Lisaira confirmó que no era la única que pensaba igual. Los humanos sin entrenamiento engañaban y ella estaba preparada para saberlo. Había nacido con ese don para encontrar las mentiras y, en consecuencia, tenía problemas para relacionarse con las personas. Incluso entre sus compañeros inquisidores, Lisaira era considerada como una mujer siniestra y solitaria.

Se quitó la armadura y el uniforme para entrar a bañarse con Robian. Se recostaron en la bañera y Lisaira tomó una suave esponja para lavarle la espalda. La llenó de espuma y se permitió acariciar los tatuajes de supresión que oscurecían la piel de la mutante. Era sorprendente lo fácil que Robian podía pasar por una persona corriente.

—¿Cuánto tiempo permaneceremos aquí? Quiero volver a casa.

—Lo que haga falta —respondió dejando caer una taza de agua sobre la espalda—. Yo te protegeré si las cosas se ponen feas. Eres mi aprendiz.

—Tengo miedo —la joven se volvió y abrazó a Lisaira, que se sorprendió por ese gesto tan poco usual. Se ruborizó un poco el rostro del muchacho escondido entre sus senos. No dejaba que nadie la tocase. Sólo Robian se atrevía, y aunque mayor, seguía comportándose como un niño.

Sin embargo, correspondió al abrazó y apretó a Robian contra su cuerpo, prometiéndole que siempre lo protegería.

***

Dos destacamentos de guardias locales salieron en carros blindados al caer la tarde. Alan comandaba las fuerzas e iba en el deslizador en vanguardia y recorría el árido desierto dejando tras de sí un rastro de arena y polvo. Sus cabellos negros se agitaban cual serpientes vivas. Acarició la insignia de la guardia que estaba adherida a la placa pectoral de su armadura y sonrió ante la perspectiva de una batalla. Tal vez las palabras de la inquisidora estaban en lo cierto y en el templo del sur habría algún enemigo dispuesto a hacerles frente. Alan se mostró comprometido con su sagrada labor y miró por encima de su hombro al carro que venía detrás, donde estaba Lisaira y su mutante, Robian.

La primera vez que las vio, se sintió atraído por la belleza exótica de la inquisidora. Había leído un poco sobre ella y se había enterado de que, su más grande logro en la Inquisición, había sido el de ordenar un bombardeo orbital contra el planeta Salax hasta reducirlo a una roca sin capacidad de albergar vida durante al menos mil años. Todo por culpa de un brote de herejía que culminó en derramamiento de sangre y en la caída del sistema político de aquel desgraciado planeta. Lisaira jamás tuvo opción. A veces, los mundos eran devorados por los adoradores del Falso Dios y había que purgarlos por completo.

Se sintió mejor sabiendo que una mujer como ella estaba secundando su operación, pero también se llenó de terror al imaginar que Lisaira dejaba caer el hacha sobre Velcros para reducirlo a la nada. Así pues, Alan se sintió responsable por lo que le sucediera a su gente y maldijo a los rebeldes del culto que habían traído la desgracia.

El comboy llegó a los territorios del Templo del Sur, una antigua construcción que había pertenecido a los primeros habitantes de Velcros y que tuvo su mayor relevancia trescientos años atrás. Después de interminables guerras entre tribus separatistas, los terrenos habían sido destruidos y las disputas territoriales acabaron en una guerra que duró casi treinta años. Como resultado, el templo era una de las varias construcciones que permanecían olvidadas y era un buen sitio para los criminales.

Los carros se detuvieron delante de los arcos de piedra que conducían al edificio principal. La roca estaba desgastada y ennegrecida como recuerdo de los incendios. A Lisaira no le sorprendió encontrar esqueletos destartalados y dispersos por la zona. Algunos habían sido cubiertos por la arena, pero el viento siempre los sacaba a la vista. Observó en las paredes los rastros de armas de fuego y manchas de sangre que, si bien no pertenecían a las mejores épocas de templo, tampoco eran muy recientes.

—Aquí hay algo —dijo Robian, olisqueando el aire y bajándose la capucha. Su abrigo de lana se agitó con el viento.

—¿Algo humano o no?

—Humano, sin duda.

Lisaira le puso una mano en la cadera.

—No te separes de mí. Los combates en la vida real no son como en los entrenamientos. De verdad puedes morir.

Como si sus palabras hubieran sido una invocación, de repente el guardia que estaba encima de la torreta del carro blindado, cayó con la cabeza hecha papilla a causa de un disparo perfecto. Los guardias se colocaron en posiciones defensivas y Lisaira tiró a Robian al piso mientras las balas enemigas llovían de todas direcciones.

—¡Escudo! —Ordenó a su anillo multiusos y una barrera transparente se levantó alrededor de ella y del mutante. Las balas rebotaron sobre su superficie cristalina y calentaron el anillo en el dedo de la inquisidora. Logró levantar a Robian y se la llevó detrás de una columna derribada.

¿Un templo vacío? Sí, como no. A pesar del peligro, Lisaira sonrió porque al fin tendría la oportunidad de servir a la Santísima Inquisición como se suponía que debía hacer.

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⏰ Letzte Aktualisierung: May 13, 2020 ⏰

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La inquisidoraWo Geschichten leben. Entdecke jetzt