Acto 1: Tatuajes Y Cigarrillos. (Editado)

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Fui a las barracas del pueblo donde están los malditos soldados que tienen un mejor trato que yo, siendo yo quien sale a buscar sangre para otro imbécil.

—A un lado basuras, llegué yo.

Llegué interponiendo mi cuerpo ante los que esperaban de pie fuera del pequeño cuarto de madera, donde estaba el médico brujo.

Abrí la puerta, el médico estaba vendando a un hombre cualquiera del batallón.

Terminó de vendarlo y me indicó que me sentase en el banco de madera.

—¿Qué pasó ahora, pequeño? —Dijo enjuagando sus manos en agua.

—Odio que me digas pequeño. —Musité, todos pretenden creerse más que yo por mi tamaño. —Hoy fue Kaleb. Me cayeron demasiados pies de rocas encima.

—No tienes que enojarte conmigo, más bien quita esa expresión de odio. Cuéntame de tus lesiones.

—Mi maldita pierna otra vez, está rota. Me duele todo el cuerpo y todo por ese hijo de perra ¡Maldito el que lo creo! —Salté en la silla, la mesa recibió mis golpes.

—Lo creó Jehová.

—¡Pues maldito él, maldito Kaleb, maldito Nurray, malditos todos!

—¿Y yo? —Preguntó mientras empezaba a vendar la herida de bala.

—Obvio tú no idiota, ahhh. —Suspiré. —Por supuesto tú no, Elor. Nunca lo digo, pero, gracias por curarme.

—Siempre y cuando no bebas sangre de ángel. Cuando la sangre de ángel se ensucia...

—Lo sé, me has advertido muchas veces. —Interrumpí. —Si se ensucia de pecado caminaré por la tierra hasta la eternidad. Lo tengo claro.

—Perfecto, terminé con tu herida, para esas quemaduras y el dolor te daré este jabón. Báñate con él.

—Gracias Elor, espero siempre estés aquí.

Como siempre ha estado, desde que llegamos a su aldea y la saqueamos aquella noche, él era un hombre con miedo y lo trajimos para tenerlo de médico, ya que de esto trabajaba allá.

—Yo espero que no, pero supongo es tu manera de darme importancia.

Abandoné la sala, los soldados afuera estaban enojados, pero ese no era mi asunto, soy heredero directo del poder y la corona.

Me dirigí a la torre donde vivíamos la familia, ahí se encontraba mi pequeña habitación que constaba de un espacio reducido entre las escaleras del último piso y una pared.

Al menos tenía mi propio baño y mi cama a diferencia de los plebeyos que dormían en casas azotadas por las batallas libradas en este pueblo.

Me di el baño que Elor me recomendó, él siempre tenía la cura. Su jabón dejó espuma brillante en mi cuerpo.

Al terminar, me miré al espejo como de costumbre y recordé por qué me odio tanto...

Sin cabello, pálido, flaco y débil... ¿Quién pensaría que yo puedo pelear? Nadie lo cree, absolutamente nadie, pero yo les demostraré cuando mate a Nurray y me convierta en rey, como el diablo me dijo que hiciera.

En mi cuarto, debajo de las escaleras del templo, se pueden escuchar los pasos, las torturas a las mujeres y los cantos de los monjes de media noche.

Las horas de la noche se pasaron lentas, di vueltas en mi cama y en mi cabeza, pero por fin pude conciliar el sueño. 

 

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Ángel Oscuro| Hijos Del Cielo IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora