— Buenos días dormilón. — saludó alguien parecido a Sebastian.

La luz blanca de la habitación me obligaba a cerrar los ojos, rezando para que alguien la apagara al igual que el dolor que taladraba mi cabeza.

— ¿Q-qué mierda? — pregunté mientras me obligaba a sentarme sobre la superficie blanda en la que estaba — ¿Qué pasó?

— Ay Asher, no sabes el susto que me diste. — dijo la voz antes de abrazarme con fuerza — ¿Estás bien?

— Sí — respondí sin mucha convicción mientras mis ojos enfocaban al par de ojos grises que estaba delante de mí — ¿Qué pasó?

Busque en mi mente recuerdos de lo que había sucedido y del por qué estaba en un... ¿Hospital?

Jade.

No a comido.

Sangre.

Doctor.

Confeti.

— ¡Jade está embarazada! — exclamé rápidamente mientras me ponía de pie en un brinco, dejando mi cordura en alguna parte del lugar.

— ¿Qué?

— El doctor dijo que Jade estaba embarazada. — respondí, sintiendo el peso de las palabras caer sobre mí — ¡Carajo, embarazada!

— ¡Asher! — exclamó Sebastian mientras tomaba mi rostro entre sus manos, obligándome a verlo — ¿De qué carajos hablas?

— Mi Jade, ella tiene un... Ella está embarazada. — respondí confundido — Tu estabas ahí, ¿no lo recuerdas?

— ¿Ay, no! — masculló mientras me miraba con los ojos inundados de tristeza.

— ¿Qué pasa? — pregunté — ¿Ella está bien?

Sebastian cambió su semblante preocupado a uno serio que congelo mi sangre a la primer mirada: — Asher, estábamos en un juego de fútbol y te golpeaste la cabeza. 

— ¡¿Q-qué?!

— Que Jade no está aquí, Asher. — negó lentamente — Ella se fue hace cinco años, ¿no lo recuerdas?

— ¿Qué? N-no, eso no... — balbuceé — Pero si yo, ella y yo estábamos aquí, el doctor dijo que...

— Asher estabas soñando. — dijo Sebastian — El doctor dijo que era normal, pero tienes que entender que ella jamás ha vuelto a verte desde que se marchó.

No, no, no.

Un peso ajeno aplasto mi corazón junto a mis pulmones, parando la entrada del oxígeno a éstos.

¿Qué mierda pasaba?

— No. — negué mientras comenzaba a hiperventilar, intentando evadir los mareos que atacaban mi cabeza y despejar mi mente para pensar con claridad — No, pero yo... Ella... Nosotros.

— ¡Te la creíste! — gritó Sebastian antes de partirse de la risa frente a mi.

— ¡¿Qué?!

Sebastian se sostuvo con fuerza de la camilla para evitar caer al suelo mientras se doblaba de la risa.

— ¡Es una broma, pendejo! — exclamó riéndose — ¡Ay! Me voy a hacer pipí. — chilló — Debiste de ver tu cara.

— ¡Hijo de puta! — exclamé antes de golpear su entrepierna con mi puño.

— ¡Cabrón! — chilló mientras caía al suelo, con la cara morada del dolor y sus manos protegiendo su miembro.

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