—Rachel, tu... tu cabello. —Envolvió la punta de un mechón en torno a su dedo y volvió a hacerlo rulito con una lata de laca. Ya nos habíamos separado y ambas lagrimeábamos, pues no nos dejábamos llevar del todo por el maquillaje. Al terminar se vio en el espejo—. No fue un daño grave, pero... 

—Te ves hermosa. —Le di un suave caderazo, o lo intenté. 

—Tú te ves más que eso. —Acomodó unas hojitas de mi ramo—. Vámonos, se supone que solo tomaría unos cinco minutos, pero ya vamos por quince y el novio se debe esta impacientando.

Ese cosquilleo de recién enamorados volvió a crear un remolino en mí. Antes lo presentía, actualmente lo confirmaba. Pasaría toda la vida preguntándome cómo era eso posible. Cómo era que jamás, por más molesta que estuviera, no dejaba de desear a Nathan, de amarle tan profundamente. 

Asentí y tomé su mano. 

Para bajar las escaleras fue un dolor de cabeza. Primero porque eran muy estrechas, segundo porque mi falda era muy ancha y mi cola demasiado larga. En la sala contigua a las dos puertas de madera que daban paso al templo me encontré con Lucius y su smoking de caballero negro. Mamá se despidió de mi con un beso en la mejilla, dado sobre una servilleta para no mancharme. Madison agitó su cesta, echándose a reír cuando Kevin, el niño de los anillos, le hizo cosquillas a un costado. Ambos se calmaron cuando Lucius les miró con seriedad, quien no pudo contener una sonrisa cuando mi hija le pestañeó y sonrió traviesa.

Entre su abuelo y yo no hizo falta palabras, sencillamente nos miramos mientras la música empezaba y mis cuatro damas entraban. La Iglesia, una vez deseada pequeña y luego necesitada grande, se encontraba abarrotada de invitados míos y en su mayoría de Nathan. Las invitaciones entregadas habían señalado doscientos para la ceremonia y muchos más para la celebración en nuestra casa, cuando en un principio habíamos acordado algo pequeño e intimo que no pasara de cien. Pero entre familia mía que no conocía y amigos y trabajadores de él con quienes intercambiaban simpatías, así cómo los amigos nuevos que habíamos hecho en el camino a conocernos, habían ido sumándose hasta hacer de ello mucho más grande. 

El primer paso que di sobre el alfombra fue paciente, sosegado. Sin embargo a medida que iba avanzando la necesidad de llegar a Nathan aumentaba hasta tal punto de que fue Lucius quien mantenía el paso. A medio camino me estabilicé, pues en la carrera había estado a punto de caer por el pétalo de una flor. Madison llenó el piso alfombrado para mí de ellos cómo había ensayado y Kevin se colocó con los anillos a un lado al llegar, sonriéndole a mi hija junto altar en compañía de los padrinos. 

Vi a George en brazos de Gary mientras culminaba mi marcha. Inevitablemente le lancé un besito a mi bebito, pues parecía a punto de llorar y que se resistía a ello. Su semblante cambió cuando fue Eduardo quien lo cargó, tan atemorizante para Maddie pero tan reconfortante para Georgie.

La sonrisa de Nathan al verme llegar de mano de Lucius no fue nada normal. No por rareza de extrañeza, sino por la dicha que transmitía. Desde el momento de levantarme hasta la tarde, momento actual, había visto a muchas personas sonreír. A Madison mientras jugaba, a Marie y a las chicas mientras se arreglaban, a la gente que veía mientras me felicitaban, incluso contaba a Anastasia mientras me hablaba y a Luciu mientras cargaba mi brazo, pero ninguna de ellas se había podido comparar con la mía. Pues ninguna felicidad se podía comparar con la mía, ninguna. Solo la de él. Y eso era lo nuevo, lo que contaba como anormalidad. Porque para mí, sentirme tan alegre en contraste con lo demás, se había hecho normal. Era un incomprendido puntito de excesiva alegría.Irónicamente a causa del mismo hombre que ahora volvía a extrañarme, a sorprenderme. 

 A entenderme.

 —Hijo, aunque no pueda decir que me alegra entregártela porque la robaste frente a mis narices —le murmuró en voz alta—, si te puedo confesar que me alegra reforzar su unión trayéndola a ti el día de hoy. Así que... cuídala y eso te cuidará de mí. 

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