—Aunque no lo creas —susurró llevando sus manos a mi velo, frotando un bordecito de tela en medio de dos de sus dedos—, tu abuela veía poco original la idea de dar un par de pendientes, un colgante o un broche.

Arrugué la frente, la mirada oscura de ella nunca había sido tan cálida.

—¿Tu madre o la de mi padre?

—La de tu padre, Rachel. Mi madre nunca fue muy... afectiva. —Volvió a tomar la telita—. Mis apuestas siempre fueron por tener que dárselo a tu hermana, pero creo que lo familiar va más contigo.  

—¿Darme qué? —inquirí, cansada de su misterio e impaciente por descubrirlo. 

—Oh, Rachel. —Me ofreció una sonrisa—. No sé si es el amor, pero te has vuelto algo despistada. Rogaré y rezaré por mis nietos. 

—No tienes que rogar por ellos —gruñí un tanto desesperada por saber, deteniéndome a pensar cuando levantó una ceja—. Bueno, sí. Puedes rezar y rogar por ellos, pero no por un mal que venga de mí. —Mi curiosidad empezó a convertirse en enfado cuando se volvió a echar a reír—. ¡Mamá! 

—Rachel, ¿de qué color era el tul que escogiste para tu velo? —preguntó con humor.

—Blanco —contesté con obviedad.

—¿Y de qué color es?

Fruncí aún más el ceño sin entender.

—Blan... violeta pálido. 

—Que casualmente combina con el color de la decoración, con las flores, que se acopla al crema de las damas... 

—Colores que Marie y tú elegiste.

—Colores que fueron los de mi boda. —Sonrió—. Que en la actualidad yo elegí y con los que Marie y tú estuvieron de acuerdo, ella siempre y cuando le dejara el banquete, junto con Natalie.

 —Entonces el velo... 

 —Fue mío, de tu abuela y probablemente de tu bisabuela. —Lo levantó para mostrarme el borde—. El bordado, ¿cuantos colores diferentes hay? 

Entrecerré los ojos para verlo mejor. Habían tres bordados.Todos hechos a mano por lo que pude notar y de un color diferente cada uno. Marrón, rosado y, el que se veía más superficial y recién, plateado. 

 —Pero yo no lo añadí... no entiendo. 

—Fui yo quien bordó, es lo que dice la tradición. —Rodó los ojos y lo acomodó—. La madre de tu padre lo bordó para mí en rosado y su madre lo hizo en marrón. No es algo de siglos... pero si algo que no se ha visto mucho. 

 —¿Cuando? 

—Se lo entregué a Cristina mucho antes de que escogieras tu vestido. —Me guiñó. Eso explicaba lo exigente que había sido al acompañarme al escogerlo, recuerdo que tanto que mi pobre Madison había terminado llorando—. Pero en fin, supongo que eso es todo hasta la boda de Maddie. —Hizo ademán de abrazarme pero al final se decidió por palmearme la espalda—. No le veo sentido a hablar de la noche de bodas, así que... 

Se calló cuando la abracé. No éramos el mejor ejemplo de las relaciones fructíferas madre e hija, pero éramos una. Aunque el noventa por ciento de las veces no fuéramos compatibles con la otra, nos queríamos y eso era mucho más. Porque a pesar de ser diferentes podíamos abrir un espacio en nuestro corazón para intentar entendernos, comprendernos. 

Así quisiéramos cambiarnos y lo intentáramos en vano, a pesar de nuestras fallas, nos queríamos. Era del tipo de amor incondicional que sentía por Madison y maldición que ahora lo sabía. Ella me quería a su manera, algo distante y controladora, pero lo hacía. 

Extras de DE ©Where stories live. Discover now