xiv. El aullido del lobo

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A Eleanor se le encogió el estómago.

–¿Qué? ¿Vivir contigo? –preguntó, golpeándose accidentalmente la cabeza con una piedra que sobresalía del techo–. ¿Abandonar a los Dursley?

–Conmigo y con mis hijos, por supuesto. –dijo Sirius, sonriéndole a su hija que lo miraba con amor–. Sólo si quieres... claro...

–Pero ¿qué dices? –exclamó Harry; con voz tan chirriante como la de Sirius–. ¡Por supuesto que quiero abandonar a los Dursley! ¿Tienes casa? ¿Cuándo me puedo mudar?

Sirius se volvió hacia él. La cabeza de Snape rascó el techo, Eleanor ahora estaba también mirando a su sobrino con sus ilusiones rotas mientras que en el rostro demacrado de Sirius se dibujó la primera sonrisa auténtica que Harry había visto en él. La diferencia era asombrosa, como si una persona diez años más joven se perfilase bajo la máscara del consumido. Durante un momento se pudo reconocer en él al hombre que sonreía en la boda de los padres de Harry.

No volvieron a hablar hasta que llegaron al final del túnel y Cassiopeia notó como Eleanor ni siquiera se divertía golpeando a Snape, fue cuando supo que le sucedía. Crookshanks salió el primero, disparado. Evidentemente había apretado con la zarpa el nudo del tronco, porque Lupin, Pettigrew y Ron salieron si que se produjera ningún rumor de ramas enfurecidas.

Eleanor hizo salir a Snape por el agujero y luego se detuvo para cederles el paso a Hermione, Cassiopeia, Harry y a Sirius. No quedó nadie dentro. Los terrenos estaban muy oscuros. La única luz venía de las ventanas distantes del castillo. Sin decir una palabra, emprendieron el camino. Pettigrew seguía jadeando y gimiendo de vez en cuando. A Eleanor le dolía el cuerpo de tan solo pensar que Harry prefería vivir con Sirius antes que regresar con ella, ¿aún la odiaba por mentirle? no parecía estar molesto con Lupin ni con Black... ¿pero y ella? no le dirigía la palabra y la miraba muy poco. ¿Por qué?

–Un paso en falso, Peter; y... –dijo Lupin delante de ellos, amenazador; apuntando con la varita al pecho de Pettigrew.

Atravesaron los terrenos del colegio en silencio, con pesadez. Las luces del castillo se dilataban poco a poco. Snape seguía inconsciente, fantasmalmente transportado por Eleanor, la barbilla rebotándole en el pecho. Y entonces...

Una nube se desplazó. De repente, aparecieron en el suelo unas sombras oscuras. La luz de la luna caía sobre el grupo.

Snape tropezó con Lupin, Pettigrew y Ron, que se habían detenido de repente. Sirius se quedó inmóvil. Con un brazo les indicó al resto que no avanzaran.

Eleanor vio la silueta de Lupin. Se puso rígido y empezó a temblar.

–¡Dios mío! –dijo Hermione, con voz entrecortada–. ¡No se ha tomado la poción esta noche! ¡Es peligroso!

–Corran. –gritó Sirius–. ¡Corran! ¡Ya!

Eleanor empujó a su sobrino contra Hermione y Cassiopeia para que corriera mientras intentaba safar a Ron de la cadena que lo ataba al profesor Lupin. Sirius saltó hacia delante al mismo tiempo que el hombre lobo, lo agarró por el pecho y lo echó hacia atrás.

–Déjenmelo a mí. ¡Corran!

Oyeron un terrible gruñido. La cabeza de Lupin se alargaba, igual que su cuerpo. Los hombros le sobresalían. El pelo le brotaba en el rostro y las manos, que se retorcían hasta convertirse en garras. A Crookshanks se le volvió a erizar el pelo. Retrocedió.

Mientras el licantropo retrocedía, abriendo y cerrando las fauces, Sirius desapareció de lado de Eleanor. Se había transformado. El perro grande como un oso saltó hacia delante. Cuando el licántropo se liberó de las esposas que lo sujetaban, el perro lo atrapó por el cuello y lo arrastró hacia atrás, alejándolo de Eleanor, Ron y de Pettigrew. Estaba enzarzados, mandíbula con mandíbula, rasgándose el uno al otro con las zarpas.

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