Parte V: BAJO ENGAÑO - CAPÍTULO 71

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Liderman se encogió de hombros. Presentía que Kalinda le había pedido que se quedara para ayudar a convencer a Myr, en caso de que el Caballero Negro los mandara a los dos al diablo y siguiera empeñado en retornar a Sansovino.

—Si ustedes dos no son humanos, ¿qué son exactamente? —preguntó Calpar con los ojos entrecerrados por la desconfianza.

La bruja extendió unas mantas en el suelo:

—¿Por qué no nos ponemos más cómodos? —invitó a los demás a sentarse en el suelo junto a ella—. Responderemos a esa y a todas tus preguntas, Myr —lo tuteó con una sonrisa.

—Eso espero —contestó Calpar sin devolver la sonrisa, pero aceptando la invitación a sentarse.

Cuando todos estuvieron sentados en círculo sobre el suelo, frente a la chimenea, Kalinda comenzó:

—¿Qué sabes sobre la historia de Ingra, Myr, sobre sus orígenes?

—No hay mucho para saber —se encogió de hombros Calpar—. Toda la historia relata solo los hechos de los últimos quinientos años y no parece haber nada antes de eso, lo cual, desde luego, no es posible. Hay una parte oculta que ha sido deliberadamente bloqueada, según mi opinión, aunque no sé por quiénes ni por qué.

—Bueno, déjame desvelar esa cuestión para ti —respondió Kalinda—. Los habitantes originales de Ingra no eran humanos. Cuando ellos llegaron, hace dos mil quinientos años, Ingra estaba poblado por los de nuestra raza, los sylvanos, que más tarde fueron llamados druidas. Nuestra gente había vivido en paz durante milenios en el continente y en las islas, especialmente en zonas boscosas que son nuestras favoritas. Aunque nuestro exterior se asemeja mucho al de los humanos, nuestra genética es diferente en algunos aspectos fundamentales, como por ejemplo nuestra extrema longevidad y nuestras habilidades especiales, que los humanos de este mundo conocen como "magia". Cuando los humanos llegaron, los tratamos como hermanos, los recibimos en nuestro mundo y estábamos muy entusiasmados con la introducción de una nueva raza en Ingra. La diversidad es siempre productiva. Pronto, nos percatamos de sus falencias e intentamos subsanarlas. Muchos de ellos mostraron capacidades para desarrollar habilidades similares a las nuestras y comenzamos a enseñarles. Su mentalidad convertía siempre todo lo simple en complicado, y trataban de doblegar sus poderes a una lógica que pudieran entender. Es por eso por lo que desarrollaron formas de magia que necesitaban del recitado de fórmulas específicas, encantamientos con instrumentos de poder e interpretaciones racionales de los fenómenos que no necesitan explicación alguna para los nuestros. Eso no nos molestaba y dejamos que ellos desarrollaran sus habilidades de la forma más conveniente para su propia mentalidad y constitución física.

—¿Qué fue lo que salió mal? —preguntó Calpar, adivinando que la historia iba a dar un giro oscuro.

—No nos dimos cuenta de que los humanos eran dominados por una concepción del poder diferente a la nuestra —suspiró Kalinda—. Para nosotros, el poder está en todo y en todos y nadie se siente amenazado por ello. Para ellos, el poder es solo valioso si lo poseen unos pocos y lo usan para sobresalir sobre los demás y dominarlos. La competencia está programada en sus genes, necesitan siempre pelear para sobrevivir y eso los mantiene en eterno conflicto. En cuanto comprendieron las ventajas que algunos obtenían con nuestras enseñanzas, lo primero que decidieron fue restringir el acceso a ellas.

—El conocimiento es poder —murmuró Calpar.

—El problema es que nuestra gente no quiso seguirles el juego. Para nosotros no existía nada oculto y no veíamos razón para no dar a conocer lo que sabíamos a cualquiera que deseara aprender —siguió Kalinda—. Cuando no nos doblegamos a sus órdenes de crear una élite de magos que pudiera someter al resto de los humanos, decidieron que éramos una amenaza para su supervivencia. Los humanos hicieron lo que hacen siempre con cualquier amenaza semejante: exterminarla.

—Pero ustedes tenían habilidades para poder detenerlos —cuestionó Calpar—. ¿Por qué no lo hicieron?

—Cometimos un error. No pensamos... nunca pensamos que los humanos fueran capaces de genocidio. El concepto ni siquiera existía entre los nuestros. Con toda su aparente racionalidad, no creímos que existieran en ellos emociones tan fuertes y primarias que pudieran alimentar las habilidades que habían aprendido de nosotros de forma tan radical y nefasta. La ira y el odio con el que contagiaron a todos los de su raza para ponerlos en nuestra contra fueron inesperados, inconcebibles. Para cuando entendimos lo que estaba pasando, la mitad de los nuestros habían perecido, masacrados por estos magos humanos que habían corrompido nuestras enseñanzas.

Calpar guardó silencio. La historia que describía Kalinda no le resultaba extraña o inesperada. Él sabía bien cómo el poder podía corromper a los humanos.

—¿Qué pasó después? Obviamente, algunos de ustedes sobrevivieron —ponderó Calpar—. ¿Fueron ustedes los que borraron esta historia?

—Sí —confirmó Kalinda—, fue una de las cosas que debimos hacer para frenar la barbarie, entre otras...

—¿Qué otras? —inquirió Calpar.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora