PARTE III

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Era bien pasado el horario de cierre de la oficina.

Los trabajadores, con sus cantos y sus risas se habían retirado hacía bastante. Habían pasado un gran día después de todo y cada uno añoraba estar en sus hogares para descansar.

Por la ventana se podía ver el cielo oscuro, roto a intervalos por las luces de las farolas de la calle.

La oficina era toda penumbras y silencio.

Y Sasha aún se debatía.

El señor Ambrose... no, no el señor Ambrose, no su jefe. Nathan, Nate Ambrose lo había besado ese medio día con un muérdago sobre sus cabezas.

—Es la tradición —alegó cuando se separaron por aire.

Él lo había dejado ir. Tambaleante, perdido y excitado. Sobre todo, excitado. La piel de Sasha zumbando con electricidad tras una mera caricia.

Sasha había fulminado a Jared con la mirada, buscando compostura y luego corrido al baño en busca de un lugar sin tantas miradas que lo vieran hiperventilar. En necesidad de agua fría en sus mejillas coloreadas, que ayudara con su pulso desbocado.

Nathan sabía besar. Dios, tenía labios divinos y una cadencia casi melodiosa para moverlos.

Sasha solo podía tener sucias ideas sobre él y esos labios en la cabeza, de modo que había evitado la oficina personal de su jefe como si este hubiese desarrollado la peste negra o algo igual de maligno. Porque tener esos pensamientos estaba mal. Él trabajaba con el hombre a puertas cerradas y todo el tiempo correteando detrás de sus pasos. No estaba bien. Para nada bien.

Pero era un umbral que ya estaba cruzado.

Porque Sasha podía identificar las intenciones detrás de un beso y por mucho que Nathan luciese igual de compuesto que siempre, Sasha había sentido la necesidad, viva y cruda en la forma en que lo sujetó para besarlo. Casi como reteniéndolo de correr. D e que no quisiera lo mismo.

El introducirle la lengua como si no hubiese un mañana tampoco había sido necesario, no es que Sasha se quejara, cuando el sabor del otro hombre lo había inundado de sopetón, barrido tras barrido de delicioso sabor masculino.

Sasha estaba en problemas.

Porque había sorteado la convivencia del almuerzo a duras penas, pero ahora, sin nadie alrededor para seguirse conteniendo, él quería más.

Y en las sombras, era más que un poco difícil no pensar en que él estaba en algún tipo de fantasía sexual en la que entraría a la oficina de su jefe y le pediría un beso. Y luego otro, y otro. Y más. Hasta que ellos... ellos... la verdad es que ni siquiera sabía lo que seguía. Solo el conocimiento de que él lo quería. Tanto, tan mal.

Se estaba mordiendo el labio cuando se dio cuenta de donde lo habían llevado sus pies. El despacho del CEO estaba en completo silencio al parecer, casi como si no hubiese nadie en su interior. Cosa que no podía ser, pues él había visto a su jefe entrar allí y encerrarse el resto de la tarde.

¿Y si tocaba?

¿Y luego qué? ¿Ver si el tipo lo jodía con la mirada?

Sasha negó, no, eso estaba en su mente, no en la realidad.

¿O no?

¿Y qué si él iba allí y le pedía un beso? ¿Con que excusa?

Quizás la de saciar su curiosidad y saber si lo de más temprano había sido su imaginación y hormonas alborotadas o la puerta a un espectáculo mucho más interesante.

Bajo el muérdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora