de nuevo, que mi historia no se estaba repitiendo en una versión que amenazaba con terminar conmigo.

Había crecido en un mundo de apariencias, siendo la mejor actriz que el mundo podría ver aún en el peor de los escenarios. Pero nunca había sido tan difícil fingir como cuando regresaba a casa en un taxi con mi pequeño en los brazos hablándome sobre lo brillante que estaba el cielo aquella noche y contándome que había escuchado que poco después de la fecha programada del parto habría una lluvia de estrellas y que tal vez podríamos ir como una familia.

Solía ser una excelente mentirosa, era mi pecado favorito, pero en aquel momento mientras le decía a mi hijo que su padre demoraría un poco en llegar a casa deseé no ser tan buena. Pero, ¿cómo le decías a un niño de cinco años que la vida que conocía estaba llegando a su fin, que el hombre que estuvo dispuesto a aceptarnos en su vida sin avisos y amarnos de la manera que pensamos que no encontraríamos, ya no volvería a sonreírnos?

¿Cómo me decía a mi que el amor de mi vida ya no estaba?

Respire, o al menos lo intente, posando mis manos sobre el pequeño bulto que prometía crecer en mi vientre. Buscando aquella chispa que mi alma necesitaba para volver a encenderse y hacerme creer que podría con esto, por ellos.

Mi mente se ahogó en medio de recuerdos, ahí donde subsistían las promesas que nos hicimos, los planes a futuros y la sensación mi corazón siendo robado cuando escuchaba la manera en que su voz se suavizaba cuando me decía que me amaba.

Ahí, debajo de la felicidad que jamás pensé tener cuando me levantaba a su lado y me recordaba que era real. Que él estaba para mí y yo para él, en cuerpo y alma.

— ¿Mami?

La dulce voz infantil se coló en el cuarto de baño, resonando entre los muros y siendo la pieza que me faltaba para sentir aquella pequeña pizca de esperanza naciendo en mí. Prometiéndome que estaría bien, algún día.

— ¿Estás llorando? — preguntó Nathy, abriendo la puerta por completo siendo todo un desastre de rizos y baba en la mejilla — ¿Por qué lloras?

— Tuve una pesadilla. — respondí encendiendo la luz de noche que reposaba en el baño para evitar levantar al mismo pequeño que estaba frente a mi en las noches pasadas cuando me escabullía con su padre como un par de adolescentes — Perdón, no quise asustarte.

— Tranquila, mami. — dijo con una pequeña sonrisa antes de sentarse sobre mi regazo, recostando su cabeza sobre mi pecho — Yo te voy a cuidar hasta que papi llegue, él siempre sabe cómo hacer que el miedo se vaya.

Lo sabía, él era experto en ello.

Solo se necesitaba ver su sonrisa perfecta  y aquellos halos verdes inundados en sinceridad, mientras me decía que todo estaría bien y de no hacerlo lo haríamos posible; porque eso era lo que hacíamos cuando nos aterramos. No damos pasos atrás y no huimos. Permanecemos.

RAMÉ ✔️Where stories live. Discover now