—Caleb. Ese es mi nombre. ¿Ya estás contenta? ¿Vas a dejar de molestar?

La verdad es que no pensó que realmente fuera a decírselo. Se había quedado tan sorprendida que tampoco reaccionó cuando él se apartó y le hizo un gesto.

—Empieza a andar. Te sigo.


Caleb

Era extraño tener que andar con ella justo delante. Victoria también parecía algo perdida mientras los dos salían del laberinto de callejones por los que se habían metido y volvían a la calle principal, de camino al bar.

Él empezó a impacientarse cuando vio que ella ya había echado cinco miradas por encima del hombro, en su dirección.

—¿Quieres centrarte en donde pisas?

—Es que se me hace raro tener a alguien caminando un metro por detrás de mí.

—Pues no me mires.

—Aunque no te mire siento que estás ahí.

—Pues no me sientas.

—¿No puedes quedarte aquí? —gesticuló exageradamente hacia su lado—. Simplemente... ¿caminar conmigo?

—No.

—¿En serio?

—Sí. Camina y calla.

Camina y calla —lo imitó.

Caleb le puso mala cara cuando ella se giró hacia delante otra vez.

—Yo no hablo así —masculló, ofendido.

Victoria suspiró. Casi caminaba como si diera brincos.

—Caleb —repitió, como si sopesara cómo sonaba—. Caaaaaleb.

—Sí.

—Caaaaaleeeb.

—Ese es mi nombre.

—Caleeeeeeeeeeeeeb.

—Estás empezando a conseguir que lo odie.

—Caaaaaaaaaal...

—¿Algún problema con él?

—No. Es que nunca lo habría adivinado —ella empezó andar de espaldas otra vez para mirarlo, divertida—. Te pega un nombre más... raro. Más duro.

—Un nombre no puede ser duro. Solo es una palabra.

—Claro que puede.

—¿Y qué es un nombre duro?

—No sé... bueno, la verdad es que Caleb no está mal. A mí me gusta.

—Me alegro.

—¡Mírate, ya usas sarcasmo! Cómo has crecido en un día. Soy tu maestra oscura.

Él le puso mala cara, pero no dijo nada.

—¿Quién eligió tu nombre? —preguntó ella, ladeando la cabeza—. ¿Tu padre o tu madre?

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—No lo sé. Es que el mío lo eligió mi padre. El de mi hermano, mi madre. ¿El tuyo?

—Ninguno de los dos.

Caleb apartó la mirada al frente y suspiró cuando ella estuvo a punto de caerse de culo al suelo por ir andando de espaldas.

Aún así, siguió haciéndolo. Realmente era una testaruda.

—¿Y quién lo hizo? —preguntó Victoria.

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