━ 𝐋𝐈𝐕: Yo no habría fallado

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Desde su posición la hija de La Imbatible lo presenció todo con el corazón en un puño. No habían vuelto a dirigirse la palabra desde aquel día, desde que ambas se batieron en duelo públicamente, originando un enorme revuelo en el campo de entrenamiento. Drasil había dejado muy clara su postura cuando la venció delante de todos y Liska había sido lo suficientemente inteligente como para no echar más leña al fuego. Se habían evitado en la medida de lo posible, concediéndose una especie de tregua, pero los dioses tenían un sentido del humor bastante retorcido y habían considerado oportuno hacer que sus caminos volvieran a cruzarse ese día.

No soportaba a Liska, aquello era más que evidente. Desde que se conocían la pelirroja se había dedicado a humillarla y menospreciarla, haciéndola de menos y dando a entender que no merecía estar donde estaba, que no era buena skjaldmö. Le había espetado en más de una ocasión que todo lo que tenía lo había conseguido por ser hija de quien era y no por méritos propios.

Habían sido tantos los desplantes, tantos los comentarios malintencionados y las palabras hirientes que, por un momento, quiso pasar de largo y hacer como si no hubiera visto nada. Y estuvo a punto de hacerlo, pero algo dentro de ella se lo impidió. Una fuerza superior que la mantuvo clavada en el sitio.

Maldijo para sus adentros, consciente de que, de ser al contrario, la pelirroja no la ayudaría. Por suerte para Liska, Drasil no era como ella. No sabía si eso la convertía en una estúpida o en una ingenua —puede que en ambas cosas—, pero si de algo estaba segura era que no podía quedarse de brazos cruzados por muchos problemas que hubiesen tenido. Iba en contra de su naturaleza.

Así que no pensó, actuó. Desenvainó su viejo cuchillo, aquel que siempre llevaba amarrado a su muslo izquierdo, y lo lanzó con todas sus fuerzas. La distancia que la separaba de su objetivo no era mucha, de modo que dio en el blanco sin ninguna dificultad. Un tiro limpio.

La hoja se hundió en la espalda del sajón, concretamente en su omóplato derecho, provocando que este cayera sobre sus rodillas y dejase escapar un berrido de dolor. Trató de deshacerse él mismo del puñal, pero fue incapaz de hacerlo. El mero hecho de levantar el brazo le suponía una auténtica tortura.

En cuanto Liska se recuperó de la turbación inicial, blandió su arma con un elegante movimiento de muñeca y le asestó el golpe de gracia. El cadáver del hombre se desplomó sobre el suelo con un ruido sordo. Su sangre no demoró en manchar las botas de la pelirroja, aunque a esta no pareció importarle. Se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano y desvió su atención hacia Drasil, que la observaba con una mueca indescifrable contrayendo sus facciones.

La más joven avanzó hacia el cuerpo sin vida del soldado y cogió su daga, guardándola después en su respectiva vaina. No habló, tampoco lo hizo Liska. Las dos se sostuvieron la mirada durante unos instantes, tanteándose. La pelirroja abrió la boca con la intención de decir algo, pero volvió a cerrarla luego de pensárselo mejor. Su ceño se frunció y sus labios se curvaron en una mueca desdeñosa.

Aquello fue aliciente suficiente para que Drasil rompiera el contacto visual con ella y reanudase su camino.

Aquello fue aliciente suficiente para que Drasil rompiera el contacto visual con ella y reanudase su camino

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