LA PRINCESA DE ROJO

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Y es que ella era la persona más extraña de la familia, demasiado llamativa, demasiado voluble de carácter. No podía morderse la lengua para evitar decir lo inapropiado en los peores momentos, sobre todo si alguien la hacía enojar. Pero ese era un rasgo de familia que a nadie más que ella había perjudicado tanto. Ni siquiera a su madre, la princesa más rebelde de su tiempo, o a Charlotte, la hija menor del rey, a quienes muchos consideraban una bruja pero a quienes todos amaban en secreto.

El mayor problema radicaba en su exterior. En su horrible cabello pelirrojo, tan naranja como una zanahoria, en su rostro pálido lleno de pecas y sus grandes ojos verdes que brillaban como una linterna.

De pequeña Lexi había oído todos los comentarios sobre su aspecto tan peculiar, incluso una vez, alguien había mencionado que no se cuestionaba su paternidad solo porque era más que evidente que su madre estaba enamorada de su esposo como para cometer semejante desliz. Eso la había golpeado.

Durante mucho tiempo había deseado poder esconderse del resto del mundo y no dar la cara nunca más, algo imposible para una persona como ella, con todas esas obligaciones no deseadas. Pero luego, cerca de los catorce años, algo en su interior había cambiado y decidido que no tenía por qué importarle lo que los demás pensaran.

Había decido creerle a todos los que le habían dicho que era hermosa, mayormente miembros de su familia, optado por hacer lo contrario a lo que venía haciendo tiempo atrás. Ya no se escondía, ahora brillaba. Resaltaba. Y sí, todos seguían hablando de ella, muchas veces diciendo cosas muy hirientes, pero Lex nunca les demostraría que le dolía.

Era una de las desventajas que venían con el título y el apellido, decía su madre siempre. Tenía que ignorarlos y seguir adelante con la cabeza en alto.

Se apoyó en la pared y suspiró. Cielo santo, iba a ser una noche muy aburrida y larga. Si bien se suponía que era una pequeña recepción, la lista de invitados era larga y ninguno había fallado.

Miró a su prima Charlotte sonriéndole a su novio Maximillian, quien en un tiempo había sido su guardaespaldas y no pudo evitar esbozar una sonrisa al contemplarlos. Charlotte, la snob, la princesa perfecta y altiva había caído enamorada por un simple guardaespaldas. Los dos eran, actualmente, tan populares como el mismísimo rey. El mundo esperaba una boda pronto.

—Se la ve aburrida, Princesa Alexandra —comentó una voz masculina, firme y gruesa, que hizo que se sobresaltara y se girara de golpe hacia el lado contrario al que había estado mirando.

No tendría que haberse sorprendido al ver de quien se trataba, había reconocido su voz antes de verlo.

—No estoy aburrida —respondió alzando el mentón y arrugando la frente—. Quería estar sola un momento.

El príncipe, que seguía siendo tan alto como el sol y hermoso como un atardecer en la playa, aunque ya estuviera llegando a la anciana edad de treinta años, no comprendió su indirecta o prefirió ignorarla, porque en lugar de marcharse, se acomodó junto a ella, apoyando un brazo en la pared y la contempló con mucho interés.

Lexi apretó la mandíbula y miró hacia el frente, sin ver a nadie o nada en particular.

Trató de negarse a sí misma lo nerviosa que la ponían esos ojos azules, su cabello oscuro y esa barba bien recortada. Claro que esa sensación extraña que se producía en su estómago cuando lo tenía cerca era todo producto de su profundo odio hacia él y no otra cosa.

Darius se inclinó más cerca de ella. 

—¿Tal vez le gustaría bailar?

Ella giró apenas la cabeza hacia él dándole una mirada furibunda. 

LA PRINCESA DE ROJO (Descontrol en la realeza 4.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora