Deposité un beso en su mejilla y él besó mi frente una vez más.

Y sin más caminó hacia su coche, para luego montarse en el y regalarme una sonrisa antes de arrancar y desaparecer de mi vida, bueno, no totalmente, pero ustedes me entienden.

Fue Noah quien me había llevado hasta el que sería mi nuevo hogar. Dijo que salir de mi zona de confort quizás sería difícil al principio, pero que lograría acostumbrarme, sinceramente yo no pensaba igual que el.

Regresé mis ojos a la puerta frente a mi, y todavía tenía la mano alzada a punto de tocar.  

Apreté con fuerza las dos maletas que traía conmigo, y suspiré…  

Solo estaría ahí hasta ser mayor de edad y para eso solo faltaba un año. La regla era: cumplir 18 para adueñarme del dinero que mis padres me heredaron. Honestamente, no me importaba mucho el dinero. Solo necesitaba lo suficiente para poder independizarme, comprar una casa o rentar un departamento y conseguir trabajo. Mientras tanto, debía permanecer bajo la tutela de mi tío y su cónyuge.  

O sea su esposa…  

Es que vi esa palabra en Google el otro día y sonaba intelectual…

Perdón.

Tomé aire y cuando estaba apunto de tocar la puerta, la abrieron.  

Mi cabeza quedó en blanco…  

Un chico de cabello marrón, ojos azules, alto y con cara de querer matar a alguien, (a mi, probablemente) fue quien me abrió la puerta.  
Traía ropa deportiva y desprendía un ligero olor a sudor, pero aunque al principio quede un poco embobada por su belleza, cualquier expectativa que pude crearme de él murió cuando abrió la boca:

—Llevas como cinco minutos en la puerta, niñata. Esperé a que tocaras para abrirte pero no te vi muy dispuesta… —dijo con frialdad.

Parpadeé algo confusa sin saber que decir ante su actitud cortante, y mi silencio pareció desesperarlo más.  

—¿Quién eres y a quién buscas? —preguntó frunciendo aún más el ceño.

Iba a responder, en serio iba hacerlo, pero una voz me interrumpió:

—¿Lía? —era la voz de una mujer, la cual llegó colocándose a lado del chico malhumorado.

Y a diferencia del chico, ella me regaló una gran sonrisa.

—Soy Emilia —dijo.

Extendí mi mano para saludar pero ella me dio un abrazo.  

Supuse que era la esposa de mi tío.  

Emilia era hermosa. Piel clara, ojos azules, rubio natural, una bella sonrisa y lucía un lindo vestido de flores, muy veraniego aunque no muy acorde a las estúpidas frías temperaturas bajo cero que hacían en el pueblo.

—Sí, soy Lía.  

—Pero pásale —pidió Emilia.

—Kalex, háblale a tus hermanos, pídeles que bajen.

Kalex gritó desde abajo:

—¡BAJEN, AHORA!— luego se dirigió a su madre —Listo.  

—Kalex — sentenció Emilia.

Y al chico no le quedó de otra que rodar los ojos y subir las escaleras para ir a buscar a sus hermanos.

Dejándonos a Emilia y a mi a solas.

La casa parecía una de esas mansiones antiguas aunque notoriamente modernizada. Paredes de un gris claro, pisos oscuros de madera, decoraciones de mármol, piezas antiguas que seguramente valían más que mis dos pulmones, y también había muchas pinturas abstractas.  

Los chicos Newell Where stories live. Discover now